Gustavo Pereira
4. Compromiso social y conciencia poética no suelen convivir en tiempos de dicotomías inconciliables. Imperios que se afrentan, diría un escritor colombiano en un contexto mucho menos árido o arisco. Para nadie es un secreto que en los últimos años hemos sufrido una degradación intelectual que da vergüenza. Muchos izquierdistas de los sesenta, sumados a la mustia internacional del desencanto, de tanto recusar las utopías, han terminado como rehenes de una supuesta “liberación”, vale decir, de su incapacidad de distinguir entre principios e ideologías o entre valores y opiniones. Con el cuento cínico de que “sólo los imbéciles no cambian de opinión”, procedieron a abjurar de sus viejos ideales. Hoy deambulan por ahí, gerenciales y pragmáticos, tratando de alejar inútilmente el lenguaje de la historia. Otros, en aceras distintas, corren riesgos semejantes, sumándose de manera acrítica a los "nuevos" cultos de la personalidad. Digo esto para recordar la contraparte: la resistencia de una sensibilidad ante los dogmatismos y la grandeza de una tensión que sabe resolverse en poesía.
El 29 de agosto del 2002 en su discurso de recepción del premio nacional de literatura Pereira recordó que hablaba “del lado de los humillados y ofendidos que cifran una vez más esperanzas y esfuerzos en una voluntad de redención a la que me he suscrito sin reservas desde que mi ser sensible le impuso a mi razón la poesía”.
Gustavo Pereira comprende y comparte la belleza de la palabra justicia.
5. Vayamos brevemente a la casa, a sus primeras letras y lugares. En ellos el dirigente sindical Benito Pereira, padre y primer maestro, toma y transmite la palabra:
“Eran los días del origen cuando los hombres se amontonaban/ en sindicatos y portones/ Eran los días en que mi padre devoraba hasta el amanecer los libros rojos/ y me enseñaba la Internacional entre los ruidos de las máquinas/ Eran días temblorosos tiernos como panes encadenados a nuestros pasos como polvo”.
Por allí también transitan cotidianamente Bécquer, Darío, Lorca y otras presencias musicales que muy pronto habrían de gravitar en el niño comunista. Ya quinceañero, éste escribe y publica su primer libro: El rumor de la luz. No podía ser de otra manera. Prepararse para el viaje (que otros llaman la vida) escuchando y leyendo poesía, permite un trato secreto con lo insondable. Un comentario de Adriano González León registró con premonición ese hecho:
“Gustavo Pereira, quien apenas debe llegar a los dieciocho años, acumula para su lado positivo la valentía de enfrentarse con una vocación El paso inicial de publicar un conjunto de poemas es de por sí acreedor de un mínimo respeto. Pereira, en Puerto La Cruz, ha podido dedicarse a los deportes, a la carrera comercial, a la vagancia o simplemente a repasar sus materias de bachillerato. Sin embargo, porque se siente solidario de una aventura mayor, se decide por la poesía, en un esfuerzo para preparar su comunicación con los hombres. Esta, unida a cierta limpidez en la concepción poética y al abandono que ha hecho de la clásica retórica del joven que escribe un poema porque han cesado las relaciones con su novia, constituyen el valor de ´El rumor de la luz´” (Revista Nacional de Cultura, Nro. 123, julio-agosto 1957).
El poeta busca el paracaídas de Altazor y lo encuentra, pero termina fabricándose el suyo. Sabe, en efecto, que su comunicación con los hombres será poética o no será. Y vuelve a la isla, a la casa, al viejo domicilio. En La fiesta sigue va a describir después su Regreso al hogar:
“Otra vez en la misma casa/ conversando con las mismas gentes/ Las mismas gentes/ Y el mismo olor a tabaco/ Y la misma casa con aquella pared/ Y aquella cocina/ Las mismas gentes y la casa/ se sientan en las mismas sillas comen las mismas/ legumbres/ se aprietan como antes exactamente como antes/ Yo también soy el mismo”.
6. Luis Henrique Persa, con un libro titulado Desprendimiento de los sueños, obtuvo en el año 64 el premio de poesía que para autores inéditos otorgaba el Ateneo de Boconó. Han transcurrido 44 años y el libro de Persa continúa en la ineditez. Una vez conocido el nombre del ganador, El Nacional le encomendó al periodista Absalón Bracho que lo entrevistara en Puerto La Cruz, lugar donde residía el joven poeta. Bracho hizo diligentemente su trabajo y a pesar de que Persa no quería fotos, éstas no faltaron. Las hizo impecablemente Augusto Hernández. La entrevista apareció de inmediato con un titular que decía “Un autor misterioso gana el concurso para autores inéditos” y la ilustraba una foto de Luis Henrique Persa, como debe ser. Al verla, uno de los miembros del jurado (¿Sambrano Urdaneta? ¿Subero?) exclamó: “¡Pero si este es Gustavo Pereira!”. Sin dilación alguna se activó entonces la maquinaria de la administración literaria y Persa fue despojado del premio, bajo el alegato implacable de que no había cumplido con la condición de ser inédito. Hubo ruido, por supuesto. Nada menos que Mariano Picón-Salas y Aníbal Nazoa rompieron lanzas a favor de Gustavo, pero la cosa quedó ahí. Pocos meses más tarde Gustavo Pereira y otros jóvenes publicarían la revista Trópico Uno.
En las líneas del fuego político se estaba viviendo también una etapa de ebullición intelectual. Trópico Uno demostró que esa beligerancia creadora no tenía en Caracas su único escenario. Puerto La Cruz se sumó a ella con honores. Además de la revista, aparecieron allí los libros colectivos 7 poemas y Bajo la refriega. Se realizaron las exposiciones del Círculo Ariosto y Luis José Bonilla, Gladys Meneses, Pedro Barreto, Rita Valdivia, Eduardo Lezama, el indio Hernández Guerra, Ramón Yánez, Eduardo Sifontes, Jesús Enrique Barrios, entre otros, se entregaron con denuedo a la febril agitación de la cultura. Barrios, por cierto, escribió: “Sólo el silencio está más allá de mi imaginación”, inaugurando un estilo que cultiva y mejora a diario desde entonces.
Al frente de todo y de todos estaba un joven de 24 años que en Trópico Uno firmaba unas veces como Gustavo Pereira y otras como Luis H. Persa. Tenazmente nuestro autor no sólo escribía y publicaba, sino que hacía sus Preparativos de viaje.
El 29 de agosto del 2002 en su discurso de recepción del premio nacional de literatura Pereira recordó que hablaba “del lado de los humillados y ofendidos que cifran una vez más esperanzas y esfuerzos en una voluntad de redención a la que me he suscrito sin reservas desde que mi ser sensible le impuso a mi razón la poesía”.
Gustavo Pereira comprende y comparte la belleza de la palabra justicia.
5. Vayamos brevemente a la casa, a sus primeras letras y lugares. En ellos el dirigente sindical Benito Pereira, padre y primer maestro, toma y transmite la palabra:
“Eran los días del origen cuando los hombres se amontonaban/ en sindicatos y portones/ Eran los días en que mi padre devoraba hasta el amanecer los libros rojos/ y me enseñaba la Internacional entre los ruidos de las máquinas/ Eran días temblorosos tiernos como panes encadenados a nuestros pasos como polvo”.
Por allí también transitan cotidianamente Bécquer, Darío, Lorca y otras presencias musicales que muy pronto habrían de gravitar en el niño comunista. Ya quinceañero, éste escribe y publica su primer libro: El rumor de la luz. No podía ser de otra manera. Prepararse para el viaje (que otros llaman la vida) escuchando y leyendo poesía, permite un trato secreto con lo insondable. Un comentario de Adriano González León registró con premonición ese hecho:
“Gustavo Pereira, quien apenas debe llegar a los dieciocho años, acumula para su lado positivo la valentía de enfrentarse con una vocación El paso inicial de publicar un conjunto de poemas es de por sí acreedor de un mínimo respeto. Pereira, en Puerto La Cruz, ha podido dedicarse a los deportes, a la carrera comercial, a la vagancia o simplemente a repasar sus materias de bachillerato. Sin embargo, porque se siente solidario de una aventura mayor, se decide por la poesía, en un esfuerzo para preparar su comunicación con los hombres. Esta, unida a cierta limpidez en la concepción poética y al abandono que ha hecho de la clásica retórica del joven que escribe un poema porque han cesado las relaciones con su novia, constituyen el valor de ´El rumor de la luz´” (Revista Nacional de Cultura, Nro. 123, julio-agosto 1957).
El poeta busca el paracaídas de Altazor y lo encuentra, pero termina fabricándose el suyo. Sabe, en efecto, que su comunicación con los hombres será poética o no será. Y vuelve a la isla, a la casa, al viejo domicilio. En La fiesta sigue va a describir después su Regreso al hogar:
“Otra vez en la misma casa/ conversando con las mismas gentes/ Las mismas gentes/ Y el mismo olor a tabaco/ Y la misma casa con aquella pared/ Y aquella cocina/ Las mismas gentes y la casa/ se sientan en las mismas sillas comen las mismas/ legumbres/ se aprietan como antes exactamente como antes/ Yo también soy el mismo”.
6. Luis Henrique Persa, con un libro titulado Desprendimiento de los sueños, obtuvo en el año 64 el premio de poesía que para autores inéditos otorgaba el Ateneo de Boconó. Han transcurrido 44 años y el libro de Persa continúa en la ineditez. Una vez conocido el nombre del ganador, El Nacional le encomendó al periodista Absalón Bracho que lo entrevistara en Puerto La Cruz, lugar donde residía el joven poeta. Bracho hizo diligentemente su trabajo y a pesar de que Persa no quería fotos, éstas no faltaron. Las hizo impecablemente Augusto Hernández. La entrevista apareció de inmediato con un titular que decía “Un autor misterioso gana el concurso para autores inéditos” y la ilustraba una foto de Luis Henrique Persa, como debe ser. Al verla, uno de los miembros del jurado (¿Sambrano Urdaneta? ¿Subero?) exclamó: “¡Pero si este es Gustavo Pereira!”. Sin dilación alguna se activó entonces la maquinaria de la administración literaria y Persa fue despojado del premio, bajo el alegato implacable de que no había cumplido con la condición de ser inédito. Hubo ruido, por supuesto. Nada menos que Mariano Picón-Salas y Aníbal Nazoa rompieron lanzas a favor de Gustavo, pero la cosa quedó ahí. Pocos meses más tarde Gustavo Pereira y otros jóvenes publicarían la revista Trópico Uno.
En las líneas del fuego político se estaba viviendo también una etapa de ebullición intelectual. Trópico Uno demostró que esa beligerancia creadora no tenía en Caracas su único escenario. Puerto La Cruz se sumó a ella con honores. Además de la revista, aparecieron allí los libros colectivos 7 poemas y Bajo la refriega. Se realizaron las exposiciones del Círculo Ariosto y Luis José Bonilla, Gladys Meneses, Pedro Barreto, Rita Valdivia, Eduardo Lezama, el indio Hernández Guerra, Ramón Yánez, Eduardo Sifontes, Jesús Enrique Barrios, entre otros, se entregaron con denuedo a la febril agitación de la cultura. Barrios, por cierto, escribió: “Sólo el silencio está más allá de mi imaginación”, inaugurando un estilo que cultiva y mejora a diario desde entonces.
Al frente de todo y de todos estaba un joven de 24 años que en Trópico Uno firmaba unas veces como Gustavo Pereira y otras como Luis H. Persa. Tenazmente nuestro autor no sólo escribía y publicaba, sino que hacía sus Preparativos de viaje.
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