Friday, March 07, 2014

Mañana en la batalla piensa en mí



Barbara Stanwyck y Fred MacMurry en Double Indemnity (1944)


El canal de clásicos me acaba de regalar una maravilla del cine negro: Double Indemnity (1944), de Billy Wilder. El film lo conocimos en español como Pacto de sangre o Perdición. Barbara Stanwyck hizo de malvada, y Fred MacMurray, bajo su dominio, la ayudó a cometer un asesinato: el de su marido, por supuesto. El gran Edward G. Robinson, implacable sabueso de la compañía de seguros, estuvo a punto de resolver el caso por completo. Al final, fue la confesión de su amigo y compañero de trabajo (el pobre MacMurray) la pieza que completó el acertijo.

El formidable guión, sobre una novela de James M. Cain, provino de la diestra pluma de Raymond Chandler. Palabras mayores, sin duda, dentro de un fascinante género que vivía los años de su inicial esplendor.
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Mucho tiempo después, Lawrence Kasdan, en su estupenda opera prima (Body Heat, 1981), que acá vimos con el título de Cuerpos Ardientes (también se conoció en español como Fuego en el cuerpo), le hizo un homenaje a esta formidable película de Wilder, recogiendo algo de su intriga, prodigándole varios guiños, pero salvándole la vida a la malvada (Kathleen Turner).

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Gracias a la película, hoy releí las primeras y magníficas páginas de Mañana en la batalla piensa en mí. Recordemos. Mientras una mujer agoniza, la pantalla de un televisor sin volumen muestra las caras de Fred MacMurray y Barbara Stanwick sobre los subtítulos. Cara estulta, la primera; aviesa, la segunda. Así lo dice el narrador, sin identificar la película. Precisamente, por esto último, un lector anónimo le dejó una vez al novelista un mensaje en la contestadora de teléfono. Le informaba, “por si no lo sabía”, que el film aludido en la novela era Perdición. Le aportó, incluso, los datos de la fecha y el canal de TV que lo había emitido. Mayor exactitud no se podía.


Todo esto lo contó gratamente Javier Marías en el prólogo a su libro de crónicas de cine “Donde todo ha sucedido”. Allí nos revela que la película no era Double Indemnity, como creía su afanado informante espontáneo. Resulta que para el momento en que escribió su novela, Marías no había visto esa joya del cine negro. La vio después de que oyó el mensaje de su lector desconocido. El film de MacMurray y Stanwick que el novelista conocía, era una comedia llamada Recuerdo de una noche (1940), de Mitchell Leisen.

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Fred MacMurray y Barbara Stanwyck aún seguían allí hablando en subtítulos como si nada hubiera pasado, y entonces sonó el teléfono y tuve pánico. Ese pánico al menos no llegó de golpe, sino en dos momentos, porque durante un segundo quise pensar que el primer timbrazo venía de la película, pero los teléfonos no sonaban así en su época ni había ninguno en aquella escena ni por lo tanto se volvían MacMurray ni Stanwyck para mirarlo ni lo cogían, como me volví yo de inmediato hacia la mesilla de noche de Marta, sonaba el teléfono de la habitación de Marta a las tres de la madrugada”.


(Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí)

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Una vez que vio Perdición, a la que llamó “traicionera y oscura”, Marías estimó que ya no sería necesario evitar “a toda costa” el equívoco, como originalmente había creído. Pienso que se lo ganó la “Perdición”.

Al fin y al cabo, las caras de Fred MacMurray y Barbara Stanwyck no habían cambiado mucho.

Thursday, March 06, 2014

Pavana para Leopoldo



Leopoldo María Panero

Ayer murió Leopoldo María Panero. ¡Que cosa! Los más jóvenes de los “nueve novísimos” se fueron casi al mismo tiempo. La semana pasada le tocó a Ana María Moix y ayer a Panero.

Pasó la mayor parte de su vida (65 años) en un manicomio. Hizo famoso al de Santa Ágreda de Mondragón. Murió en el de Las Palmas.

Era el mejor poeta de la familia.

Ahora busco Teoría del miedo y leo en silencio:

ACERCA DEL PRÓJIMO

Cara a cara
no descifran el misterio
y el espejo no es, sino
como si sólo la ruina
acariciase la ruina.

Cuánto oro hay en la ruina
y cuánto dolor
para medir el verso
y 0lvidar la llama
que crece en mis pies:
porque el único hombre supremo
es aquél que está muerto, y ya no es.

(Leopoldo María Panero)
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Se diría que estás aún en la balaustrada del balcón/ mirando a nadie, llorando”, escribiste en aquel poema que dedicaste a tu tía Margot.

Se diría que eres aún visto como siempre/que eres aún en la tierra un niño difunto”.

Descansa en paz. En tu memoria, estamos escuchando a Ravel.

Saturday, March 01, 2014

Ana María Moix



Ana María Moix

A mí, en realidad, lo que me gustaba era tocar la trompeta en una calle oscura”.

Al leer hace unos minutos la noticia de la muerte de Ana María Moix, recordé esa frase que escribió para su “Poética” en la legendaria antología de Castellet: Nueve Novísimos (1970). Hoy, una nota de prensa recoge el dato de que en esas páginas era la única mujer. Una mujer “que come poco y va vestida de cortina”, como dijo su amigo Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo de su primer libro: Baladas del dulce Jim.

Enero y febrero fueron tenaces a la hora de segar parte importante de nuestro jardín. El miércoles pasado me desperté con la noticia de la muerte de Paco de Lucía, y hoy, con la de esta autora que pertenece a mis mejores recuerdos de lector en los 70. Tengo ahora en mis manos sus Baladas, en el ejemplar que Cuchi, a sabiendas de que yo lo adoraba, me forró con papel contac transparente. Lo abro y leo:


Un hombre triste, su barco. Alegre, ese fue Jim. Dulce conmigo, mas no risueño; qué corazón.

Jim en el parque, y sin sombrero. Ay Dios, qué miedo si es un matón. Ay Dios qué pena, si un día parte como llegó.

Tiene los ojos rojos y on the sea mira como un traidor. ¿Será payaso? Dije, y sobre el césped se revolcó. Y eso que no soy niña que con desconocidos antes hablara yo.

Cortaste lirios en las praderas y a Johnny mataste en  Nueva York. Fue por amor: bailaba en Broadway Nancy Flor.

Ah, Dulce Jim qué consuelo cuando los adolescentes se enamoran y de esquina en esquina les nace en el pecho un corazón”.
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Vuelvo a ese país de cine y de canciones, que compartió con su hermano Terenci, y me traigo estas palabras para despedirla en este rinconcito de la biblioteca:

Un pájaro azul y el horizonte lejos. El mar regresaba despacio, a mis espaldas, sin alcanzarme nunca. Recogeré las flores en la arena como si fuera la primera vez que sueño sobre la playa”.

Y también, un solo de trompeta.