Entusiasmado con la lectura del diario de
Valentín Espinal. No lo suelto desde ayer, cuando lo busqué para revisar
algunas páginas que me impresionaron en una negligente lectura de hace tiempo.
Quería, además, tenerlo a mano para hacer los comentarios que tengo pendientes
acerca del tema de los diarios. Con argumentada precisión, Pedro Grases, en el
prólogo de este volumen, destaca su enorme valor testimonial. Releerlo ha sido,
como ocurre siempre con las relecturas, leerlo por vez primera.
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Valentín Espinal es el gran impresor venezolano
del siglo XIX. Probo y ecuánime, fue combatido, precisamente, por poseer tales
virtudes. Claro, le tocó vivir en una de esas épocas en las que no es admisible
la moderación y el sentido del equilibrio. Por el contrario, “anatema sea” con
esos atributos. Leyendo las líneas en las que refiere el impresor los pavorosos
días de la Guerra Federal, pensé en una historia que suele repetirse: la de la
soledad del hombre justo que no es oído por los enconados, ni aún por los de su
mismo bando. Estos, por cierto, terminaron siendo los perseguidores de Espinal.
El diario abarca los dos años de destierro del
autor, en plena guerra civil (1861-1863). Sin embargo, no sólo refleja la
huella de una herida, sino también, la intensa pasión venezolana de Espinal. Y
algo más: la sensibilidad de quien es capaz de registrar minuciosamente todo lo
que alegra el espíritu de un hombre bueno y culto. No olvidemos que se trata
del diario de un viajero, asombrado ante nuevos paisajes y deseoso de grabarlo
todo en su memoria. Espinal describe con escrupulosa acribia cuanto llama su
atención: parques, casas, edificios, calles, fábricas, cuadros, sesiones
parlamentarias, vestimentas, dichos, visitas. Nada escapa a sus ojos y
seguramente pocas cosas olvidó en el tintero.
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Una página del Diario de un desterrado me trae
de pronto el recuerdo de mi querido amigo Nacho Valcárcel, quien me alojó en su
casa de Chueca hará poco más de cuatro años. Y es que Valentín Espinal se
encuentra ahora en Madrid y no deja calle del centro sin caminar. En este
instante sube por Hortaleza para llegar al “Paraíso”, un precioso jardín en el
que dan funciones de música y de baile. Hoy me quedo ahí.