Wednesday, June 07, 2006

Pepe Barroeta, in memoriam


Pepe Barroeta

1. Lo supe este mediodía. Ayer se nos fue Pepe.

Los dos amigos que me acompañaron hoy durante el almuerzo oyeron algunos versos suyos que intenté recordar.

Este post no termina aquí. Lo seguiré escribiendo mañana.

Ahora sólo pido que música de Orfeo acompañe a Pepe Barroeta.

2. Retomo el post de ayer y transcribo un artículo que escribí hace diez años sobre un excelente libro de Pepe titulado CULPAS DE JUGLAR*:

"Al afirmar que entre los libros de moral los mejores son los de poesía, Leopardi quería destacar aquellos que dejan en el alma del lector un sentimiento de nobleza tal que les impide durante media hora concebir un vil pensamiento o cometer una acción indigna. Como lector lento (y escritor idem) suelo detenerme en las páginas de algunos libros que secretamente se aferran a mis manos. No sé si son los que Leopardi estimaría como morales, pero en todo caso, por entretenerme o detenerme tanto tiempo consigo, me salvan, durante mucho más de media hora, de andar cometiendo “acciones indignas” o de “pensar vilezas”. Con el más reciente libro de José Barroeta, Culpas de juglar, me ocurrió algo de eso. El evidente carácter unitario del mismo, no fue óbice para que sus páginas se me convirtieran en pasajes de un laberinto, el laberinto personal que Pepe ha venido levantando con su obra poética desde hace muchos años y que encuentra en este libro su punto culminante. Me quedé en ese laberinto varios días, sin la angustia de no tener frente a mí la puerta de salida. En silenciosa convivencia con él, sabiendo que estaba dejando en mí más de lo que pienso, escribí, al sesgo, durante el pasado mes de mayo y a la manera de un diario, los fragmentos que siguen:

Miércoles 7: Un amigo (Andrés Mejías) me regala el libro Culpas de juglar, de Pepe Barroeta. No sé por qué siento que no me lo regala, sino que me lo devuelve. Lo abro, buscando un poema cuyo manuscrito me había mostrado hace dos años Gregory Zambrano y que, leído entonces bajo el impacto de una tragedia (la inesperada muerte de Néstor, hijo de Pepe), adquiría un notable patetismo, seguramente involuntario. Me refiero a El Huésped (segunda versión), texto que quiero leer ahora sin la impronta del doloroso hecho que se impuso en mi primera y fugaz aproximación a él y que lo convertía en un asombroso poema premonitorio. Procuraré una lectura despojada de ese sello, para encontrarme de verdad con lo que sucede en el poema y no con lo que ocurrió después de su escritura. ¿Por qué no leer la poesía sin buscarle soportes legitimadores en la realidad?

Lo leo en voz alta, por segunda vez. Andrés Mejías escucha. La imagen de Aquiles, un fantasma que aparece en el poema, se levanta de pronto y domina la escena. Recuerdo entonces a otro Aquiles, el del poema de Acosta Bello. Mientras el de Arnaldo busca cobijo en Briseida para encontrarse consigo mismo, el de Pepe Barroeta no puede escapar al fatum sentenciado por La Ilíada. Bajo el ominoso poder de Hades, sus múltiples disfraces no alcanzarán a esconderlo de la muerte, y así, al amanecer “… un cortejo de heraldos/ lanza el cuerpo de un adolescente degollado/ a un basurero/ donde reposan la Ilíada/ y los muertos de una ciudad inexistente”. Cierro el libro pensando que ese fantasma se me puede aparecer a mí en Barquisimeto… .-

Domingo 11: El tema de la muerte persiste, pero en esta ocasión el poeta está a su servicio y no al revés. Pepe ya no acude a su pueblo para constatar que “todos han muerto”. Ahora la muerte es quien lo busca y él la recibe, la atiende, la contempla. Es, en definitiva, su siervo solitario. Y ella ya no es una muerte bucólica. Pepe la lleva de viaje y se exhibe a su lado en París, bebiendo una copa de vino blanco, los dos muy solos, al mediodía.
Me quedo varado en la página 22 del libro.-

Martes 13: El libro no es un acto ritual de mea culpa. Las culpas de juglar no se exhiben con golpes en el pecho. Las culpas de juglar se lavan con la lluvia. Sólo se lavan. Se asean… .- El poeta se presenta con ellas ante su espejo y descubre, con Borges, que “detrás del rostro que nos mira no hay nadie”. Somos, en realidad, ese montón de espejos rotos, ese “espejo de otro/ quebrado por culpas de juglar”.-

Jueves 14: Siento hoy que Culpas de juglar es también un diario íntimo, un inventario con secretos, un viaje sentimental, y también un encuentro con el otoño. Los poetas también se ponen viejos… .-

Este juglar está ahora en una ciudad de montaña. De ella había salido. Viajó, conoció también la melancolía de los barcos, el frío amanecer bajo las carpas, el aturdimiento de los paisajes y de las ruinas, la amargura de las amistades interrumpidas….- Fue, como todos alguna vez, Frédéric Moreau. Pero ahora está de vuelta, con el “asno de oro” de la página 37.

Viernes 15: Fue Claudio Magris, hablando de Saba, quien escribió que la gran poesía tiene siempre la humildad de quien se sabe en deuda con los demás y con el mundo. Lo he recordado leyendo este libro donde las personas, las cosas y los elementos que rodean al poeta, y que lo trascienden, conservan un misterio indescifrable, una gracia oculta que las hace perdurar en nuestra incierta memoria. Si pensamos que en este caso no se trata de una poesía contemplativa, ese rasgo es aún más asombroso.

Domingo 17: Seguir en el misterio, ser en él Aquiles sin escudo y enfrentarse solitario al mundo. Eso es ahora suficiente para justificar el paso del juglar por estas tierras. El juglar ya no pertenece a la aventura tal o cual, sino a la vida, para gozar “del silencio del poema que llega”.

Lunes 18
: Siento que Pepe Barroeta ha hecho algo así como un ajuste de cuentas con su poesía y con buena parte de la obra que han escrito muchos compañeros suyos, de viaje y de generación. No me atrevo a hablar exactamente de “ajuste”, que por ser una expresión contable, carece de poder para aludir lo que deseo expresar: cierto distanciamiento literario y vital que no se queda sólo en el arreglo de cuentas, pero que no llega a la ruptura. En fin, a medio camino entre ambos, Pepe Barroeta es otro y el mismo. Lo son sus temas y el tono general del libro. La figura del adolescente eterno que se regodeaba en un pasado remoto o en la efusión de un instante (no en su intensidad), ha dado paso a un poeta que sabe ahora que su sombra es otra y que busca en ella una vía para ser simplemente un hombre a solas. Andar de “poeta de los sesenta” por el mundo no podía seguir siendo un pasaporte válido y, mucho más que otros, Pepe Barroeta lo supo a tiempo, como lo revela la excelente presentación que en el año 81 escribió para la antología que le publicó Fundarte en 1985.

Lo que el juglar era, está dicho desde el pathos de la distancia, en el poema Canto a mí mismo, y lo que ahora es, aparece a lo largo del libro y se concentra, de manera explícita, en el estupendo poema final, Invencionario, una verdadera despedida. A éste último corresponden estos versos memorables: “Cada día mi sombra renuncia más a mí/ cada día mis fábulas forman parte de un mundo/ imposible y en ruinas/ cada día mis espejismos y mi invencionario/ dejan de ser/ me abandonan en los límites de una ciudad rodeada/ por montañas altas/ por calles estrechas/ por gentes y por casas frías./ Presiento que ahora no pertenezco a ninguna aventura/ sino a la vida”.

Martes 19: Dejo, por los momentos, el libro. Y me pongo a recordar lugares comunes, en el sentido que los griegos daban a esa bella expresión (por cierto, Pepe Barroeta da con ella nombre a la segunda parte de Culpas de juglar). Así, recuerdo que la poesía es una forma de la melancolía (Stevens, Adagia), pero es también una forma de redención, gracias a Dios".


*José Barroeta. Centro de Actividades Literarias
José Antonio Ramos Sucre. Cumaná, 1996.

1 comment:

Anonymous said...

Gracias por recordar a Pepe y también por el obituario que publicó ayer la UNEY en El Nacional