Tuesday, June 24, 2008

Hoy es San Gardel

Gardel y Razzano

Enrique Cadícamo acaba de llegar a un viejo café de la Boca, en Olavarría y Almirante Brown. Apenas se asoma, ya es otro tiempo. El café no existe más, pero ahora existe para él y comienza, entonces, a repetirse una escena vivida febrilmente por allá en el año de 1911, cuando Cafieri llevó a un dúo de cantores y lo plantó en el centro del bodegón, diciendo solemne: “Este mozo es el morocho y éste Pepe, el oriental”. Lo que vendría después sería la leyenda. Pero no nos adelantemos. Cadícamo está oyendo los aplausos clamorosos, desmesurados, incansables. El dúo vuelve por fin a templar con magia sus guitarras y se hace un silencio unánime, rotundo. De pronto viene el estallido universal y el público se disputa con vehemencia el pago de la próxima ronda, como lo dicta la antigua nobleza tabernaria. Cadícamo toma nota porque ya tiene en mente una milonga. La historia hay que cantarla para que otros la vivan, dice para sí. Llega la madrugada y Cadícamo retorna a su Buenos Aires espectral del presente, sin salir del todo de la Boca. Y escribe:

“Ah, café de aquel entonces
de la calle Olavarría,
donde de noche caia
allá por el año once…

De cuando yo, en mi arrabal,
de bravo tuve cartel.
El Morocho era Gardel
y Razzano el Oriental”


(Con Martín y Maitoni caminé por la calle Olavarría y llegué hasta la esquina de Almirante Brown el 27 de diciembre del 2005. A ellos dedico este recuerdo).

Saturday, June 07, 2008

La gracia de su cercanía

Olivia. Foto de Martín Castillo Morales

Todo lo que uno aspira parece concentrado en esta foto
que Martín le tomó a su hija en Buenos Aires.

Uno aspira, en verdad, a la belleza y a la alegría inabordables.

No las esperaba, pero ellas están acá,
espléndidas, puntuales.

Esta tarde las bendigo
y disfruto contemplándolas.
En ellas curo hoy mis aflcciones.

Un rey de leyenda

Rilke


Llevo un rato leyendo y acordándome de ti que estás en México.
Me gustaría compartir contigo lo que Rilke acaba de contarme:
la leyenda del rey Carlos XII de Suecia cuando cabalgaba por Ucrania
y odiaba la primavera y los cabellos de mujer.
Era un joven rey del norte que fue vencido en Ucrania.
Se dice que cabalgaba ciego entre sus muertos
y que enceguecía a quien lo contemplara.
Era, sin duda, un rey de leyenda.
Lo invoco ahora para no dejar de recordarte en mi ceguera.

Sunday, June 01, 2008

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (y IV)

Luis Alberto Crespo y Gustavo Pereira en Santiago de Cuba

10. Gustavo y su costado indio. Descubrirse diverso bajo su piel de catire (“nibelungo” le decía Tarique). Descubrir los pómulos, las plumas, los escombros… Escribió: “Vengo de tres sombras/ pero sólo conozco/ el desprecio que marcó la calzada que me conducía a las otras dos”. De allí surgen Escrito de salvaje y Costado Indio. Al primero pertenece el poema que leyó en la memorable sesión de la Constituyente para dar respuesta rotunda y firme al discurso racista de Jorge Olavarría. Una vez concluida su lectura las comunidades indígenas allí representadas le concedieron a Gustavo la distinción enorme de su ciudadanía.

“Soy uno de los pocos indios blancos de este país”, diría después con envidiable orgullo.

11. Quienes hemos disfrutado de la conversación fascinante de Gustavo Pereira, sabemos que esa cualidad verbal le permitió ser también un incomparable profesor universitario. Asimismo, su amor por los libros, su preocupación por la historia, su curiosidad por el costado indio y por la diversidad de nuestras culturas, lo llevaron a entregarle a la academia obras de verdadera creación intelectual y no simples “trabajos de ascenso” que sólo cumplieran con un requisito reglamentario. De ese esfuerzo dan cuenta sin ningún desperdicio los tres tomos de sus Historias del paraíso.Nuestras universidades desde hace tiempo se convirtieron en monstruosas burocracias, es decir, en espacios donde se dirimen poderes, no saberes. Sus prácticas corporativas, cuyo objetivo suele ser el control de beneficios y prebendas, nada tienen que ver con las razones de la poesía. Un hombre como Gustavo Pereira puede sentirse a gusto con sus alumnos en una clase, pero no en los cubículos de la negociación curricular. Su asunción casi apostólica de la poesía lo ha protegido siempre de las candilejas del poder, incluidas las del arrogante y lastimoso poder académico.

Una carta que Arnaldo Acosta Bello hizo pública en un libro de memorias (que es también un libro sobre poesía), revela los cuidados que Gustavo Pereira siempre ha tenido frente a las amenazas del poder, sobre todo cuando éstas se ciernen sobre personas de su afecto. Amparado en Arnaldo y en su libro, que algún disgusto causó en la ULA en su momento, copio la carta de Gustavo para ilustrar cuanto vengo diciendo:

Querido Pepe, recién llego del Ecuador donde había estado un par de semanas en una aventura desigual, humanísima, y turbulenta, y me hallo tu fraterna carta por la que conozco que recibiste mi carcaj de flechas neptunianas por esa terrible vaina que te quieren echar, de nombrarte decano.// Otro tanto querían y quieren hacer conmigo acá, hermosos amigos del alma que no terminan de comprender en sus buenos deseos y en sus querencias, que nuestro corazón es de aserrín, que todo poder termina por jodernos, que toda tentación nos deslumbra al tiempo que nos pierde por la sinrazón que finalmente somos. Uno, hermano mío, no tiene remedio entre halagos. Es más, los discordia. La vieja prostituta que es la poesía, es por naturaleza infiel, pero suele vengarse de nuestras infidelidades como si no alcanzase a comprender que siendo humanos, somos también cotidiana materia antipoética. Eso que algunos llaman hacer carrera, va muy bien con los funcionarios, con los políticos y con los académicos: de ellos es el reino de las ubicuidades. ¿No nos basta a nosotros con la gloria y la terrible vanidad de querer ser justos y buenos y además hallar en la vida, en la luz, en el aire, en el farallón esplendente de un deseado cuerpo, todo el néctar que se requiere para sobrevivir y a ratos ser felices?// Yo no te veo, como yo no me veo, de toga y birrete, rostro serio de perdonavidas, acomparsando esa lastimosa farsa oficial en que han convertido la educación.// Por eso sufrí por ti antes del crimen, el terrible suplicio, que al parecer, estoicamente, otros amigos muy queridos han podido soportar. // Ojalá, pues, no ganes, y te quedes así, medianamente pobre como somos, que es bastante para abrir de mañana la ventana, para que el sol deje otra vez el lápiz y la taza, la tinta y el pantalón, y nos sorprenda el rostro grave del eclipse en que a veces nos convierten las penas.// Nada más puede decirte tu hermano, y eso lo sabes. La vida nos coloca a veces en urgencias insoslayables, las tuyas actuales no las conozco. Si aceptaste fue porque debías aceptar, lo sé. Pero ojalá no ganes, aunque presiento que ganarás por todos los votos del mundo. Y si no hay más remedio, no es tan desconocido el patíbulo para muchos de nosotros. Afectos de Gustavo”

12. En noviembre de 1999 participé en una reunión en la que se buscaba un nombre para la presidencia del CONAC. El ministro Navarro lo propondría al Jefe de Estado, después de hacer las consultas pertinentes. Quienes allí estábamos coincidimos, en primer lugar, en el nombre de Gustavo Pereira, pero Gustavo rechazó la idea de una manera tajante, rotunda. No hubo forma ni manera de obtener de él algún atisbo de reconsideración. “Prefiero seguir contemplando el mar”, nos dijo. Fiel a la sabiduría de contemplar el mar desde su isla, el poeta nos estaba diciendo esa noche un somari:

Pudo ser ministro pero prefirió/ regentar sus papeles/ que se le escapaban/ Tener poder pero qué/ más poder que festejarse/ en los pechos amados?/ Enriquecerse pero qué/ otra riqueza / a la suya que se reparte sin tasa?”.

13. La dignidad del poeta interpela no sólo a los representantes de cierta izquierda tornadiza, sino también a quienes diciéndose revolucionarios de ahora, buscan solamente protagonismo y ventajas transitorias. Distante de las jerarquías, pero también de las imposturas, Gustavo Pereira es hoy un feliz ejemplo de resistencia ética.

14. Intento el somari del anagrama para concluir:

Le pregunté al somari
¿quién eres?

-Soi mar,
me respondió.

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (III)

Gustavo Pereira

7. A los 17 años leí en el Papel Literario unos poemas de Víctor Salazar que formaban parte de un libro titulado Cartas de la calle Victoria. Después, mucho después, supe que este poeta extraño, desterrado y espléndido, fallecido antes de cumplir 43 años, había sido un gran amigo de Gustavo Pereira y que Nicanor Salazar, su padre, había llegado a El Morro de Barcelona junto con Juan Salazar Marcano, el abuelo materno de Gustavo. Víctor había nacido en la isla de Coche y, Gustavo, como sabemos, en la de Margarita. Los unían, pues, las islas, los ancestros y la poesía. Alguna vez compartieron vivienda en la Avenida Victoria de Caracas. También compartieron tabernas y vigilias. Mi memoria siempre los asoció. El lector sorprendido que yo era en el 67 transitaba sin dificultad alguna desde un libro de Pereira que me encantaba (En plena estación) a los íngrimos poemas en prosa de Víctor Salazar. De la palabra activa y mordaz de un solidario a la palabra intemporal de un desolado.

Cuando Víctor Salazar murió Gustavo escribió una hermosísima elegía. En ella dijo:

Los poemas tal vez nos sobrevivan/ pero serán de otros como siempre quisimos.

8. Permítaseme un lugar común que en el fondo no es tal: una de las virtudes más admirables de Gustavo Pereira es su invicto sentido de la amistad. La amistad resiste con éxito distancias ideológicas y evita la violencia en las rupturas fatales que nos depara la vida. Más cultural que instintiva, la amistad es la verdadera prueba de la adhesión humana. Gustavo Pereira cree en ella como valor supremo y no le escatima tiempo ni cuidados.

Recuerdo haber tenido hace ocho años una larga conversación telefónica con el poeta. Hablábamos de dos entrañables amigos suyos entonces enfrentados. Yo había tomado partido por uno de ellos. Gustavo procuraba el punto de encuentro, el difícil lugar de la conciliación. Sus razones eran afectivas, pero eran razones y no sólo sentimientos. Al final de la conversación, el tono de Gustavo era un tono de dolor, dolor por los amigos queridos que se querellaban sin tregua. Ese día tuve la certeza de haber oído una serena lección de nobleza humana.

Para decirlo mejor me apoyo en un poema de La fiesta sigue:

“Cuando se dice la palabra amigo se dice sólo lo indispensable/ Vale decir/ Hermano/ Compañero/ Familia/ La vida que soñamos/ El mar/ Cotidianos sabores/ Una cerveza bajo el limpio cielo/ El olor a escafandra de cierto muelle/ Una calle sola por donde desandamos nuestros huesos (…) Cuando se dice amigo se dice Certidumbre/ Se dice Ternura/ Se dice Costa Blanca y Común/ como un pan/ Y se tiene una lámpara encendida en los ojos/ Y un resplandor adentro”.

9. El suplemento cultural de un diario de provincia le sirvió a Gustavo Pereira para demostrar que la generosidad intelectual puede ejercerse sin límites. Desde la redacción de “Los domingos en Antorcha”, en El Tigre, abrió cauces para la creación y orientó a jóvenes escritores que lo reconocieron de inmediato como su maestro. Bajo su dirección, más que una página literaria, el suplemento de Antorcha fue un fértil taller de literatura. Gustavo, que venía de ganar el concurso internacional de poesía de Imagen (comenzaban los 70) y que compartía su actividad cultural con el trabajo de juez en El Tigrito, convocó al talento y le ofreció sin restricciones su espléndida casa literaria. Un día abrió la puerta un joven narrador que comenzaba a explorar con su inmensa inteligencia la memoria de los campos petroleros y a escuchar minuciosamente las voces secretas de su pueblo. En otra ocasión fue un adolescente con sus primeros y maravillosos textos poéticos el que tocaba y entraba con su temprana curiosidad por lo sagrado. Hablo de Benito Yrady y de Santos López, respectivamente. Pero también podría mencionar, entre otros, a Tarek William Saab, a Néstor López y a Josu Landa.
Todos ellos (y muchos otros) recibieron, más que el consejo, la confianza alentadora de Gustavo Pereira.