En su ensayo sobre Virgilio y el mundo cristiano, Eliot comienza refiriéndose a la Égloga cuarta y a las diversas interpretaciones que la misma ha suscitado. Después de enumerar varias de esas conjeturas (incluida la que hace de Virgilio un profeta pagano del nacimiento de
Jesús), le dedica un párrafo a la inspiración poética. Eliot estima que allí
está lo que nunca podrán alcanzar los intérpretes. Estos llegarán a conocer la
mentalidad romana de la época y lo que Virgilio creía estar escribiendo, pero
existe algo en el fenómeno de la inspiración que escapa a los propios poetas.
Pasado el momento de la creación, ya no hay manera de entender del todo lo que
salió de la pluma. Los eruditos dirán su misa, alguna mejor que otra, pero el
significado de la profecía virgiliana seguirá inasible.
Considera Eliot que a Virgilio, conscientemente,
sólo le interesaban los asuntos domésticos y la política romana. Por eso, tal
vez, lo habría dejado perplejo el destino que tuvo su Égloga cuarta entre los
lectores: que si el niño al que en ella se refiere era el retoño de Antonio y
Cleopatra, que si se trataba de una velada alusión a Octavio, que si tenía que
ver con la doctrina pitagórica, que si estaba haciendo imitación del estilo
oracular de los sibilinos, que si anunciaba la llegada del Mesías… En fin, una
larga cadena exegética que terminó interesándole a Eliot para destacar la
temprana aceptación de Virgilio por parte del cristianismo. La adhesión a una
lectura literal de la profecía de la Égloga, lo permitió. Y es aquí donde el
ensayo de Eliot arriba a su centro: Virgilio como enlace del antiguo mundo con
el nuevo. La dignidad, la razón y el orden del autor de las Geórgicas sirviendo
de cauce para un cambio de época. Por ahí discurre Eliot. Hoy subrayé una frase
que en una lectura anterior se me escapó:
“En la poesía de Virgilio la civilización romana se
vuelve mejor de lo que realmente era”.
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Para el quinto día después de Navidad, este
fragmento de un joven llamado Virgilio (Borges dixit):
“La Última edad, que anunció la Sibila,
héla llegada:
ya de raíz nace nueva
una grande rueda de siglos.
Vuelve la Virgen ya,
a reinar ya vuelve Saturno…
El tendrá de los dioses la vida,
y verá entre los dioses
los semidioses mezclados,
y a él han ellos de verlo;
ya apaciguado el confín regirá
en la ley de su padre…
Aun morirá la culebra,
y la hierba que miente ponzoña
aun morirá:
nacerá a cada paso mirra de Asiria”
(De la Égloga cuarta)
La versión anterior es de Agustín García Calvo,
quien la llama “rítmica”, y “aunque torpe” –lo afirma él- intenta aproximarse
al hexámetro dactílico, tan necesario “para entender aunque sea de lejos algo
de la poesía de Virgilio”. Está en su libro sobre el gran poeta latino
(Virgilio. Ediciones Júcar, colección Los poetas, Madrid, 1976).
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El ensayo de Eliot fue elaborado para una
conferencia radial que transmitió la BBC en 1951. Fue publicado por The
Listener, el magazine londinense que difundía las charlas de la BBC. Seis años
más tarde se incluyó en el libro On poetry and poets (Faber and Faber Limited,
London). En 1959 la editorial Sur, en Buenos Aires, lo pondría a circular en
traducción de María Raquel Bengolea.
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