El pasado viernes el diario El País celebró en una página el centenario de un libro de poemas: Campos de Castilla, de Antonio Machado. Una verdadera joya. En la nota se destacó la importancia que tuvo la estupenda recepción del libro para la vida de su autor. Algo crucial. Ese año había muerto Leonor, su joven esposa, y el poeta, abatido y desolado, se muda de pueblo. Así, de profesor de francés en el Instituto de Soria, pasó a ser lo mismo en el Instituto de Baeza. Allí renacerá lentamente, verso a verso. El 29 de abril de 1913 le escribe a su amigo José María Palacio y le pide que cuando la primavera ofrezca sus primeros lirios y las huertas sus primeras rosas, “en una tarde azul”, suba al Espino, “al alto Espino donde está su tierra”. Leonor vive desde entonces en el perenne abril de los campos de Castilla.
Para ella, la elegancia del ciprés que mencionó Machado en Las encinas.
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