"¿Dónde están los muchachos de entonces?
Barra antigua de ayer ¿dónde está?"
(Tiempos viejos. Letra: Manuel Romero. Música: Francisco Canaro)
Comienzo a revisar los libros, discos y videos que traje de Buenos Aires. Me esperan, entre otros, Horacio González, Sergio Chejfec, Martín Caparrós, Emilio de Ipola, Abelardo Castillo, María Estela Monti, Adriana Varela, Tita Merello y hasta Isidoro Cañones. Veo ahora Los muchachos de antes no usaban gomina, película que este año cumplió 70 y cuya copia en DVD compré en una tienda de Lavalle hace unos días. Recuerdo una escena estupenda de una novela de Carlos Fuentes donde por vez primera me topé con ese viejo film. La escena ocurre en un cine de Lavalle y la novela es Cambio de piel, de donde tomo este fragmento:
"...Tomaste por Lavalle para ver las carteleras de los cines y averiguar si había nuevas o viejas películas que se te hubieran pasado. Proyectaban, sin anunciarlas, de sorpresa, viejas películas argentinas que te divertían mucho. Melodramas terribles, con muchos tangos, con mucha nostalgia de la belle époque del Centenario, con mucho folklore de los barrios portuarios. Te detuviste frente a cada cine de la treintena que hay en Lavalle; ibas vestida con un estampado de seda anaranjada y zapatos blancos de tacón alto que iban recogiendo el alquitrán y una bolsa de cuero comprada en Buenos Aires y viste los carteles y fotografías de un programa triple de Luis Sandrini y junto daban La Vuelta de rocha, con Mercedes Simone y Hugo del Carril y a ti te encantaba la música porteña en esa época y en el verano ibas a los restaurantes al aire libre de Maldonado, de Belgrano, del camino al Tigre, para escuchar las orquestas de Canaro o Pichuco; (...). Por fin te detuviste en las fotos de Los muchachos de antes no usaban gomina, que te apasionaba. Compraste el boleto en la taquilla y entraste a ese cine pequeño, estrecho, con butacas de madera altas e incómodas, donde el ruido de los ventiladores era más fuerte que el de la banda sonora y encontraste un lugar en las primeras filas. Ya había empezado la película y los dos pitucos del 900 andaban de farra y acababan de conocer a la hetaira máxima del Centenario, la rubia Mireya que era Mecha Ortiz y la pareja iba a bailar nada menos que la milonga El cisne (...) y tú querías sentirte relajada, opiada, a ver cómo la rubia Mireya, de gran cortesana, descendía con el destino inflexible del tango a vieja vendedora de flores en el arroyo, donde, desde luego, la descubren en el último rollo Arrieta y Parravicini, los galanes envejecidos. Veinticinco abriles que no volverán. Pensaste que el tango era una de las pocas formas contemporáneas de la tragedia y te levantaste".
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