Luis Alberto Crespo y Gustavo Pereira en Santiago de Cuba
10. Gustavo y su costado indio. Descubrirse diverso bajo su piel de catire (“nibelungo” le decía Tarique). Descubrir los pómulos, las plumas, los escombros… Escribió: “Vengo de tres sombras/ pero sólo conozco/ el desprecio que marcó la calzada que me conducía a las otras dos”. De allí surgen Escrito de salvaje y Costado Indio. Al primero pertenece el poema que leyó en la memorable sesión de la Constituyente para dar respuesta rotunda y firme al discurso racista de Jorge Olavarría. Una vez concluida su lectura las comunidades indígenas allí representadas le concedieron a Gustavo la distinción enorme de su ciudadanía.
“Soy uno de los pocos indios blancos de este país”, diría después con envidiable orgullo.
11. Quienes hemos disfrutado de la conversación fascinante de Gustavo Pereira, sabemos que esa cualidad verbal le permitió ser también un incomparable profesor universitario. Asimismo, su amor por los libros, su preocupación por la historia, su curiosidad por el costado indio y por la diversidad de nuestras culturas, lo llevaron a entregarle a la academia obras de verdadera creación intelectual y no simples “trabajos de ascenso” que sólo cumplieran con un requisito reglamentario. De ese esfuerzo dan cuenta sin ningún desperdicio los tres tomos de sus Historias del paraíso.Nuestras universidades desde hace tiempo se convirtieron en monstruosas burocracias, es decir, en espacios donde se dirimen poderes, no saberes. Sus prácticas corporativas, cuyo objetivo suele ser el control de beneficios y prebendas, nada tienen que ver con las razones de la poesía. Un hombre como Gustavo Pereira puede sentirse a gusto con sus alumnos en una clase, pero no en los cubículos de la negociación curricular. Su asunción casi apostólica de la poesía lo ha protegido siempre de las candilejas del poder, incluidas las del arrogante y lastimoso poder académico.
Una carta que Arnaldo Acosta Bello hizo pública en un libro de memorias (que es también un libro sobre poesía), revela los cuidados que Gustavo Pereira siempre ha tenido frente a las amenazas del poder, sobre todo cuando éstas se ciernen sobre personas de su afecto. Amparado en Arnaldo y en su libro, que algún disgusto causó en la ULA en su momento, copio la carta de Gustavo para ilustrar cuanto vengo diciendo:
“Querido Pepe, recién llego del Ecuador donde había estado un par de semanas en una aventura desigual, humanísima, y turbulenta, y me hallo tu fraterna carta por la que conozco que recibiste mi carcaj de flechas neptunianas por esa terrible vaina que te quieren echar, de nombrarte decano.// Otro tanto querían y quieren hacer conmigo acá, hermosos amigos del alma que no terminan de comprender en sus buenos deseos y en sus querencias, que nuestro corazón es de aserrín, que todo poder termina por jodernos, que toda tentación nos deslumbra al tiempo que nos pierde por la sinrazón que finalmente somos. Uno, hermano mío, no tiene remedio entre halagos. Es más, los discordia. La vieja prostituta que es la poesía, es por naturaleza infiel, pero suele vengarse de nuestras infidelidades como si no alcanzase a comprender que siendo humanos, somos también cotidiana materia antipoética. Eso que algunos llaman hacer carrera, va muy bien con los funcionarios, con los políticos y con los académicos: de ellos es el reino de las ubicuidades. ¿No nos basta a nosotros con la gloria y la terrible vanidad de querer ser justos y buenos y además hallar en la vida, en la luz, en el aire, en el farallón esplendente de un deseado cuerpo, todo el néctar que se requiere para sobrevivir y a ratos ser felices?// Yo no te veo, como yo no me veo, de toga y birrete, rostro serio de perdonavidas, acomparsando esa lastimosa farsa oficial en que han convertido la educación.// Por eso sufrí por ti antes del crimen, el terrible suplicio, que al parecer, estoicamente, otros amigos muy queridos han podido soportar. // Ojalá, pues, no ganes, y te quedes así, medianamente pobre como somos, que es bastante para abrir de mañana la ventana, para que el sol deje otra vez el lápiz y la taza, la tinta y el pantalón, y nos sorprenda el rostro grave del eclipse en que a veces nos convierten las penas.// Nada más puede decirte tu hermano, y eso lo sabes. La vida nos coloca a veces en urgencias insoslayables, las tuyas actuales no las conozco. Si aceptaste fue porque debías aceptar, lo sé. Pero ojalá no ganes, aunque presiento que ganarás por todos los votos del mundo. Y si no hay más remedio, no es tan desconocido el patíbulo para muchos de nosotros. Afectos de Gustavo”
12. En noviembre de 1999 participé en una reunión en la que se buscaba un nombre para la presidencia del CONAC. El ministro Navarro lo propondría al Jefe de Estado, después de hacer las consultas pertinentes. Quienes allí estábamos coincidimos, en primer lugar, en el nombre de Gustavo Pereira, pero Gustavo rechazó la idea de una manera tajante, rotunda. No hubo forma ni manera de obtener de él algún atisbo de reconsideración. “Prefiero seguir contemplando el mar”, nos dijo. Fiel a la sabiduría de contemplar el mar desde su isla, el poeta nos estaba diciendo esa noche un somari:
“Pudo ser ministro pero prefirió/ regentar sus papeles/ que se le escapaban/ Tener poder pero qué/ más poder que festejarse/ en los pechos amados?/ Enriquecerse pero qué/ otra riqueza / a la suya que se reparte sin tasa?”.
13. La dignidad del poeta interpela no sólo a los representantes de cierta izquierda tornadiza, sino también a quienes diciéndose revolucionarios de ahora, buscan solamente protagonismo y ventajas transitorias. Distante de las jerarquías, pero también de las imposturas, Gustavo Pereira es hoy un feliz ejemplo de resistencia ética.
14. Intento el somari del anagrama para concluir:
Le pregunté al somari
¿quién eres?
-Soi mar,
me respondió.
“Soy uno de los pocos indios blancos de este país”, diría después con envidiable orgullo.
11. Quienes hemos disfrutado de la conversación fascinante de Gustavo Pereira, sabemos que esa cualidad verbal le permitió ser también un incomparable profesor universitario. Asimismo, su amor por los libros, su preocupación por la historia, su curiosidad por el costado indio y por la diversidad de nuestras culturas, lo llevaron a entregarle a la academia obras de verdadera creación intelectual y no simples “trabajos de ascenso” que sólo cumplieran con un requisito reglamentario. De ese esfuerzo dan cuenta sin ningún desperdicio los tres tomos de sus Historias del paraíso.Nuestras universidades desde hace tiempo se convirtieron en monstruosas burocracias, es decir, en espacios donde se dirimen poderes, no saberes. Sus prácticas corporativas, cuyo objetivo suele ser el control de beneficios y prebendas, nada tienen que ver con las razones de la poesía. Un hombre como Gustavo Pereira puede sentirse a gusto con sus alumnos en una clase, pero no en los cubículos de la negociación curricular. Su asunción casi apostólica de la poesía lo ha protegido siempre de las candilejas del poder, incluidas las del arrogante y lastimoso poder académico.
Una carta que Arnaldo Acosta Bello hizo pública en un libro de memorias (que es también un libro sobre poesía), revela los cuidados que Gustavo Pereira siempre ha tenido frente a las amenazas del poder, sobre todo cuando éstas se ciernen sobre personas de su afecto. Amparado en Arnaldo y en su libro, que algún disgusto causó en la ULA en su momento, copio la carta de Gustavo para ilustrar cuanto vengo diciendo:
“Querido Pepe, recién llego del Ecuador donde había estado un par de semanas en una aventura desigual, humanísima, y turbulenta, y me hallo tu fraterna carta por la que conozco que recibiste mi carcaj de flechas neptunianas por esa terrible vaina que te quieren echar, de nombrarte decano.// Otro tanto querían y quieren hacer conmigo acá, hermosos amigos del alma que no terminan de comprender en sus buenos deseos y en sus querencias, que nuestro corazón es de aserrín, que todo poder termina por jodernos, que toda tentación nos deslumbra al tiempo que nos pierde por la sinrazón que finalmente somos. Uno, hermano mío, no tiene remedio entre halagos. Es más, los discordia. La vieja prostituta que es la poesía, es por naturaleza infiel, pero suele vengarse de nuestras infidelidades como si no alcanzase a comprender que siendo humanos, somos también cotidiana materia antipoética. Eso que algunos llaman hacer carrera, va muy bien con los funcionarios, con los políticos y con los académicos: de ellos es el reino de las ubicuidades. ¿No nos basta a nosotros con la gloria y la terrible vanidad de querer ser justos y buenos y además hallar en la vida, en la luz, en el aire, en el farallón esplendente de un deseado cuerpo, todo el néctar que se requiere para sobrevivir y a ratos ser felices?// Yo no te veo, como yo no me veo, de toga y birrete, rostro serio de perdonavidas, acomparsando esa lastimosa farsa oficial en que han convertido la educación.// Por eso sufrí por ti antes del crimen, el terrible suplicio, que al parecer, estoicamente, otros amigos muy queridos han podido soportar. // Ojalá, pues, no ganes, y te quedes así, medianamente pobre como somos, que es bastante para abrir de mañana la ventana, para que el sol deje otra vez el lápiz y la taza, la tinta y el pantalón, y nos sorprenda el rostro grave del eclipse en que a veces nos convierten las penas.// Nada más puede decirte tu hermano, y eso lo sabes. La vida nos coloca a veces en urgencias insoslayables, las tuyas actuales no las conozco. Si aceptaste fue porque debías aceptar, lo sé. Pero ojalá no ganes, aunque presiento que ganarás por todos los votos del mundo. Y si no hay más remedio, no es tan desconocido el patíbulo para muchos de nosotros. Afectos de Gustavo”
12. En noviembre de 1999 participé en una reunión en la que se buscaba un nombre para la presidencia del CONAC. El ministro Navarro lo propondría al Jefe de Estado, después de hacer las consultas pertinentes. Quienes allí estábamos coincidimos, en primer lugar, en el nombre de Gustavo Pereira, pero Gustavo rechazó la idea de una manera tajante, rotunda. No hubo forma ni manera de obtener de él algún atisbo de reconsideración. “Prefiero seguir contemplando el mar”, nos dijo. Fiel a la sabiduría de contemplar el mar desde su isla, el poeta nos estaba diciendo esa noche un somari:
“Pudo ser ministro pero prefirió/ regentar sus papeles/ que se le escapaban/ Tener poder pero qué/ más poder que festejarse/ en los pechos amados?/ Enriquecerse pero qué/ otra riqueza / a la suya que se reparte sin tasa?”.
13. La dignidad del poeta interpela no sólo a los representantes de cierta izquierda tornadiza, sino también a quienes diciéndose revolucionarios de ahora, buscan solamente protagonismo y ventajas transitorias. Distante de las jerarquías, pero también de las imposturas, Gustavo Pereira es hoy un feliz ejemplo de resistencia ética.
14. Intento el somari del anagrama para concluir:
Le pregunté al somari
¿quién eres?
-Soi mar,
me respondió.
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