Friday, April 19, 2013

CONTRA MI TESTIFICA UN INSPECTOR DE HEREJIAS

Heberto Padilla
 
 
WILLIAM BLAKE

Lo recuerdo ahora por un poema de Heberto Padilla. Tal vez su mejor poema.

Hará unos tres años me apoyé en INFANCIA DE WILLIAM BLAKE para compartir algunas reflexiones sobre el sectarismo. Sin más, cito su sexta estancia:
...

"Te decían:

Lo niños como tú, William,
serán negados por el ángel;
blasfemas, robas en la despensa;
tienes la cara sucia;
andas siempre con claves
y grabados
y láminas…


Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.

¡Ay, Blake, el siglo veinte
no es un simple grabado
en que batallan el arcángel y el diablo!
Es esta trampa
en que luchamos, es esta lluvia
que nos ciega. Han arrasado las despensas
y no hay señales
ni claves
que no pueda entender
el Ministerio de Guerra.

Entra, aún estamos en vela.

Cualquier día
me gritan a la puerta:
Un hombre con paraguas, mi señor

(No puedes conocerlo. Es de esta época)
Cualquier día
penetran en mi cuarto.
Mostró insignias, señor

Cualquier día
me obligan a salir a la calle,
me apalean; me lanzan como a una rata
en cualquier parte.

(Tú no puedes saberlo. Es de la época)

Contra mí testifica un inspector de herejías."
 

Sunday, April 14, 2013

Entre sombras y luces


 
Creo que llegó la hora de buscar en serio un clima de civismo y de concordia,  y de superar en todos los ámbitos públicos (y hasta en los privados) la exasperación de los enconos. No es fácil, desde luego. No lo es, entre otras cosas, porque ese proceso de rectificación comporta algo que es mucho menos frecuente de lo que parece: la autocrítica sincera, así como el reconocimiento y la auténtica comprensión del otro. Hacer esto último es una práctica olvidada. Cuando alguien la ejerce, de inmediato es visto como sospechoso y puesto en cuarentena por los fanáticos de lado y lado.  

En tiempos de crispación y de exclusiones, la moderación es perseguida por los  extremismos y genera una paradoja: el equilibrio como subversión. Es más, cualquier referencia al diálogo suele confundirse con una invitación a declinar ideas o principios o a desistir de críticas y de razonables disentimientos, y se le estampa con arrogancia el rótulo de “ingenua”.  

Algunos desconocen el sentido del viejo dicho de que lo cortés no quita lo valiente (por cierto, lo inverso también es verdadero) y prefieren la acrimonia discursiva y el rechazo sumario a quienes marcan distancia con los iracundos. El espíritu de secta nos ha hecho mucho daño, tanto, que algunos, retóricamente muy “prevenidos” frente a sus letales efectos, cayeron también bajo su soberbio influjo. Aún así, estoy seguro de que los venezolanos estamos a tiempo de recobrar la calma para seguir el curso de un país que procura con esfuerzo justicia y libertad y que puede hacer de la política una contienda, dura a veces, pero siempre constructiva.  

Como dijo el poeta Fernando Paz Castillo en un bellísimo libro: hay luces entre las sombras. No todo está signado por el odio.  

Hoy pienso en Jovellanos, tan apropiadamente recordado por Julián Marías en un ensayo que ahora, día importante en mi país, repaso con republicano interés y sobria admiración. España, en su tiempo, se quedó sin Jovellanos por desoír voces serenas, voces que no eran ni de claudicación ni de miedo. Ojalá no sea el caso de Venezuela. La historia ofrece ejemplos de cómo los inmoderados terminan siendo llamados al botón, pero no por su conciencia, sino por terribles realidades, y a un altísimo costo para el pueblo. Son lecciones. 

Mirando las repetidas variedades de los verdes que el balcón me ofrece esta mañana, escribo la palabra “esperanza” y sigo la lectura.   

P.D: El título del ensayo de Marías es Jovellanos: concordia y discordia de España. Está incluido en su libro SER ESPAÑOL (Planeta, 2000).