Creo que llegó la hora
de buscar en serio un clima de civismo y de concordia, y de superar en todos los ámbitos públicos (y hasta
en los privados) la exasperación de los enconos. No es fácil, desde luego. No
lo es, entre otras cosas, porque ese proceso de rectificación comporta algo que
es mucho menos frecuente de lo que parece: la autocrítica sincera, así como el
reconocimiento y la auténtica comprensión del otro. Hacer esto último es una
práctica olvidada. Cuando alguien la ejerce, de inmediato es visto como
sospechoso y puesto en cuarentena por los fanáticos de lado y lado.
En tiempos de crispación
y de exclusiones, la moderación es perseguida por los extremismos y genera una paradoja: el equilibrio
como subversión. Es más, cualquier referencia al diálogo suele confundirse con
una invitación a declinar ideas o principios o a desistir de críticas y de
razonables disentimientos, y se le estampa con arrogancia el rótulo de “ingenua”.
Algunos desconocen el
sentido del viejo dicho de que lo cortés no quita lo valiente (por cierto, lo
inverso también es verdadero) y prefieren la acrimonia discursiva y el rechazo
sumario a quienes marcan distancia con los iracundos. El espíritu de secta nos
ha hecho mucho daño, tanto, que algunos, retóricamente muy “prevenidos” frente
a sus letales efectos, cayeron también bajo su soberbio influjo. Aún así, estoy
seguro de que los venezolanos estamos a tiempo de recobrar la calma para seguir
el curso de un país que procura con esfuerzo justicia y libertad y que puede hacer
de la política una contienda, dura a veces, pero siempre constructiva.
Como dijo el poeta
Fernando Paz Castillo en un bellísimo libro: hay luces entre las sombras. No
todo está signado por el odio.
Hoy pienso en Jovellanos,
tan apropiadamente recordado por Julián Marías en un ensayo que ahora, día
importante en mi país, repaso con republicano interés y sobria admiración. España,
en su tiempo, se quedó sin Jovellanos por desoír voces serenas, voces que no
eran ni de claudicación ni de miedo. Ojalá no sea el caso de Venezuela. La
historia ofrece ejemplos de cómo los inmoderados terminan siendo llamados al
botón, pero no por su conciencia, sino por terribles realidades, y a un
altísimo costo para el pueblo. Son lecciones.
Mirando las repetidas variedades
de los verdes que el balcón me ofrece esta mañana, escribo la palabra “esperanza”
y sigo la lectura.
P.D: El título del
ensayo de Marías es Jovellanos: concordia y discordia de España. Está incluido
en su libro SER ESPAÑOL (Planeta, 2000).
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