Sunday, January 27, 2008

Villa Crespo desde el taxi

Villa Crespo. Calle Corrientes.

El 8 de enero, yendo hacia Ezeiza desde Belgrano, el taxista más logorreico de Buenos Aires y sus alrededores nos paseó por Villa Crespo. Viendo las calles y las casas del barrio mi deformación literaria me llevó a recordar casi de inmediato a Adán Buenosayres, la gran novela de Leopoldo Marechal. Busqué la calle Monte Egmont, pensando en que ahora se llama Tres Arroyos y no la vi. Como la memoria suele ser caótica recordé en ese momento a mi tío Abelardo cuando cantaba El Pañuelito (“el pañuelito blanco que te ofrecí”). Rectifico. No hubo caos. La novela de Marechal comienza, precisamente, con esa canción que cantaba mi tío en los años cincuenta, recién llegado a la casa de la 17 y convertido desde entonces en un bellísimo mito familiar. Así que todo estuvo en orden. También recordé al Trianón, al Trianón de Villa Crespo, del que se habla con cierto desdén en el tango Muñeca Brava, de Cadícamo: “Sos del Trianón… del Trianón de Villa Crespo,/ milonguerita… juguete de ocasión”. No dije nada, por supuesto. Y el taxista continuó su tortuosa ruta hacia Ezeiza, así como el insufrible monólogo que demostró la firme paciencia de Cuchi, de Luisana y del suscrito.

Tuesday, January 22, 2008

Para que él se llamase Angel González


Para que él se llamase definitivamente Angel González y para que su voz se oyese unánime en toda España, fueron necesarios ochenta y dos años contados desde Oviedo y vividos con fervor -palabra sobre palabra- en el áspero mundo que le tocó habitar.

Me enteré tarde de su muerte, ocurrida el mismo dia que la de Adriano González León, pero unas horas antes. Enero seguía desangelándose.

Fue poeta de los cincuenta. Y también de las décadas que están por sucederse. Abrase cualquiera de sus libros para comprobarlo.

Sunday, January 20, 2008

Adriano González León y el Cinelandia de Valera



18-01-08: Hoy dediqué la sección literaria del programa de radio de la UNEY a Adriano González León. Adriano murió el sábado 12. El domingo pasado, recién llegado de Buenos Aires, compré la prensa en Caracas y vi la noticia de su muerte. Este año Adriano habría cumplido 77, la cifra prodigiosa. Fue González León en los sesenta uno de los mejores narradores venezolanos. En los noventa, ya Viejo, siguió siéndolo y es que nadie escribe de balde una obra maestra como País Portátil.

Como de costumbre, el azar concurrente hizo de las suyas. Resulta que en estos días busqué en mi desordenada biblioteca todos los libros de Adriano. Extrañamente los conseguí sin mayores dificultades, salvo uno: Hombre que daba sed. De ese libro tengo la primera edición, la de Jorge Alvarez, de 1967, que compré en la librería Suma al poco tiempo de su salida. Bien. Ese delgado volumen se demoró en aparecer hasta que mi memoria se iluminó y me fue guiando a la parte oculta del estante que lo alojaba. Lo saqué de allí con alegría y abrí sus páginas para leer Madán Clotilde. Al pasar sus páginas para llegar al cuento deseado, vi una hoja amarilla doblada. La saqué y abrí. Sorpresa. Era la copia de una planilla del Banco de Maracaibo: una planilla de transferencias fechada el 13 de enero de 1975. En ella mi papá me enviaba tres mil bolívares. Recordé de inmediato que para esa fecha yo estaba de visita en Venezuela. Vivía entonces en España y había venido a pasar las vacaciones de navidad y año nuevo en Barquisimeto. Estaba por retornar a Barcelona y seguramente le había pedido a mi padre dinero para pagar el pasaje comprado por mí a crédito. Me lo envió mediante esa transferencia, cuya planilla tiene su amorosa firma. Es una copia (la que le que queda al cliente), pero la firma es nítida, visible, rotunda: “J.M. Castillo D”. Pienso: Adriano murió y mi padre también. Uno el siete (mi papá) y otro el doce (Adriano). Yo llegué a Venezuela el 13 y, como ya dije, me enteré de la muerte de González León ese mismo día. La planilla de la transferencia que me hizo mi padre tiene también esa fecha.
Concluyo que las concurrencias del azar son infinitas. Sin mucho rebuscar encuentro ahora en mi memoria una conversación con Adriano de hace año y medio, en Valencia, en la que hablamos de un cine de Valera que conocí por mi papá durante un viaje inolvidable a la ciudad de Adriano: el Cinelandia. Allí vi con Balbino, el chofer de mi papá, una película mexicana: Dos gallos en palenque. Nos habíamos hospedado en el legendario Hotel Haack, cercano a la plaza.
Contemplar una montaña todos los días, antes de subir a la chevrolet azul, fue uno de los actos más hermosos de la infancia que entonces estaba por dejar. Desde esa época adoro a Valera y más la adoré cuando en el 67 descubrí a Adriano y supe que mi admirado escritor había nacido allí.

Monday, January 07, 2008

Gracias, José Manuel


Mi padre, José Manuel Castillo Díaz, murió hace unas horas en Barquisimeto. No estuve allí para velar su partida, pero algo me dice que él estuvo conmigo esta mañana.

Vivió casi 87 años. Fue padre de sus hijos y de sus hermanos.

Mereció las alegrías que tuvo, así como la paz que ahora alcanza.

Después de habernos dado tanto, hoy nos dio su alma.

Gracias, papá.

Buenos Aires, 7 de enero del 2007