Después de leer el descarnado y valiente libro que escribió sobre sus padres, podríamos haber pensado que pronto vendría la muerte pavesiana y tendría sus ojos. Releo las ominosa primera página y las palabras que percibí espeluznantes hace unos meses, tienen ahora la cruel imponencia de la profecía cumplida. Pilar Donoso se suicidó el martes pasado en Chile. De algún modo ese final había sido anunciado por su padre, el gran novelista José Donoso, en una anotación del viernes 23 de abril de 1993, en la que su hija era un personaje de ficción con un designio insalvable.
La devastación anímica que produjo en Pilar la escritura de Correr el tupido velo, llegó a su fin. En ese libro no hizo sólo la confesional biografía de su padre. Hizo la novela de su familia o la crónica de unas almas demacradas para las que no había fronteras entre ficción y realidad. Contó amores y odios, terrores y alegrías. Mostró las cartas, los diarios, los humores ocultos. Después de hacer eso, vinieron el descanso temporal y cierto alivio, pero la puerta de la caída había quedado abierta y el demonio meridiano, presente en la dedicatoria, se encargó de cumplir el presagio sombrío:
Escribir este libro tuvo grandes consecuencias para mí, pérdidas irreparables y, seguramente, habrá más. Es por ello que, como continuidad de mi historia, se lo dedico a mis hijos: Natalia, Clara y Felipe.
Y hubo más. Hace tres días en su casa de Providencia, en Santiago, vino la muerte y tuvo sus ojos.
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