Yves Bonnefoy
Cinco de la mañana. Café y primera mirada a los
diarios digitales. Me entero de la muerte del gran poeta francés Yves Bonnefoy.
Justamente ayer, para bajar un libro de Max Aub
de una de las torres de la biblioteca, me encontré con varios de Bonnefoy, que
bajé también para subirlos de inmediato. No lo hice. Los dejé cerca, sólo por
olvido. Por eso, hace unos minutos, al enterarme de su muerte, abrí Del
movimiento y la inmovilidad de Douve, libro que, por cierto, es mencionado en la
nota que hoy le dedica Le Monde. ¡Douve es tantas cosas! Leí:
¿A quién asir sino a aquel se que escapa,
a quién ver sino a quien se oscurece,
y desear a quién sino al que muere,
sino al que habla y se desgarra?
¿qué perseguir en ti sino el silencio,
qué luminaria sino tu profunda
consciencia sepultada,
palabra material arrojada
sobre el origen y la noche?
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Creo que la primera vez que vi su nombre fue en
un texto de Octavio Paz, su gran amigo. Poco después, Monte Ávila y Alfredo
Silva Estrada (poeta y traductor, como Bonnefoy) me permitieron la lectura en
español de su magnífico libro sobre Rimbaud (Rimbaud por sí mismo, Caracas,
1975). Lo digo sólo por costumbre y gratitud: siempre que nombro o leo a
Bonnefoy me acuerdo de ellos y hoy no tiene por qué ser la excepción.
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Seguiremos leyéndolo con curiosidad y
admiración. Ahí está, en su lugar y en su destino: la imagen.