Monday, November 10, 2008

Nuestra señora de la saya y del chocolate

El Tocuyo

Esas delicadas y bellas páginas vienen de la nostalgia. Las escribió Francisco Tamayo haciendo crónica de los primeros veinticinco años de su vida y las reunió un día bajo el título de El signo de la piedra. Vienen del Tocuyo de comienzos del siglo XX y son memoria cálida del río y la montaña, de los hombres y de las haciendas, del cañamelar y los trapiches. Son un recorrido amable por la vida de un pueblo venezolano que, como muchos otros, medía el tiempo por extensos períodos marcados por hechos imborrables: cuando los chuíos y los chuaos, cuando Montilla, cuando la langosta, cuando el cometa, cuando la gabaldonera, cuando el terremoto. A esas páginas de Tamayo retorno hoy para disfrutar del arte del cronista que sabe tratar con la historia y la microhistoria, sin salirse de su oficio de escritor sabio y elegante. Por cierto, es una lástima que ese libro no cuente todavía con una edición que le haga honor a su grandeza.

Siempre me maravilla en El signo de la piedra la escena proustiana y ceremonial del chocolate. Cuando la leo siento haberla vivido o, por lo menos, habérsela escuchado a mi abuela Ana y experimento entonces eso que algunos llaman memoria transferida. La resonancia de las imágenes que los demás te refieren con vivacidad, puede pasar a ser tuya. Eso me ha ocurrido muchas veces. Por eso creo que no sólo somos nuestra memoria. Somos también la memoria de los otros. He aquí que recuerdo haber visto a esa señora del siglo XIX que en una página de Francisco Tamayo entra a la sala deslumbrándome por su imponencia. Es doña Sacramento, quien vestida de saya y así, realzada en su blancura, se dispone a ser servida por Balbina, su compañera de siempre. Tamayo se detiene en la saya, como debe ser, y nos dice que ese traje de seda negra constaba de dos piezas, falda y saco: “la primera era larga hasta el zapato, con amplios tachones; el corpiño era ajustado al cuerpo, llevaba un vuelo en la cintura, y, arriba, cuello alto y una pieza abrazadora de pesados dibujos de canutillo negro, de vidrio negro, que descansaba delante, sobre los senos. Este era el traje de rigor para el Jueves y Viernes Santo y para los matrimonios rumbosos. En la dote de las novias entraba una carga de baúles y una saya como elementos básicos del ajuar de una señora”.

Nuestra señora de la saya se ha sentado a la mesa cubierta con un blanco mantel de hilo bordado y Balbina le pregunta si quiere tomar ya el chocolate. Ella asiente y enseguida tiene ante sí una copa de coco labrado con pie de plata, llena de la olorosa bebida. Se la han servido cerrera, como a ella le gusta, pero con bizcocho dulce y queso blanco, para equilibrar el sabor. El chocolate sin azúcar humea e inunda con su aroma poderoso todo el recinto.
Doña Sacramento cumple con el ritual. Contempla por un instante las alacenas del comedor y fija primero su mirada en la vajilla con monograma dorado y después en las viejas copas de bacarat. Las oye, como quien oye una fiesta antigua. Constata una vez más que sus hijos no han vuelto a acompañarla a la hora del chocolate. Ahora bebe sola su cerrero. Heriberto se casó y ahí quedó su chorote (la vasija del brebaje), “sin uso ni beneficio” y Hercilia dice que esa costumbre pasó de moda. Sólo Doña Sacramento es fiel a la liturgia. Al levantarse de la mesa da gracias al señor por sus favores y Balbina le responde: “Bendito y alabado sea el santo nombre de Dios”.

La escena concluye, pero tiene la fuerza de un gesto rotundo y el aplomo de una memoria mítica de lo cotidiano, con su oficio, su lugar, su traje y su alimento.

Gracias de nuevo a Francisco Tamayo, por su libro orgullosamente tocuyano.

Wednesday, November 05, 2008

Palabras para Cabudare...

Iglesia de Cabudare

Ser convocados por una Alcaldía para reflexionar sobre temas históricos, es, sin duda, un acto de civilidad infrecuente en un país que desde hace muchas décadas se enfermó de desmemoria. Por esa razón, no puedo dejar de destacar y celebrar al inicio de estas palabras -que les aseguro serán breves, pero muy sentidas- el motivo por el cual estamos acá: la realización del VI Seminario de Historia Económica, Social y Cultural de Cabudare y el II Encuentro de la Microhistoria Larense.

Se le debe a la tenacidad creadora del cronista Taylor Rodríguez García, no sólo el encomiable hecho de la convocatoria, sino también lo más insólito de la misma: su continuidad. Resignados a lo efímero o al debut que casi siempre termina siendo despedida, cuando nos topamos con una actividad a la que se le ha conferido rango y permanencia, se nos impone de inmediato el indispensable ejercicio del reconocimiento. Y eso queremos hacer de entrada: reconocer en este Municipio, en esta Alcaldía, en esta Fundación Biblioteca “Héctor Rojas Meza”, en esta ciudad y en su estupendo cronista, un ejemplo de trabajo cultural que procura, tanto la difícil excelencia académica, como el amable intercambio de conocimientos en los nobles temas del acontecer local.

En tiempos de desencuentros y querellas, reunirse para avivar historias de nuestros terruños y para compartir nuevas indagaciones sobre el pasado e imágenes vivas de lo que fue (y es) la vida cotidiana de los pueblos larenses, es ir sembrando convivencia, semillas de un futuro que nos hará mejores seres humanos, por haber comprendido que somos en primer lugar una memoria.

Celebro, además, que sea Cabudare el centro de este hermoso esfuerzo colectivo por el saber histórico. Sometida al trasiego de un crecimiento capaz de llevarse por delante los sagrados lugares de nuestros ancestros, Cabudare exhibe ahora el vigor de una resistencia cultural, aparentemente pequeña, pero que de llegar a propagarse aún más, mediante la perseverancia y lucidez de sus portavoces, podrá convertirse en una fuerza indetenible. Esa resistencia cultural la están haciendo y activando ustedes con este trabajo dirigido fundamentalmente a los educadores del Municipio Palavecino y de otras entidades cercanas. Se trata de enfrentar con espíritu de pueblo unido en el orgullo de serlo, el aluvión de un desarrollo impersonal que la situación de conurbanismo fue agravando con los años.

No le ha tocado fácil a Cabudare su vecindad con Barquisimeto. Sin embargo, ha dado muestras -como ésta- de estar consciente de ese difícil destino: el destino de seguir siendo Cabudare, sin dejar de mirar el futuro ni de convivir con realidades ineludibles. Hacerlo, recordando que, a quienes miran el futuro sin conocer su pasado, los espera un porvenir incierto, desangelado y triste. Por eso, Cabudare toma ahora las debidas previsiones contra el olvido de sus orígenes, siguiendo la propuesta que desde hace algunos años Taylor Rodríguez les hizo a los cabudareños, para ayudarnos a no perder nuestros nexos con las raíces.

Dije “ayudarnos”, precipitándome por mi deseo de declararme hoy cabudareño, para recordar como es debido, y con el permiso de ustedes -por el carácter muy personal de esta declaración-, al cabudareño que me es más entrañable y que desde el pasado 7 de enero reposa eternamente en su tierra de Palavecino: mi padre, José Manuel Castillo Díaz, hijo de Pastora y de Manuel, quien jamás olvidó su infancia por estas calles y, menos aún, los diálogos con sus amigos de entonces: Honorio Dam, Marcos Salas, Julio Alvarez Casamayor y Coché Rojas, casi todos monaguillos del padre Muñoz o condiscípulos en alguna escuelita o en la gran Escuela Federal Graduada Ezequiel Bujanda, cuyo epónimo fue siempre recordado por mi padre como el de uno de los cabudareños más ilustres, enmendando de paso a mi madre tocuyana, al decirle que antes de ser por adopción paisano de ella, el poeta Bujanda había tomado la feliz precaución de nacer en Cabudare.

Dispénsenme que haya tomado como excusa a Francisco José Rojas Rodríguez (Coché), para este desahogo íntimo, pero es que no puedo desvincular en mi memoria el preclaro nombre del homenajeado en este VI Seminario, de la imagen de mi padre, hablándome emocionado de su amigo y resaltando la inmensa calidad humana de quien dedicó su vida a los afectos, incluido entre ellos, el sublime afecto por su pueblo. Por mi padre supe que Francisco José Rojas, sobrino por rama paterna de Héctor Rojas Meza, fue un hombre íntegro y honesto, como lo probó de manera impecable su paso por la política, convertida a veces en una máquina demoledora de decencias.

“Coché” Rojas fue maestro completo porque dio sus lecciones no sólo en el aula, sino sobre todo en su vida. En aquélla fue profesor de profesores, como lo revela su fecunda presencia en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio. En la otra, fue maestro de todos los que ven en su ejemplo de ciudadanía un camino a seguir para la vida pública. Quiero destacar en esta ocasión una arista de esa loable conducta cívica, por lo mucho que signifuca para nuestra irrenunciable educación sentimental: su apego por Cabudare. Me apoyo en unas palabras del cronista de esta ciudad venerada:

Desde su jerarquía en la administración pública estadal (Francisco José Rojas) no descuidó jamás su comarca natal. Apenas derrocada la dictadura… cuando todavía no ejercía la presidencia de la legislatura larense, lideró la creación de la Junta Pro Mejoras de Cabudare, organización no gubernamental como se identifica en la actualidad, en la que igualmente participaron solidarios hijos e hijas y amigos de esta ciudad del horizonte infinito, como Roseliano Palacios, Juan de Dios Troconis, Eurípides Ponte, Juan de Dios Meleán, Catalino Escalona, Julio Alvarez, Pedro López Amaya, Nedda Alvarez y Ligia Meleán”.

Acompañados por una seccional de esa junta instalada en Barquisimeto e intregrada, entre otros, por José Ramón Brito, Asisclo Vásquez, Tomás Lucena Yépez, Elías Marrufo, Alejandro Rojas R., Teobaldo Brito, Honorio Dam, José Arangú e Ignacio Rojas Meza, el grupo liderado por “Coché” Rojas logró para Cabudare algunas obras que nuestro acucioso cronista enumeró en una relación que no las agota y de las cuales me permito recordar las siguientes:

-Adquisición de la Hacienda La Mata con el propósito de mejorar el servicio de agua y de contar con una área ejidal en el Municipio.

-Construcción de las casa rurales que corresponden a la urbanización La Mata.

-Reconstrucción del Puente San Nicolás, área del histórico árbol, el jabillo blanco que cierto equívoco identificaba como ceiba.

-Construcción de la Plaza General Aquilino Juares Rumbos, frente a la actual sede del poder municipal.

-Creación del primer liceo en la historia educativa de Palavecino, actual Jacinto Lara.

-Creación de las escuelas Valmore Rodríguez y Héctor Rojas Meza.

-Construcción del estadio Terepaima.

-Creación del Liceo Omaira Sequera Salas.

Son sólo algunas de las acciones y obras que esa organización de cabudareños realizó y obtuvo para su pueblo. Ahora forman parte de lo cotidiano. Antes fueron desvelos de algunos servidores públicos como Francisco “Coché” Rojas, quien no se limitó a querer a su tierra ocupándose de ella en acciones como las mencionadas, sino que cultivaba esa querencia con tertulias diarias en Cabudare. Nos dice el historiador Taylor Rodríguez:

Jubilado de la administración pública, avanzado de edad, con algunos problemas de salud, el maestro Francisco José Rojas Rodríguez, no dejó de visitar diariamente a su Cabudare natal desde Barquisimeto, capital larense donde había fijado su residencia varias décadas pretéritas. No sacrificó jamás su cabudareñidad, a estas comunidades de la obra banda del Turbio les fue útil a lo largo de su itinerario vital”.Homenajear a Francisco José Rojas es honrar ese patrimonio inmaterial de la cultura que consiste en el amor a un pueblo y que él encarnó en su vida de humanista humilde y bueno. Y es también rendir tributo a la dignidad humana, agredida con lastimosa contumacia por la voraz negligencia de quienes ignoran la historia sencilla y bella de nuestras viejas comarcas.

Vengo de una universidad yaracuyana que ha entendido que la cultura es la única vía para salvarnos. En ella estamos dando lugar de privilegio a los estudios de la microhistoria y de la crónica. Siento que ustedes tienen mucho que enseñarnos para robustecer la ruta intelectual que hemos iniciado en ese ámbito. A cambio, ofrecemos nuestro apoyo y nuestra adhesión al denodado afán de ustedes por convertir a Cabudare en faro de una cultura universal. Como se sabe, toda cultura universal comienza en la parroquia, por ejemplo, en ésta, muy cerca de aquí, en un banquito de la Plaza Bolívar en el que siguen departiendo vespertinamente Eurípides Ponte, Carlos Guédez y "Coché".

He dicho.