Al fondo, Anatomía del desespero, Felipe Herrera
Había ido sólo de visita, pero me tuve que quedar esa noche a dormir. Casi todas las paredes de la casa se encontraban llenas de cuadros. La luz provenía de dos lámparas de mesa. Me tocó dormir en la sala, en la que destacaba un tríptico en blanco y negro, con una figura humana desollada. Parecía una lección de anatomía tomada de algún oscuro libro escolar de biología, pero de pronto resultaba también una aterradora presencia del más allá. Tal vez la poca luz creaba ese efecto. Sin pensarlo mucho, opté por no mirarla. Antes de entregarme al sueño, me dispuse entonces a leer, tal como era mi costumbre en esa época. Sobre la mesa de la sala encontré una revista. La tomé y al hojear sus páginas y ojear las ilustraciones, sobrevino el estupor: media página de la revista mostraba una fotografía del mismo desollado que ocupaba el centro del tríptico que acababa de aterrarme. Volví a mirar el cuadro. No había dudas. Se trataba de la misma obra. Leí, sobrecogido por el miedo, la leyenda de la fotografía:
“Había sido un caballero culto, encantador y mujeriego. En sus ratos de ocio se dedicaba a la pintura. Con los conocimientos adquiridos en lejanos estudios de adolescencia, procuró hacer retratos de amigas, pero no sentía mayor placer en contemplarlas como modelos. Así que optó por el autorretrato. Después de varios intentos fracasados sobre tela, cuyos resultados terminaron en la basura, ensayó el dibujo. Usó un espejo de grandes dimensiones para contemplarse de cuerpo entero. Trabajó incansablemente por las noches, pero nada. No estaba satisfecho. Pasó más de una semana tratando de encontrarse a sí mismo en el dibujo, hasta que la octava noche del intento dio con la clave: tenía que verse por dentro y dejar sobre el papel el minucioso entramado de sus músculos. La piel sobraba en su propósito. Llamó a su amigo de la infancia, Felipe Herrera, y le encomendó la tarea de desollarlo vivo. El espectador del tríptico observará el pasmoso parecido de ambas anatomías, a cuál más desesperada, como lo indica el título de la obra, que no sabemos a ciencia cierta si es un retrato de amigo o un verdadero autorretrato por plumilla interpuesta”.
Cerré la revista y dormí arropado hasta la cabeza.
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