Monday, May 28, 2012

Campos de Leonor



El pasado viernes el diario El País celebró en una página el centenario de un libro de poemas: Campos de Castilla, de Antonio Machado. Una verdadera joya. En la nota se destacó la importancia que tuvo la estupenda recepción del libro para la vida de su autor. Algo crucial. Ese año había muerto Leonor, su joven esposa, y el poeta, abatido y desolado, se muda de pueblo. Así, de profesor de francés en el Instituto de Soria, pasó a ser lo mismo en el Instituto de Baeza. Allí renacerá lentamente, verso a verso. El 29 de abril de 1913 le escribe a su amigo José María Palacio y le pide que cuando la primavera ofrezca sus primeros lirios y las huertas sus primeras rosas, “en una tarde azul”, suba al Espino, “al alto Espino donde está su tierra”. Leonor vive desde entonces en el perenne abril de los campos de Castilla.

Para ella, la elegancia del ciprés que mencionó Machado en Las encinas.


Thursday, May 24, 2012

(Di)vagar y terminar en Rímini

Pietro da Rímini

Escribo invita Minerva hasta que brote la palabra justa. Me demoro en una línea. Abro un espacio para el silencio, pero el silencio no llega. Dejo escapar un vocablo que tenía en la punta de la lengua. Algún día retornará. Hace poco leí al uruguayo Levrero y disfruté su “discurso vacío”, sus terapias grafológicas. Me digo que puedo hacer lo mismo, pero abandono la idea antes de ensayarla. Recuerdo que el pintor Edgar Giménez me recomendó en San Felipe, “soltar la mano” y empezar a dibujar en un cuaderno. Tampoco lo hice. Ahora persisto sobre la página, tras la palabra esquiva. Puedo seguirla asediando, pero también detenerme y discurrir acerca de ese asedio incesante. Escribir que escribo invita Minerva hasta que brote la palabra justa…
 
Me interrumpo para decir que la mañana me trajo las devociones de Bonnefoy, quien dedicó una de ellas a los pintores de la escuela de Rímini.

Borro todo lo anterior para mirar a los alumnos de Giotto y quedarme con ellos un rato en la capilla.

Sunday, May 06, 2012

LECTURA CON PACIANA


Dentro de dos años celebraremos el centenario de Octavio Paz. Estoy seguro de que su libro Conjunciones y disyunciones será recordadísimo. Lo digo porque releo en este momento algunas de sus páginas y las encuentro deslumbrantes. Me detengo en las que figuran bajo el título Piras, mausoleos, sagrarios.

Paz se va al siglo XIV y sigue de cerca al Arcipreste de Hita en su pequeña ciudad. El clérigo viene de alguna incursión venatoria en un monte vecino. Ya está dentro de la iglesia en la que Paz lo consigue, paseándose en el atrio y acompañado por la Trotaconventos. El mexicano recuerda entonces unos versos de Diego Sánchez de Badajoz, unos versos que valen oro:


No me las enseñes más/ que me matarás”.

Los dice en alta voz y sale.

Poco antes, Paz había descrito lo que veía por la ventana: los mausoleos de los sultanes de la dinastía Lodi, cuyos domos le parecieron inmóviles magnolias. Se estaba haciendo de noche. Detuvo la escritura y pensó que, aunque el dios del Islam no es el de su devoción, esas tumbas le han descubierto la disolución de una lucha: la de la muerte con la vida.

Cierro el libro y profano la prosa del maestro para anotar esta paciana:


Es casi de noche.
Una luz difusa
permite ver las tumbas.
Ni piedra ni oro:
árboles y luna.

Un instante apenas
y sólo se ven los domos:
grandes magnolias inmóviles.

El cielo se ha dormido en el estanque.
No hay abajo ni arriba.

El mundo todo
en un rectángulo sereno.