Gardel y Razzano
Enrique Cadícamo acaba de llegar a un viejo café de la Boca, en Olavarría y Almirante Brown. Apenas se asoma, ya es otro tiempo. El café no existe más, pero ahora existe para él y comienza, entonces, a repetirse una escena vivida febrilmente por allá en el año de 1911, cuando Cafieri llevó a un dúo de cantores y lo plantó en el centro del bodegón, diciendo solemne: “Este mozo es el morocho y éste Pepe, el oriental”. Lo que vendría después sería la leyenda. Pero no nos adelantemos. Cadícamo está oyendo los aplausos clamorosos, desmesurados, incansables. El dúo vuelve por fin a templar con magia sus guitarras y se hace un silencio unánime, rotundo. De pronto viene el estallido universal y el público se disputa con vehemencia el pago de la próxima ronda, como lo dicta la antigua nobleza tabernaria. Cadícamo toma nota porque ya tiene en mente una milonga. La historia hay que cantarla para que otros la vivan, dice para sí. Llega la madrugada y Cadícamo retorna a su Buenos Aires espectral del presente, sin salir del todo de la Boca. Y escribe:
“Ah, café de aquel entonces
de la calle Olavarría,
donde de noche caia
allá por el año once…
De cuando yo, en mi arrabal,
de bravo tuve cartel.
El Morocho era Gardel
y Razzano el Oriental”
(Con Martín y Maitoni caminé por la calle Olavarría y llegué hasta la esquina de Almirante Brown el 27 de diciembre del 2005. A ellos dedico este recuerdo).
“Ah, café de aquel entonces
de la calle Olavarría,
donde de noche caia
allá por el año once…
De cuando yo, en mi arrabal,
de bravo tuve cartel.
El Morocho era Gardel
y Razzano el Oriental”
(Con Martín y Maitoni caminé por la calle Olavarría y llegué hasta la esquina de Almirante Brown el 27 de diciembre del 2005. A ellos dedico este recuerdo).
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