Sunday, April 06, 2008

Claudio Guillén y Marilyn

Marilyn Monroe en su última sesion fotográfica. Fotógrafo: Bert Stern

Marilyn Monroe

Claudio Guillén recreó con sabia limpidez su primera aproximación a la magia de las palabras. Yo recuerdo ahora su página espléndida y me imagino la escena en la que el padre de Claudio y sus amigos decían de memoria algún soneto de Bécquer y viejísimos romances. Uno de esos amigos tocaba el piano, recitaba y hacía reír a todos en la sala. Ese amigo de la familia se llamaba Federico y era, según dicen, una fiesta innombrable. Pero no fueron sus poemas los que embriagaron al niño. Fueron las novelas que la madre francesa le dejaba llevar hasta la cama, convertida en pequeña biblioteca, lo que produjo en él fascinación.

Claudio lloró a lágrima viva cuando murió Porthos y se dejó llevar por mares lejanísimos de la mano de otros narradores. Vivió la experiencia intransferible de quien lee por vez primera un cuento y se entrega a su aventura. Conoció la melancolía de los barcos, tuvo miedo en las calles de Bagdad y supo que el narrador traza la ruta de la avilantez y el incierto rumbo de los descubrimientos.

(Claudio Guillén fue profesor de literatura comparada en Princeton, California y Harvard. Nos legó una obra merecidamente admirada por muchos estudiosos. Murió hará poco más de un año en España. Por esos días Antonio Muñoz Molina escribió un bello artículo de donde tomo esta experiencia guilleneana:

Una tarde de invierno, en Nueva York, a principios de los años sesenta, entró en un bar en penumbra a tomarse algo, y vio a su lado a una mujer rubia y espléndida que bebía tristemente a solas, y a la que no se atrevió a dirigirle la palabra. Era Marilyn Monroe.”)

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