Thursday, March 05, 2015

Solo, en campo descubierto


Antonio Márquez Salas
 
Desde las cinco de la mañana leo algunos cuentos de La vasta brevedad. Me agrada que en el caso de Antonio Márquez Salas no hayan elegido el relato previsible, que se repite en todas las antologías, sino otro, igualmente bueno, que representa muy bien a este estupendo narrador venezolano. Así, no incluyeron El hombre y su verde caballo (tampoco Como dios, que a veces lo sustituye). Optaron por esa maravilla que es Solo, en campo descubierto, ganador del concurso de cuentos de El Nacional en 1964. Releyéndolo hoy recordé la emoción cuando tuve en mis manos la edición del periódico, ese mismo año, y disfruté diciéndome en voz alta, como si de poemas se tratara, largos párrafos de esa elegía magistral de Márquez Salas.
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También con Manuel Trujillo (entre otros) los responsables de esta selección hicieron algo parecido. De Trujillo hallamos siempre en las antologías el magnífico relato Mira la puerta y dice. Esta vez no. El elegido fue La muerte en el puesto o los errores de una guerra de guerrillas, de Chao muerto. No conocía ese formidable cuento. Por cierto, el siguiente es un relato de Argenis Rodríguez, tomado de Entre las breñas. Me alegró verlo allí. Según López Ortega, Pacheco y Gomes, el texto de Argenis se contrapone dialógicamente al de Trujillo. La inclusión de ambos, uno tras otro, fue, sin duda, un acierto.
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Haber incluido a Alejandro Rossi es una de las felicidades del libro. Podría echar de menos a dos o tres autores que, como Rossi, además de la venezolana, tienen otra u otras nacionalidades (pienso en Dávalos, Cuesta y Cuesta, Track), pero lo que no puedo es dejar de aplaudir su inclusión. Frente a las antologías, salvo que se trate de omisiones muy obvias, antepongo siempre mi respeto a los criterios y gustos del antólogo. Por cierto, tanto el estudio introductorio como las notas de presentación de los relatos, me parecen excelentes. Lo digo, no sólo por la precisión informativa acerca de autores y obras. También –y sobre todo- por la agudeza de los comentarios y la claridad de las razones esgrimidas para cada elección. 

Pienso, en fin, que La vasta brevedad (Alfaguara, 2010) es, sin duda, un notable aporte al conocimiento y difusión del cuento venezolano, desde el año 1898 hasta el 2009.
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Vuelvo al primero de los narradores que cité, sólo para recordar la ocasión en que un importante escritor argentino me sorprendió con una entusiasta y favorable opinión acerca del cuentista merideño. Se trata de César Aira. El hecho ocurrió en noviembre de 1995, al finalizar la Bienal literaria “Picón Salas”, en Mérida. Conversábamos sobre literatura venezolana, y Aira, de pronto, me preguntó por Márquez Salas. Le dije que no sabía nada de la obra posterior a sus famosos cuentos, y que los últimos textos que había leído de él, eran unos poemas publicados en el suplemento cultural de Últimas Noticias. Me referí a El hombre y su verde caballo, un terrible y prodigioso relato con párrafos devastadores. Añadí un calificativo para Márquez Salas: "quiroguiano", aludiendo a sus primeros cuentos. La respuesta tajante, y muy de Aira, fue inmediata: “Pero mejor que Quiroga”. Feliz y agradecido, me despedí del argentino con un abrazo.
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Al final de Sólo, en campo descubierto, la más entrañable de las voces, dice: 

Y si es verdad que has muerto, yo, ahora, no soy más que una madre, un rehén de aquellos que han de morir el día en que seamos inútilmente sueños.

Sunday, January 25, 2015

Hambre de encarnación amorosa


Antonin Artaud haciendo de Jean Massieu en Juana de Arco, de Dreyer

Fue un segundo de primera en la pantalla grande. En su  corta carrera de actor cinematográfico (utilitaria, según dijo), hizo mudo y sonoro. Llegó a ser dirigido nada menos que por Dreyer y por Pabst, entre otras luminarias. Además de actuar, escribió cine y sobre cine, para no referir aquellos oficios literarios que le dieron la indomable fama que posee. Tampoco toca ahora decir algo de su vida, que para muchos fue su obra más perenne. Me basta con recordar que su filosa lucidez todavía nos interpela y nos desarma. Leo uno de los testimonios de cuando hizo de clérigo Krassien en Juana de Arco y sospecho que es verdad lo que dijo Susan Sontag: él nos legó una teología de la cultura:  

“…guardo de mi trabajo con Dreyer recuerdos inolvidables. Tuve relación, allí, con un hombre que ha llegado a hacerme creer en la justeza, la belleza y el interés humano de su concepción. Y cualesquiera que sean mis ideas sobre el cine, sobre la poesía, sobre la vida, me he dado cuenta por una vez de que no estaba en contacto con una estética, o una idea preconcebida, sino con una obra, con un hombre empeñado en elucidar uno de los problemas más angustiosos que existen: la deformación de un principio divino cuando pasa al cerebro de los hombres, cerebros que se llaman ‘Gobierno’ o ‘Iglesia’. Dreyer vio en Juana de Arco una víctima de esa deformación”.
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Podría recordar a mi amigo Vladimir Puche repitiendo de memoria los versos de Poeta negro y sus “duros corazones de vinagre”, pero eso corresponde a otro momento. Ahora, el leve contrapicado en el que Dreyer muestra el dulce rostro del hermano Massieu, diciéndole a Juana: “Sé valiente. Tu última hora se aproxima”.  
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Según María Zambrano “hambre de comprensión amorosa” padeció nuestro vidente.

Friday, January 23, 2015

Marlene soy yo


 
 
En la tele, El Expreso de Shanghai (1932), de Josef von Sternberg, con la espléndida Shanghai Lily (Marlene Dietrich), que un año antes había sido nada menos que Lola-Lola. Sin duda, un regalo para el día.
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Ya Marlene Dietrich le ha dicho al jefe de los rebeldes chinos que su viaje a Shanghai es sólo porque quiere comprarse un sombrero. "Esto es algo serio”, agrega, con la sabiduría de una mujer que ama.
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(Veo que el gordo Eugene Pallette es acá uno de los pasajeros del “Expreso”. Hace de jugador y matricula de una vez como uno de mis segundos de primera)
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Y ahora, la famosa fotografía del mito, fumando en el tren, poco antes de llegar a Shanghai. Esa maravilla se la debemos a Lee Garmes y, desde luego, al insigne director.  

Dicen que Von Sternberg llegó a afirmar, como Flaubert de su gran personaje: “Marlene soy yo”. Y lo fue.