Wednesday, December 31, 2008

¡Feliz 2009!

La librería de Romano muestra su enseña (y nos da su enseñanza)


Escribo en la mañana del último día del 2008. Estoy con mi hijo Martín en su apartamento de Buenos Aires. El escribe y oye música. Le pregunto qué escucha y me responde que a un grupo venezolano llamado Retrovértigo. Miro hacia la ventana y veo el cielo despejado del verano porteño. Pienso en el nombre del grupo y me siento feliz de no sufrir de vértigo, ni siquiera de retrovértigo, aunque el año que concluye haya sido tan rápido y violento. Pienso de nuevo que me gustan más los años impares y por eso, supersticioso, abrigo cosas muy buenas para el 2009, que espero sea más calmado y más amable, de más lecturas y relecturas.
Ayer me compré un viejo librito de Bergamín en la librería de Romano. El libro terminó obsequiándomelo, como otros que compré, mi generoso amigo Matías Bruera, quien me llevó a ese santuario de Sarmiento que es la grata librería de Romano. El libro de don Pepe Bergamín se titula La corteza de la letra, (una cita de Fray Luis de León). Bergamín comienza hablando, precisamente, de lecturas y de relecturas, de olvidos y de recuerdos. Releer es recordar lo leído, saborearlo, dice Bergamín. Releamos lo bueno del 2008 y no olvidemos lo malo, pero sólo para compensar y despertarnos felices aprendiendo de todo cuanto nos haya pasado.
Les deseo a todos un feliz 2009, lleno de relecturas y de afectos.

Friday, December 19, 2008

Gómez: cien años


19-12-08: Hoy se están cumpliendo cien años del golpe de estado contra Cipriano Castro. La usurpación perpetrada por su compadre Juan Vicente Gómez tuvo el apoyo de casi todos los grupos de opinión de entonces, con los cuales el “Rehabilitador” mantendría una luna de miel de casi un lustro. Pocos políticos e intelectuales comenzaron a oponérsele temprano. Uno de ellos fue Rufino Blanco Fombona, cuya pluma sangrante fustigó largamente y sin titubeos al Judas Capitolino. Más tarde se sumarían otros que terminarían en el exilio o en la cárcel. Sin embargo, un buen número de serviles continuó rindiéndole honores al “Benemérito”, convertido ya en un tirano implacable. Sus nombres son conocidos y figuran con grandes letras en el museo nacional de la alcahuetería.

Desde antes del golpe Gómez contó con el apoyo irrestricto del gobierno de los Estados Unidos, que deseaba expresamente “un Porfirio Díaz para Venezuela”. El 14 de diciembre de 1908 el presidente encargado de Venezuela le ordenó al patético canciller José de Jesús Paúl que le rogara a los Estados Unidos el envío a las costas de Venezuela de naves de guerra “en prevision de acontecimientos”. Paúl cumplió la orden a través del embajador brasileño en Caracas, encargado de los intereses norteamericanos en Venezuela, en virtud de que Castro había roto relaciones con los Estados Unidos en el mes de junio de ese año. Solícito, el Departamento de Estado envió los navíos y a un comisionado de apellido Buchanan para cumplir con el pedimento gomero. Se iniciaba así la entrega total de nuestra soberanía…

Hoy se cumplen cien años del inicio del régimen gomecista que se prolongaría hasta 1935. Durante esos 27 años, entre otras ignominias, el país fue vendido (casi regalado, en rigor) al capital petrolero internacional…

Para recordar esa pesadilla histórica, leamos de nuevo un poema magistral de Andrés Eloy Blanco, titulado, precisamente, Pesadilla, Pesadilla con tambor, para ser más exactos. Están allí los nombres sombríos de los áulicos, de los cancerberos, de los concesionarios, de los miembros del clan, de los lugares del oprobio… Hay que leerlo en voz alta y darle el ritmo que el delirio del poema nos va imponiendo, hasta llegar al vértigo total en los tres últimos versos que deben ser dichos con la rapidez y fuerza necesarias para despertarnos. Es una obra maestra y acá la copio:

Pesadilla con tambor


Juanchito...
Anito...
Silverito...
Guillermito...

Camero.
Ranero.
Cepo Ballestero.
Rodríguez Rivero.

Itriago.
Sayago.

Arcaya.
Carvallo.
Bello. Guerra Bello.
Carecaballo.
Puerto Cabello.

Aristimuño.
Cuartel del Cuño.

El Comisario.
José Rosario.

Maracay.
Ay. Ay. Ay.

Rafael María.
José María.
Pedro García.
Jorge García.
José Rosario.
Pedro María.
Frías. Frías. Frías.

Los desterrados.
Los torturados.
Los degollados.
Los Consulados.

Hermanos Gómez. Hermanos Gámez.
Los Bienvenida. Cochino Inglés.
López Rodríguez. Rodríguez López.
Pietropaoli.
Josué. Josué. Josué.

Adolfo Bueno. Díaz González.
Cien días. Mil días.
Cuántos días preso?
Bueno. Díaz González.
Preso: cuándo sales?
Los Díaz. Los Buenos.
Buenos Días, González.

Grillos. Grillos. Grillos.
La Rotunda en el Castillo.

Porras. Volcán. Sandoval.
Patanemo en las Colonias.
Palenque con Naricual.
Castillo y Rotunda.
Ministro de Holanda.
Pedro Alcántara Leal.

Vienen degollando.
Vienen velazqueando.
Vienen sayagueando.

Nereo. Fusiles.
Mil Jefes Civiles.

Grillos. Grillos. Grillos.
Plan en Los Hatillos.
Plan en Candelaria.
Plan en Camoruco.
Trompillos. Trompillos.
Grillos. Grillos. Grillos.
Tinoco. Fonseca. Bejuco.

Arveja. Quinchoncho.
Evencio. Florencio.

Don Juancho. Don Concho.
Eustoquio. Aparicio.
Suplicio. Suplicio. Suplicio. Suplicio...
Vidrio molido.
Bola y cadena.
Viene Velazco.
Viene Requena.

Vienen Pimenteles.
Vienen Tarazonas.
Vienen Colmenares.

Veinte. Treinta. Cien.
Hidalgo.
Don Santos.
Rubén.

Marión.
Valentine.
Fulleborn.
Román.
Rincón.
Tocorón. Tocorón. Tocorón.
Chacón. Chacón.
Parra Picón.
Parra Picón.
Parra Picón.

Andrés Eloy Blanco

Monday, November 10, 2008

Nuestra señora de la saya y del chocolate

El Tocuyo

Esas delicadas y bellas páginas vienen de la nostalgia. Las escribió Francisco Tamayo haciendo crónica de los primeros veinticinco años de su vida y las reunió un día bajo el título de El signo de la piedra. Vienen del Tocuyo de comienzos del siglo XX y son memoria cálida del río y la montaña, de los hombres y de las haciendas, del cañamelar y los trapiches. Son un recorrido amable por la vida de un pueblo venezolano que, como muchos otros, medía el tiempo por extensos períodos marcados por hechos imborrables: cuando los chuíos y los chuaos, cuando Montilla, cuando la langosta, cuando el cometa, cuando la gabaldonera, cuando el terremoto. A esas páginas de Tamayo retorno hoy para disfrutar del arte del cronista que sabe tratar con la historia y la microhistoria, sin salirse de su oficio de escritor sabio y elegante. Por cierto, es una lástima que ese libro no cuente todavía con una edición que le haga honor a su grandeza.

Siempre me maravilla en El signo de la piedra la escena proustiana y ceremonial del chocolate. Cuando la leo siento haberla vivido o, por lo menos, habérsela escuchado a mi abuela Ana y experimento entonces eso que algunos llaman memoria transferida. La resonancia de las imágenes que los demás te refieren con vivacidad, puede pasar a ser tuya. Eso me ha ocurrido muchas veces. Por eso creo que no sólo somos nuestra memoria. Somos también la memoria de los otros. He aquí que recuerdo haber visto a esa señora del siglo XIX que en una página de Francisco Tamayo entra a la sala deslumbrándome por su imponencia. Es doña Sacramento, quien vestida de saya y así, realzada en su blancura, se dispone a ser servida por Balbina, su compañera de siempre. Tamayo se detiene en la saya, como debe ser, y nos dice que ese traje de seda negra constaba de dos piezas, falda y saco: “la primera era larga hasta el zapato, con amplios tachones; el corpiño era ajustado al cuerpo, llevaba un vuelo en la cintura, y, arriba, cuello alto y una pieza abrazadora de pesados dibujos de canutillo negro, de vidrio negro, que descansaba delante, sobre los senos. Este era el traje de rigor para el Jueves y Viernes Santo y para los matrimonios rumbosos. En la dote de las novias entraba una carga de baúles y una saya como elementos básicos del ajuar de una señora”.

Nuestra señora de la saya se ha sentado a la mesa cubierta con un blanco mantel de hilo bordado y Balbina le pregunta si quiere tomar ya el chocolate. Ella asiente y enseguida tiene ante sí una copa de coco labrado con pie de plata, llena de la olorosa bebida. Se la han servido cerrera, como a ella le gusta, pero con bizcocho dulce y queso blanco, para equilibrar el sabor. El chocolate sin azúcar humea e inunda con su aroma poderoso todo el recinto.
Doña Sacramento cumple con el ritual. Contempla por un instante las alacenas del comedor y fija primero su mirada en la vajilla con monograma dorado y después en las viejas copas de bacarat. Las oye, como quien oye una fiesta antigua. Constata una vez más que sus hijos no han vuelto a acompañarla a la hora del chocolate. Ahora bebe sola su cerrero. Heriberto se casó y ahí quedó su chorote (la vasija del brebaje), “sin uso ni beneficio” y Hercilia dice que esa costumbre pasó de moda. Sólo Doña Sacramento es fiel a la liturgia. Al levantarse de la mesa da gracias al señor por sus favores y Balbina le responde: “Bendito y alabado sea el santo nombre de Dios”.

La escena concluye, pero tiene la fuerza de un gesto rotundo y el aplomo de una memoria mítica de lo cotidiano, con su oficio, su lugar, su traje y su alimento.

Gracias de nuevo a Francisco Tamayo, por su libro orgullosamente tocuyano.

Wednesday, November 05, 2008

Palabras para Cabudare...

Iglesia de Cabudare

Ser convocados por una Alcaldía para reflexionar sobre temas históricos, es, sin duda, un acto de civilidad infrecuente en un país que desde hace muchas décadas se enfermó de desmemoria. Por esa razón, no puedo dejar de destacar y celebrar al inicio de estas palabras -que les aseguro serán breves, pero muy sentidas- el motivo por el cual estamos acá: la realización del VI Seminario de Historia Económica, Social y Cultural de Cabudare y el II Encuentro de la Microhistoria Larense.

Se le debe a la tenacidad creadora del cronista Taylor Rodríguez García, no sólo el encomiable hecho de la convocatoria, sino también lo más insólito de la misma: su continuidad. Resignados a lo efímero o al debut que casi siempre termina siendo despedida, cuando nos topamos con una actividad a la que se le ha conferido rango y permanencia, se nos impone de inmediato el indispensable ejercicio del reconocimiento. Y eso queremos hacer de entrada: reconocer en este Municipio, en esta Alcaldía, en esta Fundación Biblioteca “Héctor Rojas Meza”, en esta ciudad y en su estupendo cronista, un ejemplo de trabajo cultural que procura, tanto la difícil excelencia académica, como el amable intercambio de conocimientos en los nobles temas del acontecer local.

En tiempos de desencuentros y querellas, reunirse para avivar historias de nuestros terruños y para compartir nuevas indagaciones sobre el pasado e imágenes vivas de lo que fue (y es) la vida cotidiana de los pueblos larenses, es ir sembrando convivencia, semillas de un futuro que nos hará mejores seres humanos, por haber comprendido que somos en primer lugar una memoria.

Celebro, además, que sea Cabudare el centro de este hermoso esfuerzo colectivo por el saber histórico. Sometida al trasiego de un crecimiento capaz de llevarse por delante los sagrados lugares de nuestros ancestros, Cabudare exhibe ahora el vigor de una resistencia cultural, aparentemente pequeña, pero que de llegar a propagarse aún más, mediante la perseverancia y lucidez de sus portavoces, podrá convertirse en una fuerza indetenible. Esa resistencia cultural la están haciendo y activando ustedes con este trabajo dirigido fundamentalmente a los educadores del Municipio Palavecino y de otras entidades cercanas. Se trata de enfrentar con espíritu de pueblo unido en el orgullo de serlo, el aluvión de un desarrollo impersonal que la situación de conurbanismo fue agravando con los años.

No le ha tocado fácil a Cabudare su vecindad con Barquisimeto. Sin embargo, ha dado muestras -como ésta- de estar consciente de ese difícil destino: el destino de seguir siendo Cabudare, sin dejar de mirar el futuro ni de convivir con realidades ineludibles. Hacerlo, recordando que, a quienes miran el futuro sin conocer su pasado, los espera un porvenir incierto, desangelado y triste. Por eso, Cabudare toma ahora las debidas previsiones contra el olvido de sus orígenes, siguiendo la propuesta que desde hace algunos años Taylor Rodríguez les hizo a los cabudareños, para ayudarnos a no perder nuestros nexos con las raíces.

Dije “ayudarnos”, precipitándome por mi deseo de declararme hoy cabudareño, para recordar como es debido, y con el permiso de ustedes -por el carácter muy personal de esta declaración-, al cabudareño que me es más entrañable y que desde el pasado 7 de enero reposa eternamente en su tierra de Palavecino: mi padre, José Manuel Castillo Díaz, hijo de Pastora y de Manuel, quien jamás olvidó su infancia por estas calles y, menos aún, los diálogos con sus amigos de entonces: Honorio Dam, Marcos Salas, Julio Alvarez Casamayor y Coché Rojas, casi todos monaguillos del padre Muñoz o condiscípulos en alguna escuelita o en la gran Escuela Federal Graduada Ezequiel Bujanda, cuyo epónimo fue siempre recordado por mi padre como el de uno de los cabudareños más ilustres, enmendando de paso a mi madre tocuyana, al decirle que antes de ser por adopción paisano de ella, el poeta Bujanda había tomado la feliz precaución de nacer en Cabudare.

Dispénsenme que haya tomado como excusa a Francisco José Rojas Rodríguez (Coché), para este desahogo íntimo, pero es que no puedo desvincular en mi memoria el preclaro nombre del homenajeado en este VI Seminario, de la imagen de mi padre, hablándome emocionado de su amigo y resaltando la inmensa calidad humana de quien dedicó su vida a los afectos, incluido entre ellos, el sublime afecto por su pueblo. Por mi padre supe que Francisco José Rojas, sobrino por rama paterna de Héctor Rojas Meza, fue un hombre íntegro y honesto, como lo probó de manera impecable su paso por la política, convertida a veces en una máquina demoledora de decencias.

“Coché” Rojas fue maestro completo porque dio sus lecciones no sólo en el aula, sino sobre todo en su vida. En aquélla fue profesor de profesores, como lo revela su fecunda presencia en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio. En la otra, fue maestro de todos los que ven en su ejemplo de ciudadanía un camino a seguir para la vida pública. Quiero destacar en esta ocasión una arista de esa loable conducta cívica, por lo mucho que signifuca para nuestra irrenunciable educación sentimental: su apego por Cabudare. Me apoyo en unas palabras del cronista de esta ciudad venerada:

Desde su jerarquía en la administración pública estadal (Francisco José Rojas) no descuidó jamás su comarca natal. Apenas derrocada la dictadura… cuando todavía no ejercía la presidencia de la legislatura larense, lideró la creación de la Junta Pro Mejoras de Cabudare, organización no gubernamental como se identifica en la actualidad, en la que igualmente participaron solidarios hijos e hijas y amigos de esta ciudad del horizonte infinito, como Roseliano Palacios, Juan de Dios Troconis, Eurípides Ponte, Juan de Dios Meleán, Catalino Escalona, Julio Alvarez, Pedro López Amaya, Nedda Alvarez y Ligia Meleán”.

Acompañados por una seccional de esa junta instalada en Barquisimeto e intregrada, entre otros, por José Ramón Brito, Asisclo Vásquez, Tomás Lucena Yépez, Elías Marrufo, Alejandro Rojas R., Teobaldo Brito, Honorio Dam, José Arangú e Ignacio Rojas Meza, el grupo liderado por “Coché” Rojas logró para Cabudare algunas obras que nuestro acucioso cronista enumeró en una relación que no las agota y de las cuales me permito recordar las siguientes:

-Adquisición de la Hacienda La Mata con el propósito de mejorar el servicio de agua y de contar con una área ejidal en el Municipio.

-Construcción de las casa rurales que corresponden a la urbanización La Mata.

-Reconstrucción del Puente San Nicolás, área del histórico árbol, el jabillo blanco que cierto equívoco identificaba como ceiba.

-Construcción de la Plaza General Aquilino Juares Rumbos, frente a la actual sede del poder municipal.

-Creación del primer liceo en la historia educativa de Palavecino, actual Jacinto Lara.

-Creación de las escuelas Valmore Rodríguez y Héctor Rojas Meza.

-Construcción del estadio Terepaima.

-Creación del Liceo Omaira Sequera Salas.

Son sólo algunas de las acciones y obras que esa organización de cabudareños realizó y obtuvo para su pueblo. Ahora forman parte de lo cotidiano. Antes fueron desvelos de algunos servidores públicos como Francisco “Coché” Rojas, quien no se limitó a querer a su tierra ocupándose de ella en acciones como las mencionadas, sino que cultivaba esa querencia con tertulias diarias en Cabudare. Nos dice el historiador Taylor Rodríguez:

Jubilado de la administración pública, avanzado de edad, con algunos problemas de salud, el maestro Francisco José Rojas Rodríguez, no dejó de visitar diariamente a su Cabudare natal desde Barquisimeto, capital larense donde había fijado su residencia varias décadas pretéritas. No sacrificó jamás su cabudareñidad, a estas comunidades de la obra banda del Turbio les fue útil a lo largo de su itinerario vital”.Homenajear a Francisco José Rojas es honrar ese patrimonio inmaterial de la cultura que consiste en el amor a un pueblo y que él encarnó en su vida de humanista humilde y bueno. Y es también rendir tributo a la dignidad humana, agredida con lastimosa contumacia por la voraz negligencia de quienes ignoran la historia sencilla y bella de nuestras viejas comarcas.

Vengo de una universidad yaracuyana que ha entendido que la cultura es la única vía para salvarnos. En ella estamos dando lugar de privilegio a los estudios de la microhistoria y de la crónica. Siento que ustedes tienen mucho que enseñarnos para robustecer la ruta intelectual que hemos iniciado en ese ámbito. A cambio, ofrecemos nuestro apoyo y nuestra adhesión al denodado afán de ustedes por convertir a Cabudare en faro de una cultura universal. Como se sabe, toda cultura universal comienza en la parroquia, por ejemplo, en ésta, muy cerca de aquí, en un banquito de la Plaza Bolívar en el que siguen departiendo vespertinamente Eurípides Ponte, Carlos Guédez y "Coché".

He dicho.

Thursday, August 14, 2008

Acceso a la justicia (consideraciones preliminares)

Franz Kafka

I. Una aproximación literaria

En rigor, el tema al que alude la expresión “acceso a la justicia” suele ser el del acceso al sistema judicial establecido por el Estado. Ese es también nuestro tema. Sin embargo, debemos recordar que lo que subyace en el mismo -su fundamento principista- es el acceso a la justicia en sí misma, a la justicia como principio o como valor y eso es algo que no se limita al hecho institucionalmente considerado como “actividad judicial”, máxime cuando sabemos que existen profundas -y aparentemente insalvables- desigualdades económicas, sociales y culturales que convierten la visión reductiva de una expresión como “acceso a la justicia” en una crueldad verbal involuntaria o, por lo menos, en una ironía poco feliz.

Para allanar el terreno de una complejidad como la indicada, siempre es útil la búsqueda de perspectivas distintas a las jurídicas. Así, una de las primeras aproximaciones al tema podría servir para entretenernos un buen tiempo en la búsqueda del derecho como tema de obras literarias. No lo haremos, desde luego, en esta ocasión. Sin embargo, podríamos invocar como imágenes tutelares dos ejemplos memorables tomados de las páginas de uno los escritores más importantes del siglo XX, Franz Kafka, cuya obra, como deben recordar, mucho tiene que ver con el acceso a la justicia.

Antes de referir los ejemplos, digamos brevemente algo de su autor:

Franz Kafka, como ustedes saben, fue un hombre extraño y extrañado, en permanente querella con el mundo que lo rodeaba: su casa, su padre, el Derecho, las compañías de seguros, la ciudad. Había nacido en Praga el 3 de julio de 1883, en el famoso ghetto judío, hecho que lo marcaría toda su vida. No podía no ser judío, pero tampoco podía serlo en los términos que las leyes oscuras de la sangre y de la religión se lo imponían. El debate permanente con el mundo –el debate de ser y no ser judío, en particular- terminó ganándolo, con honores eterno, para la historia de la literatura, para la cual vivió casi siempre en la intimidad y a cuya gloria quiso renunciar.

Cuando Franz Kafka lograba salir de su claustro vital y secreto, el Derecho lo rodeaba por completo. Estudió leyes a regañadientes y sin destacarse mucho. Así que fue abogado, sin quererlo. Ejerció el derecho como empleado de dos aseguradoras, para las cuales escribió textos jurídicos que hoy resultan una curiosidad de arqueología literaria. Debió pisar varios tribunales, con más aprensión que agrado, obteniendo de su ambiente la impresión necesaria para plasmarla en esa obra maestra que se llama “El Proceso”. Encontremos en ella las primeras imágenes.

El día de su trigésimo cumpleaños, José K, empleado de un banco, es detenido en su casa sin razón aparente. Se le notifica de su arresto, pero se le permite ir a cumplir con sus obligaciones. El domingo siguiente es citado al tribunal para un primer interrogatorio y se da comienzo a un proceso judicial inexplicable que se erige, mediante fríos mecanismos impersonales, en el centro de la ley de la vida de K. Los abogados serán vistos por éste como “meros picapleitos” y la sala donde ejerce su oficio será descrita como “el mismo recinto estrecho y de techo bajísimo…la mejor muestra del desprecio que a la justicia le inspiraban… Todo aquel trato que se infligía a los abogados no era gratuito. Con ello la justicia perseguía suprimir la defensa para que así el inculpado tuviera que afrontarla solo…”.

Esa mirada kafkiana ¿no es, acaso, la misma percepción que muchos de nosotros hemos tenido alguna vez cuando entramos a los espacios sombríos de ciertas casas de “justicia”? La sensación de indefensión y de desamparo que se desprende de la misma ¿no es también la que sienten muchas personas que creen haber “accedido a la justicia”?

Es probable que el texto más emblemático de la filosofía kafkiana sobre la ley, sea el titulado, precisamente, “Ante la ley”. En él nos toparemos con una imagen indeleble del “acceso a la justicia”. Recordemos su argumento:

Un campesino se presenta a las puertas de la ley y solicita entrar. La puerta se abre, pero un temible y ominoso portero apostado en el umbral le dice que no puede traspasarla, “por ahora”. El campesino decide esperar el momento en que le sea permitida la entrada. Piensa que ese momento habrá de llegar alguna vez, algún día. Así, transcurre su vida en una infructuosa espera. No recibe esperanza ni consuelo alguno del inconmovible guardián. Al cabo de los años, ya a punto de morir, el campesino se entera de que la puerta estaba allí para impedir la entrada de otros, pero nunca la de él. La habría bastado con desoír las advertencias falaces del portero para acceder a la única vía que le estaba reservada. Sólo él era el destinado a entrar libremente, y no lo hizo. No supo que podía sustraerse al falso tabú, a la confusa imposición de una norma, a la arbitrariedad con apariencia de derecho. Para su desgracia, no hizo lo de Antígona, quien impuso la ley natural sobre la ley escrita.

Hasta aquí las imágenes de Kafka, cuya fuerza de irradiación simbólica va más allá de lo literal y permite asociaciones evidentes con el ámbito judicial que conocemos. Dejemos que esas imágenes hagan su trabajo silenciosamente en nosotros antes de entrar en la forzosa reducción del tema, que como miembro de un Comité Jurídico, debo hacer por imperio de la formalidad y de las buenas costumbres académicas.

II. La enunciación de unos principios:

1. El acceso a la justicia si bien es un derecho humano inalienable, debe ser asumido también como un derecho social.

2. El acceso igualitario a la justicia es una necesidad del Estado de Derecho. La exclusión jurídica de importantes segmentos de la población representa, por el contrario, una deslegitimación de las instituciones democráticas.

3. El Estado está en el deber de garantizar el acceso de todos a la justicia, procurando alcanzar la máxima equidad en su prestación, funcionamiento y resultados.

4. Las políticas dirigidas a equilibrar el acceso social a la justicia no deben limitarse a una especie de “caridad judicial” (gratuidad de la defensa, exoneración de tasas, etc.). Deben responder a un sistema auténtico de tutela efectiva a los más débiles, no de simulación de la misma. Ello supone, desde luego, una ruptura con las prácticas y normas que han hecho de la justicia un producto sometido a las leyes del mercado.

5. La democratización del sistema judicial no se contrae al acceso igualitario. Implica, además, una mayor participación social en su manejo. El monopolio de la justicia legítima por parte del Estado no es incompatible con formas de autocomposición social o comunitarias.

6. La Administración también está en capacidad de ser una alternativa para evitar la judicialización de todos los asuntos que requieren de la decisión de un tercero. Muchas decisiones justas deben ser tomadas en sede administrativa donde deben enderezarse a tiempo los entuertos. Todo esto sin perjuicio de la garantía irrenunciable de que toda decisión administrativa debe estar sometida a control jurisdiccional.

7. Debe propiciarse una cultura jurídica que abra el cauce para la convivencia, mediante formas de conciliación en casos que no tienen por qué llegar a los estrados judiciales. Y aún se llegan, procurar que in limine litis, sean resueltos mediante arreglos o acuerdos reparatorios.

8. Debe garantizarse la independencia efectiva de la administración de justicia. No sólo independencia de los otros poderes públicos, sino también de los poderes fácticos que menoscaban mediante presiones de diversa índole la libertad de las decisiones. Una mejor formación de nuestros jueces, así como una contraloría social adecuada pueden contribuir a robustecer la autonomía judicial.

9. La formación jurídica y ética de los jueces debe ser preocupación permanente de la sociedad y del Estado. Sabemos que las Escuelas de Derecho están orientadas básicamente a la formación de abogados litigantes y que los programas de estudios judiciales se limitan a cursos esporádicos impartidos por la judicatura. Debe crearse un sistema de formación judicial integral desde los pregrados.

10. La reforma del sistema judicial dirigida a garantizar el pleno acceso a la justicia demanda decisiones políticas que deben ser exigidas de manera prioritaria en todos los ámbitos del derecho internacional, por tratarse de un derecho fundamental que cruza de manera transversal todas las aristas de la vida humana.


(Freddy Castillo Castellanos. Comité Jurídico Interamericano de la OEA)

Tuesday, August 05, 2008

El cuadro de Felipe Herrera

Al fondo, Anatomía del desespero, Felipe Herrera

Había ido sólo de visita, pero me tuve que quedar esa noche a dormir. Casi todas las paredes de la casa se encontraban llenas de cuadros. La luz provenía de dos lámparas de mesa. Me tocó dormir en la sala, en la que destacaba un tríptico en blanco y negro, con una figura humana desollada. Parecía una lección de anatomía tomada de algún oscuro libro escolar de biología, pero de pronto resultaba también una aterradora presencia del más allá. Tal vez la poca luz creaba ese efecto. Sin pensarlo mucho, opté por no mirarla. Antes de entregarme al sueño, me dispuse entonces a leer, tal como era mi costumbre en esa época. Sobre la mesa de la sala encontré una revista. La tomé y al hojear sus páginas y ojear las ilustraciones, sobrevino el estupor: media página de la revista mostraba una fotografía del mismo desollado que ocupaba el centro del tríptico que acababa de aterrarme. Volví a mirar el cuadro. No había dudas. Se trataba de la misma obra. Leí, sobrecogido por el miedo, la leyenda de la fotografía:

Había sido un caballero culto, encantador y mujeriego. En sus ratos de ocio se dedicaba a la pintura. Con los conocimientos adquiridos en lejanos estudios de adolescencia, procuró hacer retratos de amigas, pero no sentía mayor placer en contemplarlas como modelos. Así que optó por el autorretrato. Después de varios intentos fracasados sobre tela, cuyos resultados terminaron en la basura, ensayó el dibujo. Usó un espejo de grandes dimensiones para contemplarse de cuerpo entero. Trabajó incansablemente por las noches, pero nada. No estaba satisfecho. Pasó más de una semana tratando de encontrarse a sí mismo en el dibujo, hasta que la octava noche del intento dio con la clave: tenía que verse por dentro y dejar sobre el papel el minucioso entramado de sus músculos. La piel sobraba en su propósito. Llamó a su amigo de la infancia, Felipe Herrera, y le encomendó la tarea de desollarlo vivo. El espectador del tríptico observará el pasmoso parecido de ambas anatomías, a cuál más desesperada, como lo indica el título de la obra, que no sabemos a ciencia cierta si es un retrato de amigo o un verdadero autorretrato por plumilla interpuesta”.

Cerré la revista y dormí arropado hasta la cabeza.

Sunday, July 06, 2008

Sobre Ludovico Silva

Ludovico Silva



1. Sabemos que es imposible condensar la vida de Ludovico Silva en unas pocas líneas, pero nos gustaría conocer sus impresiones sobre este importante pensador e intelectual venezolano. ¿Cómo era Ludovico, no sólo como filósofo, sino además como amigo y camarada?
A comienzos de los 70 me acerqué con timidez a Ludovico Silva. Yo venía leyéndolo con interés y fidelidad desde 1966 en sus artículos de El Nacional, pero fue la lectura de La plusvalía ideológica, el mismo año de su publicación (1970), lo que me convirtió definitivamente en un entusiasta admirador suyo. Con ese fervor por su obra me le acerqué un día para pedirle que aceptase una invitación para hablar del “carácter ideológico del Derecho” en unas jornadas que organizábamos algunos estudiantes de la Facultad de Derecho de la UCV. Ludovico aceptó de inmediato. Ese primer acercamiento me reveló de una vez la serena calidez de su trato, la amabilidad de su presencia, que ratificamos el día de su intervención. No sólo llegó a tiempo, sino que me entregó la copia del texto que escribió para nosotros en esa ocasión memorable. Aún conservo esa copia (con tres correcciones suyas, hechas a puño y letra) que fue un llamado a que iniciáramos entre nosotros la crítica radical de la ley como instrumento de represión, como instrumento al servicio de los dueños del capital. Nos exhortó a que dejáramos de considerar al derecho como “teoría pura” kelseniana y nos percatáramos de su carácter de aparato ideológico práctico y cotidiano. A partir de ese momento inicié con él un vínculo amistoso que permitió nuevas participaciones suyas en actividades de la Facultad, así como el generoso disfrute por mi parte de sus opiniones acerca de autores y libros sobre los cuales le indagaba. Dejé de verlo porque me fui a España en el 73 para hacer estudios de postgrado. Antes de hacerlo lo visité para recibir de él un paquete de libros y dos cartas donde, para mi sorpresa, le agradecía a sus destinatarios la eventualidad de cualquier favor que pudiese requerir de ellos el cartero ad hoc que las llevaba. Ese gesto, absolutamente iniciativa suya, me demostró que su amistad no era sólo una efusión y que su camaradería no era sólo un abrazo. Ludovico me enseñó que para él, ser compañero era un acto de fe y de confianza.

2- ¿Por qué es tan limitada la bibliografía publicada sobre Ludovico Silva?, ¿será que los venezolanos todavía no hemos entendido el valor que tiene su obra?
Aparte del descuido intelectual, yo creo que cierta tendencia a estar al día y a tratar a los autores como si fuesen marcas que van y vienen como productos de moda, nos conduce a la inmensa omisión de no haber estudiado con profundidad la extraordinaria obra de Ludovico Silva. Creo que también en esta desidia juega un rol importante la mala costumbre de no valorar los aportes al pensamiento de nuestros escritores. Impera todavía cierta propensión a subestimar lo nuestro. Si a ese complejo de algunos se le agrega la mezquindad de otros, podemos dibujar el cuadro de una patología causante de que los jóvenes desconozcan la valiosa creación literaria y filosófica del autor de esa maravilla que es El estilo literario de Marx, una conjunción de poesía y pensamiento escrita de modo magistral para deleite de quienes apreciamos no sólo lo que se dice sino también la forma en que se dice.

3. ¿Qué opinión le merecen los aportes de Ludovico al marxismo?En primer lugar, originales, en el sentido de que provienen de su propia lectura, de su lectura heterodoxa y directa de Marx, independientemente de las inevitables y lógicas coincidencias con autores que también hicieron lo mismo: ir a las fuentes. En segundo lugar, fecundantes, provocadores y oportunos. Descorrer el velo del marxismo teológico de pesadas burocracias comunistas y desmontar el marxismo de los caletreros de manuales, fue sin duda un aporte a la libertad de reflexión y, sobre todo, a la ampliación de un panorama que estaba dominado por la repetición de dogmas en algunos casos o por la traición a unos ideales en otros. Comprobar el verdadero carácter del concepto de “ideología” en Marx no es de poca monta. Fue, entre otras cosas, enmendarle la plana al propio Lenin. Eso (y más) hizo Ludovico en español y en Venezuela.

4. Ludovico decía que la verdadera cultura de la época capitalista era una “contracultura”. ¿Cree usted que algún día podremos hacer a un lado la ideología del sistema capitalista y volver a hablar simple y llanamente de cultura?
Lo interesante del planteamiento de Ludovico en relación con el concepto de cultura es el hecho de contraponerlo al de “ideología” y atribuirle al capitalismo la capacidad fatal de convertir todo en mercancía, incluidos los valores del espíritu. Así, la “ideología” es, en rigor, “contracultura”. Hoy en día la realidad nos brinda más y mejores comprobaciones de lo que Ludovico planteó en los 70. Recordemos que de manera explícita los defensores del capital han planteado que el tema de la cultura no es un tema de la UNESCO sino de la Organización Mundial del Comercio. A confesión de parte, relevo de pruebas.

Si no revisamos con lucidez y conciencia crítica lo que significa la cultura en unos sistemas tan hábiles para colonizarnos mentalmente como son el capitalismo y los llamados "socialismos reales", no creo que esté cerca la fecha en que dejemos de producir mecánicamente “plusvalía ideológica”. Creo que el avance que comporta asumir como necesarios la interculturalidad y el reconocimiento activo de la diversidad cultural ayudará bastante a acercar ese día. Introduzco un matiz, que es, en verdad algo más que eso: culturas y no cultura.

5. A la luz de los procesos de cambio que se gestan en Latinoamérica, ¿de qué manera los conceptos marxistas de alienación, ideología, ayudarían a explicar la realidad latinoamericana y su proceso actual?

Sólo de una manera: asociándolos al tema de la cultura, en el sentido propuesto por Ludovico. Por eso, releerlo y retomar hoy el aliento crítico de sus incitaciones intelectuales, es un buen estímulo. Obras como las de Bolívar Echeverría van por ese camino que inició en Ludovico Silva inició en Venezuela. La resistencia frente al poder colonizador del capitalismo que un Papa llamó "salvaje" o ante los "socialismos reales" de cualquier siglo (incluido el del XXI) la debemos hacer en Latinoamérica desde nuestras culturas.

También la creación de una sociedad justa la haremos desde ellas, con un pensamiento que no desdeñe el diálogo fecundo, pero que no invisibilice sus orígenes.

(Las respuestas son de Biscuter. Las preguntas de Carmen Bohórquez).

Tuesday, June 24, 2008

Hoy es San Gardel

Gardel y Razzano

Enrique Cadícamo acaba de llegar a un viejo café de la Boca, en Olavarría y Almirante Brown. Apenas se asoma, ya es otro tiempo. El café no existe más, pero ahora existe para él y comienza, entonces, a repetirse una escena vivida febrilmente por allá en el año de 1911, cuando Cafieri llevó a un dúo de cantores y lo plantó en el centro del bodegón, diciendo solemne: “Este mozo es el morocho y éste Pepe, el oriental”. Lo que vendría después sería la leyenda. Pero no nos adelantemos. Cadícamo está oyendo los aplausos clamorosos, desmesurados, incansables. El dúo vuelve por fin a templar con magia sus guitarras y se hace un silencio unánime, rotundo. De pronto viene el estallido universal y el público se disputa con vehemencia el pago de la próxima ronda, como lo dicta la antigua nobleza tabernaria. Cadícamo toma nota porque ya tiene en mente una milonga. La historia hay que cantarla para que otros la vivan, dice para sí. Llega la madrugada y Cadícamo retorna a su Buenos Aires espectral del presente, sin salir del todo de la Boca. Y escribe:

“Ah, café de aquel entonces
de la calle Olavarría,
donde de noche caia
allá por el año once…

De cuando yo, en mi arrabal,
de bravo tuve cartel.
El Morocho era Gardel
y Razzano el Oriental”


(Con Martín y Maitoni caminé por la calle Olavarría y llegué hasta la esquina de Almirante Brown el 27 de diciembre del 2005. A ellos dedico este recuerdo).

Saturday, June 07, 2008

La gracia de su cercanía

Olivia. Foto de Martín Castillo Morales

Todo lo que uno aspira parece concentrado en esta foto
que Martín le tomó a su hija en Buenos Aires.

Uno aspira, en verdad, a la belleza y a la alegría inabordables.

No las esperaba, pero ellas están acá,
espléndidas, puntuales.

Esta tarde las bendigo
y disfruto contemplándolas.
En ellas curo hoy mis aflcciones.

Un rey de leyenda

Rilke


Llevo un rato leyendo y acordándome de ti que estás en México.
Me gustaría compartir contigo lo que Rilke acaba de contarme:
la leyenda del rey Carlos XII de Suecia cuando cabalgaba por Ucrania
y odiaba la primavera y los cabellos de mujer.
Era un joven rey del norte que fue vencido en Ucrania.
Se dice que cabalgaba ciego entre sus muertos
y que enceguecía a quien lo contemplara.
Era, sin duda, un rey de leyenda.
Lo invoco ahora para no dejar de recordarte en mi ceguera.

Sunday, June 01, 2008

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (y IV)

Luis Alberto Crespo y Gustavo Pereira en Santiago de Cuba

10. Gustavo y su costado indio. Descubrirse diverso bajo su piel de catire (“nibelungo” le decía Tarique). Descubrir los pómulos, las plumas, los escombros… Escribió: “Vengo de tres sombras/ pero sólo conozco/ el desprecio que marcó la calzada que me conducía a las otras dos”. De allí surgen Escrito de salvaje y Costado Indio. Al primero pertenece el poema que leyó en la memorable sesión de la Constituyente para dar respuesta rotunda y firme al discurso racista de Jorge Olavarría. Una vez concluida su lectura las comunidades indígenas allí representadas le concedieron a Gustavo la distinción enorme de su ciudadanía.

“Soy uno de los pocos indios blancos de este país”, diría después con envidiable orgullo.

11. Quienes hemos disfrutado de la conversación fascinante de Gustavo Pereira, sabemos que esa cualidad verbal le permitió ser también un incomparable profesor universitario. Asimismo, su amor por los libros, su preocupación por la historia, su curiosidad por el costado indio y por la diversidad de nuestras culturas, lo llevaron a entregarle a la academia obras de verdadera creación intelectual y no simples “trabajos de ascenso” que sólo cumplieran con un requisito reglamentario. De ese esfuerzo dan cuenta sin ningún desperdicio los tres tomos de sus Historias del paraíso.Nuestras universidades desde hace tiempo se convirtieron en monstruosas burocracias, es decir, en espacios donde se dirimen poderes, no saberes. Sus prácticas corporativas, cuyo objetivo suele ser el control de beneficios y prebendas, nada tienen que ver con las razones de la poesía. Un hombre como Gustavo Pereira puede sentirse a gusto con sus alumnos en una clase, pero no en los cubículos de la negociación curricular. Su asunción casi apostólica de la poesía lo ha protegido siempre de las candilejas del poder, incluidas las del arrogante y lastimoso poder académico.

Una carta que Arnaldo Acosta Bello hizo pública en un libro de memorias (que es también un libro sobre poesía), revela los cuidados que Gustavo Pereira siempre ha tenido frente a las amenazas del poder, sobre todo cuando éstas se ciernen sobre personas de su afecto. Amparado en Arnaldo y en su libro, que algún disgusto causó en la ULA en su momento, copio la carta de Gustavo para ilustrar cuanto vengo diciendo:

Querido Pepe, recién llego del Ecuador donde había estado un par de semanas en una aventura desigual, humanísima, y turbulenta, y me hallo tu fraterna carta por la que conozco que recibiste mi carcaj de flechas neptunianas por esa terrible vaina que te quieren echar, de nombrarte decano.// Otro tanto querían y quieren hacer conmigo acá, hermosos amigos del alma que no terminan de comprender en sus buenos deseos y en sus querencias, que nuestro corazón es de aserrín, que todo poder termina por jodernos, que toda tentación nos deslumbra al tiempo que nos pierde por la sinrazón que finalmente somos. Uno, hermano mío, no tiene remedio entre halagos. Es más, los discordia. La vieja prostituta que es la poesía, es por naturaleza infiel, pero suele vengarse de nuestras infidelidades como si no alcanzase a comprender que siendo humanos, somos también cotidiana materia antipoética. Eso que algunos llaman hacer carrera, va muy bien con los funcionarios, con los políticos y con los académicos: de ellos es el reino de las ubicuidades. ¿No nos basta a nosotros con la gloria y la terrible vanidad de querer ser justos y buenos y además hallar en la vida, en la luz, en el aire, en el farallón esplendente de un deseado cuerpo, todo el néctar que se requiere para sobrevivir y a ratos ser felices?// Yo no te veo, como yo no me veo, de toga y birrete, rostro serio de perdonavidas, acomparsando esa lastimosa farsa oficial en que han convertido la educación.// Por eso sufrí por ti antes del crimen, el terrible suplicio, que al parecer, estoicamente, otros amigos muy queridos han podido soportar. // Ojalá, pues, no ganes, y te quedes así, medianamente pobre como somos, que es bastante para abrir de mañana la ventana, para que el sol deje otra vez el lápiz y la taza, la tinta y el pantalón, y nos sorprenda el rostro grave del eclipse en que a veces nos convierten las penas.// Nada más puede decirte tu hermano, y eso lo sabes. La vida nos coloca a veces en urgencias insoslayables, las tuyas actuales no las conozco. Si aceptaste fue porque debías aceptar, lo sé. Pero ojalá no ganes, aunque presiento que ganarás por todos los votos del mundo. Y si no hay más remedio, no es tan desconocido el patíbulo para muchos de nosotros. Afectos de Gustavo”

12. En noviembre de 1999 participé en una reunión en la que se buscaba un nombre para la presidencia del CONAC. El ministro Navarro lo propondría al Jefe de Estado, después de hacer las consultas pertinentes. Quienes allí estábamos coincidimos, en primer lugar, en el nombre de Gustavo Pereira, pero Gustavo rechazó la idea de una manera tajante, rotunda. No hubo forma ni manera de obtener de él algún atisbo de reconsideración. “Prefiero seguir contemplando el mar”, nos dijo. Fiel a la sabiduría de contemplar el mar desde su isla, el poeta nos estaba diciendo esa noche un somari:

Pudo ser ministro pero prefirió/ regentar sus papeles/ que se le escapaban/ Tener poder pero qué/ más poder que festejarse/ en los pechos amados?/ Enriquecerse pero qué/ otra riqueza / a la suya que se reparte sin tasa?”.

13. La dignidad del poeta interpela no sólo a los representantes de cierta izquierda tornadiza, sino también a quienes diciéndose revolucionarios de ahora, buscan solamente protagonismo y ventajas transitorias. Distante de las jerarquías, pero también de las imposturas, Gustavo Pereira es hoy un feliz ejemplo de resistencia ética.

14. Intento el somari del anagrama para concluir:

Le pregunté al somari
¿quién eres?

-Soi mar,
me respondió.

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (III)

Gustavo Pereira

7. A los 17 años leí en el Papel Literario unos poemas de Víctor Salazar que formaban parte de un libro titulado Cartas de la calle Victoria. Después, mucho después, supe que este poeta extraño, desterrado y espléndido, fallecido antes de cumplir 43 años, había sido un gran amigo de Gustavo Pereira y que Nicanor Salazar, su padre, había llegado a El Morro de Barcelona junto con Juan Salazar Marcano, el abuelo materno de Gustavo. Víctor había nacido en la isla de Coche y, Gustavo, como sabemos, en la de Margarita. Los unían, pues, las islas, los ancestros y la poesía. Alguna vez compartieron vivienda en la Avenida Victoria de Caracas. También compartieron tabernas y vigilias. Mi memoria siempre los asoció. El lector sorprendido que yo era en el 67 transitaba sin dificultad alguna desde un libro de Pereira que me encantaba (En plena estación) a los íngrimos poemas en prosa de Víctor Salazar. De la palabra activa y mordaz de un solidario a la palabra intemporal de un desolado.

Cuando Víctor Salazar murió Gustavo escribió una hermosísima elegía. En ella dijo:

Los poemas tal vez nos sobrevivan/ pero serán de otros como siempre quisimos.

8. Permítaseme un lugar común que en el fondo no es tal: una de las virtudes más admirables de Gustavo Pereira es su invicto sentido de la amistad. La amistad resiste con éxito distancias ideológicas y evita la violencia en las rupturas fatales que nos depara la vida. Más cultural que instintiva, la amistad es la verdadera prueba de la adhesión humana. Gustavo Pereira cree en ella como valor supremo y no le escatima tiempo ni cuidados.

Recuerdo haber tenido hace ocho años una larga conversación telefónica con el poeta. Hablábamos de dos entrañables amigos suyos entonces enfrentados. Yo había tomado partido por uno de ellos. Gustavo procuraba el punto de encuentro, el difícil lugar de la conciliación. Sus razones eran afectivas, pero eran razones y no sólo sentimientos. Al final de la conversación, el tono de Gustavo era un tono de dolor, dolor por los amigos queridos que se querellaban sin tregua. Ese día tuve la certeza de haber oído una serena lección de nobleza humana.

Para decirlo mejor me apoyo en un poema de La fiesta sigue:

“Cuando se dice la palabra amigo se dice sólo lo indispensable/ Vale decir/ Hermano/ Compañero/ Familia/ La vida que soñamos/ El mar/ Cotidianos sabores/ Una cerveza bajo el limpio cielo/ El olor a escafandra de cierto muelle/ Una calle sola por donde desandamos nuestros huesos (…) Cuando se dice amigo se dice Certidumbre/ Se dice Ternura/ Se dice Costa Blanca y Común/ como un pan/ Y se tiene una lámpara encendida en los ojos/ Y un resplandor adentro”.

9. El suplemento cultural de un diario de provincia le sirvió a Gustavo Pereira para demostrar que la generosidad intelectual puede ejercerse sin límites. Desde la redacción de “Los domingos en Antorcha”, en El Tigre, abrió cauces para la creación y orientó a jóvenes escritores que lo reconocieron de inmediato como su maestro. Bajo su dirección, más que una página literaria, el suplemento de Antorcha fue un fértil taller de literatura. Gustavo, que venía de ganar el concurso internacional de poesía de Imagen (comenzaban los 70) y que compartía su actividad cultural con el trabajo de juez en El Tigrito, convocó al talento y le ofreció sin restricciones su espléndida casa literaria. Un día abrió la puerta un joven narrador que comenzaba a explorar con su inmensa inteligencia la memoria de los campos petroleros y a escuchar minuciosamente las voces secretas de su pueblo. En otra ocasión fue un adolescente con sus primeros y maravillosos textos poéticos el que tocaba y entraba con su temprana curiosidad por lo sagrado. Hablo de Benito Yrady y de Santos López, respectivamente. Pero también podría mencionar, entre otros, a Tarek William Saab, a Néstor López y a Josu Landa.
Todos ellos (y muchos otros) recibieron, más que el consejo, la confianza alentadora de Gustavo Pereira.

Saturday, May 24, 2008

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (II)

Gustavo Pereira

4. Compromiso social y conciencia poética no suelen convivir en tiempos de dicotomías inconciliables. Imperios que se afrentan, diría un escritor colombiano en un contexto mucho menos árido o arisco. Para nadie es un secreto que en los últimos años hemos sufrido una degradación intelectual que da vergüenza. Muchos izquierdistas de los sesenta, sumados a la mustia internacional del desencanto, de tanto recusar las utopías, han terminado como rehenes de una supuesta “liberación”, vale decir, de su incapacidad de distinguir entre principios e ideologías o entre valores y opiniones. Con el cuento cínico de que “sólo los imbéciles no cambian de opinión”, procedieron a abjurar de sus viejos ideales. Hoy deambulan por ahí, gerenciales y pragmáticos, tratando de alejar inútilmente el lenguaje de la historia. Otros, en aceras distintas, corren riesgos semejantes, sumándose de manera acrítica a los "nuevos" cultos de la personalidad. Digo esto para recordar la contraparte: la resistencia de una sensibilidad ante los dogmatismos y la grandeza de una tensión que sabe resolverse en poesía.

El 29 de agosto del 2002 en su discurso de recepción del premio nacional de literatura Pereira recordó que hablaba “del lado de los humillados y ofendidos que cifran una vez más esperanzas y esfuerzos en una voluntad de redención a la que me he suscrito sin reservas desde que mi ser sensible le impuso a mi razón la poesía”.

Gustavo Pereira comprende y comparte la belleza de la palabra justicia.

5. Vayamos brevemente a la casa, a sus primeras letras y lugares. En ellos el dirigente sindical Benito Pereira, padre y primer maestro, toma y transmite la palabra:

“Eran los días del origen cuando los hombres se amontonaban/ en sindicatos y portones/ Eran los días en que mi padre devoraba hasta el amanecer los libros rojos/ y me enseñaba la Internacional entre los ruidos de las máquinas/ Eran días temblorosos tiernos como panes encadenados a nuestros pasos como polvo”.

Por allí también transitan cotidianamente Bécquer, Darío, Lorca y otras presencias musicales que muy pronto habrían de gravitar en el niño comunista. Ya quinceañero, éste escribe y publica su primer libro: El rumor de la luz. No podía ser de otra manera. Prepararse para el viaje (que otros llaman la vida) escuchando y leyendo poesía, permite un trato secreto con lo insondable. Un comentario de Adriano González León registró con premonición ese hecho:

“Gustavo Pereira, quien apenas debe llegar a los dieciocho años, acumula para su lado positivo la valentía de enfrentarse con una vocación El paso inicial de publicar un conjunto de poemas es de por sí acreedor de un mínimo respeto. Pereira, en Puerto La Cruz, ha podido dedicarse a los deportes, a la carrera comercial, a la vagancia o simplemente a repasar sus materias de bachillerato. Sin embargo, porque se siente solidario de una aventura mayor, se decide por la poesía, en un esfuerzo para preparar su comunicación con los hombres. Esta, unida a cierta limpidez en la concepción poética y al abandono que ha hecho de la clásica retórica del joven que escribe un poema porque han cesado las relaciones con su novia, constituyen el valor de ´El rumor de la luz´” (Revista Nacional de Cultura, Nro. 123, julio-agosto 1957).
El poeta busca el paracaídas de Altazor y lo encuentra, pero termina fabricándose el suyo. Sabe, en efecto, que su comunicación con los hombres será poética o no será. Y vuelve a la isla, a la casa, al viejo domicilio. En La fiesta sigue va a describir después su Regreso al hogar:

“Otra vez en la misma casa/ conversando con las mismas gentes/ Las mismas gentes/ Y el mismo olor a tabaco/ Y la misma casa con aquella pared/ Y aquella cocina/ Las mismas gentes y la casa/ se sientan en las mismas sillas comen las mismas/ legumbres/ se aprietan como antes exactamente como antes/ Yo también soy el mismo”.

6. Luis Henrique Persa, con un libro titulado Desprendimiento de los sueños, obtuvo en el año 64 el premio de poesía que para autores inéditos otorgaba el Ateneo de Boconó. Han transcurrido 44 años y el libro de Persa continúa en la ineditez. Una vez conocido el nombre del ganador, El Nacional le encomendó al periodista Absalón Bracho que lo entrevistara en Puerto La Cruz, lugar donde residía el joven poeta. Bracho hizo diligentemente su trabajo y a pesar de que Persa no quería fotos, éstas no faltaron. Las hizo impecablemente Augusto Hernández. La entrevista apareció de inmediato con un titular que decía “Un autor misterioso gana el concurso para autores inéditos” y la ilustraba una foto de Luis Henrique Persa, como debe ser. Al verla, uno de los miembros del jurado (¿Sambrano Urdaneta? ¿Subero?) exclamó: “¡Pero si este es Gustavo Pereira!”. Sin dilación alguna se activó entonces la maquinaria de la administración literaria y Persa fue despojado del premio, bajo el alegato implacable de que no había cumplido con la condición de ser inédito. Hubo ruido, por supuesto. Nada menos que Mariano Picón-Salas y Aníbal Nazoa rompieron lanzas a favor de Gustavo, pero la cosa quedó ahí. Pocos meses más tarde Gustavo Pereira y otros jóvenes publicarían la revista Trópico Uno.

En las líneas del fuego político se estaba viviendo también una etapa de ebullición intelectual. Trópico Uno demostró que esa beligerancia creadora no tenía en Caracas su único escenario. Puerto La Cruz se sumó a ella con honores. Además de la revista, aparecieron allí los libros colectivos 7 poemas y Bajo la refriega. Se realizaron las exposiciones del Círculo Ariosto y Luis José Bonilla, Gladys Meneses, Pedro Barreto, Rita Valdivia, Eduardo Lezama, el indio Hernández Guerra, Ramón Yánez, Eduardo Sifontes, Jesús Enrique Barrios, entre otros, se entregaron con denuedo a la febril agitación de la cultura. Barrios, por cierto, escribió: “Sólo el silencio está más allá de mi imaginación”, inaugurando un estilo que cultiva y mejora a diario desde entonces.

Al frente de todo y de todos estaba un joven de 24 años que en Trópico Uno firmaba unas veces como Gustavo Pereira y otras como Luis H. Persa. Tenazmente nuestro autor no sólo escribía y publicaba, sino que hacía sus Preparativos de viaje.

Friday, May 23, 2008

Gustavo Pereira o la dignidad intelectual (I)

Gustavo Pereira

1. Cuando Gustavo Pereira un día del año 99 leyó ante el país el preámbulo de la actual Constitución venezolana, tuve la ilusión de que la poesía, no sólo tomaba la palabra, sino que lograba ocupar por un instante el centro de una crucial jornada de la patria. Un escenario de donde parecían proscritas para siempre las voces primordiales (las otras voces, que diría Octavio Paz) era de pronto visitado por extrañas y lejanas resonancias. El poeta daba lectura a lo que él mismo había escrito poco antes y su tono marcaba la diferencia esencial con los discursos constitucionales conocidos hasta entonces. La voz de Pereira no brotaba de un tratado de derecho público, sino de una fuente verdaderamente prístina: la poesía, lenguaje anterior a todas las leyes y cauce de una memoria antigua que nuestro tiempo ha desterrado con puntual y mediática inclemencia.

Al concluir Gustavo Pereira su lectura sentí que la poesía había iluminado un nuevo espacio.

2. En 1957 Gustavo Pereira tenía diecisiete años y un libro publicado. Durante más de medio siglo no ha cesado de escribir poemas ni de compartir su insobornable devoción por la palabra, su mar de cada día, sus islas entrañables, sus naves ingeniosas. Frente al Caribe ha cultivado con paciencia y esmero una geografía espiritual equivalente al famoso jardín de Voltaire (léase hogar, biblioteca, familia, amigos, sueños cotidianos), sin encerrarse en él ni dejado de buscarle abono en otras tierras, en la calle o en el invisible humus de una tradición largamente preterida.

Sabemos que por la hostilidad de ciertas épocas, algunos poetas decaen, huyen, hacen mutis o se repiten con tedio, que es una forma de lo último. Así, pueden ser eternamente poetas de los sesenta y vivir de un viejo esplendor. Otros, como es el caso de Gustavo Pereira, sin dejarse vencer por modas ni desidias, siguen siendo contemporáneos y trazan con deleite, sin prisa ni desmayo, el secreto heroísmo de una renovada y serena dignidad intelectual.

A propósito de Yeats, habló Eliot de los poetas cuya obra madura entusiasma tanto como la de su adultez temprana. Según el autor de Tierra Baldía, esa rara estirpe debe su don a una pasión integral por el oficio, a una concentración perenne y a un ahínco que alimenta nuevas emociones. “Envejecer con gracia” le dicen a ese feliz decurso de las vidas, incluidas las literarias.

Creo no equivocarme si afilio a Gustavo Pereira dentro de la escasa y singular familia de escritores que cada día sueñan y escriben mejor.

3. Y ansí después el agua que bebían
desde la Margarita la traían.
(…)
En barriles, o cántaros de cobre
a la Punta las Piedras se traía,
adonde la metían en bajeles
allí hinchendo pipas o toneles.
(Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias)
El poeta nació el 7 de marzo de 1940 en Punta de Piedras, pequeño puerto de la isla de Margarita, donde los pescados dan sabrosa y salubérrima comida y donde una ceiba, “…con el frescor del manso viento/ daba cien mil contentos un contento”, según los minuciosos versos de Juan de Castellanos, quien viniendo de la Cubagua devastada llegó un día a la albufera de Punta de Piedras y se adentró en la isla para tener allí querencias perdurables: “Que cierto quiero bien aquella tierra,/ pues por allí gasté mi primavera,/ y allí tengo también quien bien me quiera”. Desde esa isla Gustavo Pereira divisó por vez primera los cuatro horizontes del cielo y el quinto punto cardinal: la poesía, que habría de ser el centro de su vida. No voy a dejarme tentar por la apetecible metáfora de la insularidad para explicar el destino poético del autor, pero confieso que he estado a punto, porque ganas no me faltan, máxime si considero que no sólo hay una isla en su nacimiento, sino también otra en su madurez, la ya legendaria isla que lo albergó durante mucho tiempo frente a Puerto La Cruz.

Insular, pero nunca aislado, el poeta cultiva el archipiélago.
(El Festival Mundial de la Poesía que ahora se está realizando en Venezuela está merecidamente dedicado a Gustavo Pereira)

Sunday, May 18, 2008

Domingo de lluvia


Llueve con impudicia, con inusual descaro.
Por un instante creo que han retornado viejos relámpagos y que Barquisimeto, desmintiéndose, ha vuelto a ser un río de aguas claras.
Llueve para recordarnos que, nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos.
Llueve para continuar la milenaria interrupción de una quietud.
Llueve desmesuradamente sobre el bello paisaje que tengo ante mi vista.
Sé que cuando escampe entrarán los pájaros al balcón y será más fresca la mañana.
(Me veo en la carrera 17. Hago un barquito de papel y por el río que pasa frente a la acera me voy sin despedirme).

Sunday, April 27, 2008

Esquina de la 17


En la vieja esquina de la 17 estoy con mis amigos
y suena majestuoso el cuatro de Escalona.

Seguramente no recuerde otra cosa de esa noche,
pero un resplandor de la memoria
me devuelve ahora un repentino rostro. Y eso me basta
para temblar de nuevo,
para sentir feliz que me enamoro solo.

Saturday, April 19, 2008

Paz bajo tu clara sombra


Era el 20 de abril de 1998. Recuerdo que yo estaba en Caracas desde la noche anterior y no vi ni oí noticia alguna. Me había levantado muy temprano. Mientras desayunaba cerca del hotel donde estaba alojado, Cuchi me llamó por teléfono para decírmelo: ayer murió Octavio Paz. Fue un seco disparo, sin duda, pero un disparo que esperaba desde hacía meses. Salí de la cafetería, tomé un taxi y me fui para una reunión de trabajo. Poco antes de llegar a la misma sonó de nuevo el celular. Era Teresa Casique, desde El Universal. Me dijo: "Freddy, ¿ya sabes por qué te estoy llamando?". "Claro", le respondí. Y agregué: "Esta vez sí podré escribir el artículo que me pediste sobre Paz". Me advirtió que lo necesitaba para el miércoles a más tardar. Y me comprometí con ella a entregárselo en el término de la distancia.

Llegué a Barquisimeto en horas de la tarde y encendí el televisor para ver el canal mexicano ECO, seguro de que estarían transmitiendo los actos en homenaje al gran escritor fallecido. En efecto. Entrevistas, ceremonia en el Palacio de Bellas Artes, discursos del presidente Zedillo, de Gonzalo Rojas y de Enrique Krauze, videos de viejos programas de Paz, y más y más entrevistas con escritores del mundo entero. Por la noche comencé a escribir y no me salió nada. Decidí esperar hasta el día siguiente y me pasó igual. Permanecí casi toda la mañana frente a la página en blanco, sin avanzar más allá de un párrafo que escribí y borré muchas veces. La ominosa imagen de Jack Nicholson en El Resplandor me asedió en algún momento. Y así estaba, estéril y angustiado, hasta que Cuchi se me acercó, me dio un breve masaje y me dijo: "Déjate llevar por la emoción y no trates de escribir nada brillante". Dicho y hecho. Podría decir ahora que no escribí el artículo sino que derramé palabras en la máquina. Las frases fluyeron y concluí en poco tiempo un texto que aún me satisface. Teresa y Patricia lo publicaron esa misma semana en Verbigracia. Al verlo impreso, sentí que comenzaba a pagar una deuda intelectual contraída en mi adolescencia con alguien que me había enseñado en sus libros a leer literatura. La deuda es tan grande que sé que no podré saldarla nunca, pero seguiré insistiendo, sin prisa y con deleite, aunque en el intento la hipoteca se vea incrementada.

Hoy, al cumplirse 10 años de la muerte de Octavio Paz, padre y maestro mágico, quiero recordarlo leyendo en voz alta unos versos que su hija Laura Helena Paz Garro escribió el 16 de enero de 1998 cuando ya la enfermedad de su padre ("la intrusa") se había hecho irreversible:

Quisiera ser la ranita verde y húmeda

que cantara bajo la ventana

la canción de los bosques en primavera,

su humedad,

para hacerte sentir ligero y fuerte,

nadando en un agua pura

que te llevara

a la tierra fértil

de la salud,

a la alegría de curarte;

abolir el sufrimiento de tu enfermedad

en un estanque donde floten los nenúfares

y la barca perezosa bajo el sol de Alicia;

la esperanza extrema del florecer de las rosas

un descanso profundo y líquido olvidando

todo mal.

El amor que fue tu música

verás surgir errante en tu cuarto:

una ninfa espíritu del agua,

de túnica verdosa

sacudiendo sus largos cabellos claros y mojados

sobre tu frente

y desapareciendo en la luz de la tarde.

Salta con la aparición en las profundidades del estanque

de donde surgirás joven y fuerte

unido por el agua misteriosa

a la ninfa

renovando el pacto mágico

después de haber refrescado tu corazón

y con una jarra llena del mar Mediterráneo,

que es tu patria,

¡oh padre!, volverás con tus amigos a las playas

de Grecia, a tu país,

curado y cantando tu poesía

de alas invisibles.


(...)


HELENA PAZ GARRO





Sunday, April 06, 2008

Claudio Guillén y Marilyn

Marilyn Monroe en su última sesion fotográfica. Fotógrafo: Bert Stern

Marilyn Monroe

Claudio Guillén recreó con sabia limpidez su primera aproximación a la magia de las palabras. Yo recuerdo ahora su página espléndida y me imagino la escena en la que el padre de Claudio y sus amigos decían de memoria algún soneto de Bécquer y viejísimos romances. Uno de esos amigos tocaba el piano, recitaba y hacía reír a todos en la sala. Ese amigo de la familia se llamaba Federico y era, según dicen, una fiesta innombrable. Pero no fueron sus poemas los que embriagaron al niño. Fueron las novelas que la madre francesa le dejaba llevar hasta la cama, convertida en pequeña biblioteca, lo que produjo en él fascinación.

Claudio lloró a lágrima viva cuando murió Porthos y se dejó llevar por mares lejanísimos de la mano de otros narradores. Vivió la experiencia intransferible de quien lee por vez primera un cuento y se entrega a su aventura. Conoció la melancolía de los barcos, tuvo miedo en las calles de Bagdad y supo que el narrador traza la ruta de la avilantez y el incierto rumbo de los descubrimientos.

(Claudio Guillén fue profesor de literatura comparada en Princeton, California y Harvard. Nos legó una obra merecidamente admirada por muchos estudiosos. Murió hará poco más de un año en España. Por esos días Antonio Muñoz Molina escribió un bello artículo de donde tomo esta experiencia guilleneana:

Una tarde de invierno, en Nueva York, a principios de los años sesenta, entró en un bar en penumbra a tomarse algo, y vio a su lado a una mujer rubia y espléndida que bebía tristemente a solas, y a la que no se atrevió a dirigirle la palabra. Era Marilyn Monroe.”)

Un verso de Paz



Un verso de Paz.

Conmigo ha ido a muchas partes. Si enciendo mi teléfono sus seis palabras me saludan siempre.

Traté de vivirlo en cuerpos y paisajes ya remotos. Atisbé su certidumbre en la madera.

He comprobado su errancia infinita, su insaciable destino, su paso por mi cara.

En un lejano amanecer, estando contigo en Barcelona, sentí que manaba con plenitud de una pequeña fuente.

Octavio Paz atrapó el esplendor en ese verso que ha ido conmigo a muchas partes y que suelo repetirme como mantra:

Hambre de encarnación padece el tiempo.

Thursday, March 20, 2008

El ojo que ves


Olivia y Martín

Dijo Joan Brossa, maestro de Chema Madoz, que un juego de espejos permite ver el otro lado del poema. Este de Martín podrá ocultar la cara del autor, mostrar sólo su ojo único y ser todo lo velazquiano que otros alguna vez quisieron, pero nadie podrá negar que la niña es simplemente bella, que sus ojos lo descubren todo y que la vida a veces, sin estéticas al uso, nos regala maravillas.
Martín querido, ¡chapeau!

Sunday, March 09, 2008

Gotán




La foto lo dice todo.

Si estás leyendo este texto, no aspires encontrar en él nada que ya la foto no te haya dicho.

Había ido a Europa. Estaba feliz y con el moño suelto.

En un poema de Juan Gelman, esa mujer se parecía a la palabra nunca.

En realidad, esa mujer se parecía a la palabra ave.

Sunday, January 27, 2008

Villa Crespo desde el taxi

Villa Crespo. Calle Corrientes.

El 8 de enero, yendo hacia Ezeiza desde Belgrano, el taxista más logorreico de Buenos Aires y sus alrededores nos paseó por Villa Crespo. Viendo las calles y las casas del barrio mi deformación literaria me llevó a recordar casi de inmediato a Adán Buenosayres, la gran novela de Leopoldo Marechal. Busqué la calle Monte Egmont, pensando en que ahora se llama Tres Arroyos y no la vi. Como la memoria suele ser caótica recordé en ese momento a mi tío Abelardo cuando cantaba El Pañuelito (“el pañuelito blanco que te ofrecí”). Rectifico. No hubo caos. La novela de Marechal comienza, precisamente, con esa canción que cantaba mi tío en los años cincuenta, recién llegado a la casa de la 17 y convertido desde entonces en un bellísimo mito familiar. Así que todo estuvo en orden. También recordé al Trianón, al Trianón de Villa Crespo, del que se habla con cierto desdén en el tango Muñeca Brava, de Cadícamo: “Sos del Trianón… del Trianón de Villa Crespo,/ milonguerita… juguete de ocasión”. No dije nada, por supuesto. Y el taxista continuó su tortuosa ruta hacia Ezeiza, así como el insufrible monólogo que demostró la firme paciencia de Cuchi, de Luisana y del suscrito.

Tuesday, January 22, 2008

Para que él se llamase Angel González


Para que él se llamase definitivamente Angel González y para que su voz se oyese unánime en toda España, fueron necesarios ochenta y dos años contados desde Oviedo y vividos con fervor -palabra sobre palabra- en el áspero mundo que le tocó habitar.

Me enteré tarde de su muerte, ocurrida el mismo dia que la de Adriano González León, pero unas horas antes. Enero seguía desangelándose.

Fue poeta de los cincuenta. Y también de las décadas que están por sucederse. Abrase cualquiera de sus libros para comprobarlo.

Sunday, January 20, 2008

Adriano González León y el Cinelandia de Valera



18-01-08: Hoy dediqué la sección literaria del programa de radio de la UNEY a Adriano González León. Adriano murió el sábado 12. El domingo pasado, recién llegado de Buenos Aires, compré la prensa en Caracas y vi la noticia de su muerte. Este año Adriano habría cumplido 77, la cifra prodigiosa. Fue González León en los sesenta uno de los mejores narradores venezolanos. En los noventa, ya Viejo, siguió siéndolo y es que nadie escribe de balde una obra maestra como País Portátil.

Como de costumbre, el azar concurrente hizo de las suyas. Resulta que en estos días busqué en mi desordenada biblioteca todos los libros de Adriano. Extrañamente los conseguí sin mayores dificultades, salvo uno: Hombre que daba sed. De ese libro tengo la primera edición, la de Jorge Alvarez, de 1967, que compré en la librería Suma al poco tiempo de su salida. Bien. Ese delgado volumen se demoró en aparecer hasta que mi memoria se iluminó y me fue guiando a la parte oculta del estante que lo alojaba. Lo saqué de allí con alegría y abrí sus páginas para leer Madán Clotilde. Al pasar sus páginas para llegar al cuento deseado, vi una hoja amarilla doblada. La saqué y abrí. Sorpresa. Era la copia de una planilla del Banco de Maracaibo: una planilla de transferencias fechada el 13 de enero de 1975. En ella mi papá me enviaba tres mil bolívares. Recordé de inmediato que para esa fecha yo estaba de visita en Venezuela. Vivía entonces en España y había venido a pasar las vacaciones de navidad y año nuevo en Barquisimeto. Estaba por retornar a Barcelona y seguramente le había pedido a mi padre dinero para pagar el pasaje comprado por mí a crédito. Me lo envió mediante esa transferencia, cuya planilla tiene su amorosa firma. Es una copia (la que le que queda al cliente), pero la firma es nítida, visible, rotunda: “J.M. Castillo D”. Pienso: Adriano murió y mi padre también. Uno el siete (mi papá) y otro el doce (Adriano). Yo llegué a Venezuela el 13 y, como ya dije, me enteré de la muerte de González León ese mismo día. La planilla de la transferencia que me hizo mi padre tiene también esa fecha.
Concluyo que las concurrencias del azar son infinitas. Sin mucho rebuscar encuentro ahora en mi memoria una conversación con Adriano de hace año y medio, en Valencia, en la que hablamos de un cine de Valera que conocí por mi papá durante un viaje inolvidable a la ciudad de Adriano: el Cinelandia. Allí vi con Balbino, el chofer de mi papá, una película mexicana: Dos gallos en palenque. Nos habíamos hospedado en el legendario Hotel Haack, cercano a la plaza.
Contemplar una montaña todos los días, antes de subir a la chevrolet azul, fue uno de los actos más hermosos de la infancia que entonces estaba por dejar. Desde esa época adoro a Valera y más la adoré cuando en el 67 descubrí a Adriano y supe que mi admirado escritor había nacido allí.

Monday, January 07, 2008

Gracias, José Manuel


Mi padre, José Manuel Castillo Díaz, murió hace unas horas en Barquisimeto. No estuve allí para velar su partida, pero algo me dice que él estuvo conmigo esta mañana.

Vivió casi 87 años. Fue padre de sus hijos y de sus hermanos.

Mereció las alegrías que tuvo, así como la paz que ahora alcanza.

Después de habernos dado tanto, hoy nos dio su alma.

Gracias, papá.

Buenos Aires, 7 de enero del 2007