Sunday, April 27, 2008

Esquina de la 17


En la vieja esquina de la 17 estoy con mis amigos
y suena majestuoso el cuatro de Escalona.

Seguramente no recuerde otra cosa de esa noche,
pero un resplandor de la memoria
me devuelve ahora un repentino rostro. Y eso me basta
para temblar de nuevo,
para sentir feliz que me enamoro solo.

Saturday, April 19, 2008

Paz bajo tu clara sombra


Era el 20 de abril de 1998. Recuerdo que yo estaba en Caracas desde la noche anterior y no vi ni oí noticia alguna. Me había levantado muy temprano. Mientras desayunaba cerca del hotel donde estaba alojado, Cuchi me llamó por teléfono para decírmelo: ayer murió Octavio Paz. Fue un seco disparo, sin duda, pero un disparo que esperaba desde hacía meses. Salí de la cafetería, tomé un taxi y me fui para una reunión de trabajo. Poco antes de llegar a la misma sonó de nuevo el celular. Era Teresa Casique, desde El Universal. Me dijo: "Freddy, ¿ya sabes por qué te estoy llamando?". "Claro", le respondí. Y agregué: "Esta vez sí podré escribir el artículo que me pediste sobre Paz". Me advirtió que lo necesitaba para el miércoles a más tardar. Y me comprometí con ella a entregárselo en el término de la distancia.

Llegué a Barquisimeto en horas de la tarde y encendí el televisor para ver el canal mexicano ECO, seguro de que estarían transmitiendo los actos en homenaje al gran escritor fallecido. En efecto. Entrevistas, ceremonia en el Palacio de Bellas Artes, discursos del presidente Zedillo, de Gonzalo Rojas y de Enrique Krauze, videos de viejos programas de Paz, y más y más entrevistas con escritores del mundo entero. Por la noche comencé a escribir y no me salió nada. Decidí esperar hasta el día siguiente y me pasó igual. Permanecí casi toda la mañana frente a la página en blanco, sin avanzar más allá de un párrafo que escribí y borré muchas veces. La ominosa imagen de Jack Nicholson en El Resplandor me asedió en algún momento. Y así estaba, estéril y angustiado, hasta que Cuchi se me acercó, me dio un breve masaje y me dijo: "Déjate llevar por la emoción y no trates de escribir nada brillante". Dicho y hecho. Podría decir ahora que no escribí el artículo sino que derramé palabras en la máquina. Las frases fluyeron y concluí en poco tiempo un texto que aún me satisface. Teresa y Patricia lo publicaron esa misma semana en Verbigracia. Al verlo impreso, sentí que comenzaba a pagar una deuda intelectual contraída en mi adolescencia con alguien que me había enseñado en sus libros a leer literatura. La deuda es tan grande que sé que no podré saldarla nunca, pero seguiré insistiendo, sin prisa y con deleite, aunque en el intento la hipoteca se vea incrementada.

Hoy, al cumplirse 10 años de la muerte de Octavio Paz, padre y maestro mágico, quiero recordarlo leyendo en voz alta unos versos que su hija Laura Helena Paz Garro escribió el 16 de enero de 1998 cuando ya la enfermedad de su padre ("la intrusa") se había hecho irreversible:

Quisiera ser la ranita verde y húmeda

que cantara bajo la ventana

la canción de los bosques en primavera,

su humedad,

para hacerte sentir ligero y fuerte,

nadando en un agua pura

que te llevara

a la tierra fértil

de la salud,

a la alegría de curarte;

abolir el sufrimiento de tu enfermedad

en un estanque donde floten los nenúfares

y la barca perezosa bajo el sol de Alicia;

la esperanza extrema del florecer de las rosas

un descanso profundo y líquido olvidando

todo mal.

El amor que fue tu música

verás surgir errante en tu cuarto:

una ninfa espíritu del agua,

de túnica verdosa

sacudiendo sus largos cabellos claros y mojados

sobre tu frente

y desapareciendo en la luz de la tarde.

Salta con la aparición en las profundidades del estanque

de donde surgirás joven y fuerte

unido por el agua misteriosa

a la ninfa

renovando el pacto mágico

después de haber refrescado tu corazón

y con una jarra llena del mar Mediterráneo,

que es tu patria,

¡oh padre!, volverás con tus amigos a las playas

de Grecia, a tu país,

curado y cantando tu poesía

de alas invisibles.


(...)


HELENA PAZ GARRO





Sunday, April 06, 2008

Claudio Guillén y Marilyn

Marilyn Monroe en su última sesion fotográfica. Fotógrafo: Bert Stern

Marilyn Monroe

Claudio Guillén recreó con sabia limpidez su primera aproximación a la magia de las palabras. Yo recuerdo ahora su página espléndida y me imagino la escena en la que el padre de Claudio y sus amigos decían de memoria algún soneto de Bécquer y viejísimos romances. Uno de esos amigos tocaba el piano, recitaba y hacía reír a todos en la sala. Ese amigo de la familia se llamaba Federico y era, según dicen, una fiesta innombrable. Pero no fueron sus poemas los que embriagaron al niño. Fueron las novelas que la madre francesa le dejaba llevar hasta la cama, convertida en pequeña biblioteca, lo que produjo en él fascinación.

Claudio lloró a lágrima viva cuando murió Porthos y se dejó llevar por mares lejanísimos de la mano de otros narradores. Vivió la experiencia intransferible de quien lee por vez primera un cuento y se entrega a su aventura. Conoció la melancolía de los barcos, tuvo miedo en las calles de Bagdad y supo que el narrador traza la ruta de la avilantez y el incierto rumbo de los descubrimientos.

(Claudio Guillén fue profesor de literatura comparada en Princeton, California y Harvard. Nos legó una obra merecidamente admirada por muchos estudiosos. Murió hará poco más de un año en España. Por esos días Antonio Muñoz Molina escribió un bello artículo de donde tomo esta experiencia guilleneana:

Una tarde de invierno, en Nueva York, a principios de los años sesenta, entró en un bar en penumbra a tomarse algo, y vio a su lado a una mujer rubia y espléndida que bebía tristemente a solas, y a la que no se atrevió a dirigirle la palabra. Era Marilyn Monroe.”)

Un verso de Paz



Un verso de Paz.

Conmigo ha ido a muchas partes. Si enciendo mi teléfono sus seis palabras me saludan siempre.

Traté de vivirlo en cuerpos y paisajes ya remotos. Atisbé su certidumbre en la madera.

He comprobado su errancia infinita, su insaciable destino, su paso por mi cara.

En un lejano amanecer, estando contigo en Barcelona, sentí que manaba con plenitud de una pequeña fuente.

Octavio Paz atrapó el esplendor en ese verso que ha ido conmigo a muchas partes y que suelo repetirme como mantra:

Hambre de encarnación padece el tiempo.