BorgesFue uno de sus símbolos constantes, como el espejo y los tigres. Lo descubrió de niño, en un libro con grabados que mostraban las siete maravillas del mundo. No sé si llegó a dibujarlo, como hizo con las fieras de su temprana devoción.
Cuentan que Georgie, armado de una lupa, intentaba explorar el centro del laberinto para ver al Minotauro. Al percatarse de la esterilidad de ese afán, prefirió imaginárselo, para ventura eterna de sus futuros lectores que ahora son legión. Así, el laberinto terminó sendo una insustituible metáfora borgiana, y el Minotauro, un personaje solitario llamado Asterión, famosamente.
La metáfora alude no sólo a la perplejidad incesante, sino también al inexplicable universo, mientras que Asterión es el pobre protagonista de un profundo tedio metafísico, incapaz de ver en su presunto redentor la ominosa presencia del verdugo. ¿Acaso no seguimos siendo los hombres unos incurables y redomados asteriones que andamos a la espera del salvador de turno, dentro de un laberinto que aún no logra cerrarse a la crueldad?... Dejémoslo así, como metáfora, por decirlo a la manera de Reyes, el mexicano que Borges admiraba.
Ahora el escritor está sentado en un muro del laberinto. Su mano derecha se apoya en el báculo que hace tiempo dejó de ser indeciso, a fuerza de iluminar huecas penumbras. Sobre su rodilla izquierda descansa la otra mano, hermosa y enigmática. El viento agita sus cabellos blancos. Los ojos deambulan insomnes, uno más que otro (todo hay que decirlo). El fotógrafo alcanza, por fin, la perplejidad del instante, con columnas al fondo y escaleras abajo. Se ha hecho presente de improviso la significación solar del laberinto. Y allí está Borges, inmenso, llegando de la noche de los tiempos para escribir poco después que “
este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como Maria Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”.
He visto la foto muchas veces y he leído el poema otras tantas. Y seguiré haciéndolo. ¿Retornar al mismo sitio no es el destino que todo laberinto nos depara?