Dentro de dos años celebraremos el centenario de Octavio Paz. Estoy seguro de que su libro Conjunciones y disyunciones será recordadísimo. Lo digo porque releo en este momento algunas de sus páginas y las encuentro deslumbrantes. Me detengo en las que figuran bajo el título Piras, mausoleos, sagrarios.
Paz se va al siglo XIV y sigue de cerca al Arcipreste de Hita en su pequeña ciudad. El clérigo viene de alguna incursión venatoria en un monte vecino. Ya está dentro de la iglesia en la que Paz lo consigue, paseándose en el atrio y acompañado por la Trotaconventos. El mexicano recuerda entonces unos versos de Diego Sánchez de Badajoz, unos versos que valen oro:
“No me las enseñes más/ que me matarás”.
Los dice en alta voz y sale.
Poco antes, Paz había descrito lo que veía por la ventana: los mausoleos de los sultanes de la dinastía Lodi, cuyos domos le parecieron inmóviles magnolias. Se estaba haciendo de noche. Detuvo la escritura y pensó que, aunque el dios del Islam no es el de su devoción, esas tumbas le han descubierto la disolución de una lucha: la de la muerte con la vida.
Cierro el libro y profano la prosa del maestro para anotar esta paciana:
Es casi de noche.
Una luz difusa
permite ver las tumbas.
Ni piedra ni oro:
árboles y luna.
Un instante apenas
y sólo se ven los domos:
grandes magnolias inmóviles.
El cielo se ha dormido en el estanque.
No hay abajo ni arriba.
El mundo todo
en un rectángulo sereno.
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