La primera vez que pisé Suma todavía Raúl no era su dueño. Estaba sí Julia, la otra imagen emblemática de la legendaria librería. Creo que fue un año después cuando apareció Raúl, cuyo rostro se me haría familiar, mas no aún su trato, que comencé a disfrutar más tarde, por allá, a finales de los setenta. Desde ese entonces fuimos amigos. Siento que nos unió un afecto verdadero.
En este momento tristísimo para sus hijos y amigos, abatidos por su muerte abrupta, sólo se me ocurre agradecer a los dioses por el don de haberlo conocido.
Ahora se me viene a la memoria la imagen de su sonrisa de hombre bueno y sencillo. Que ella nos consuele a todos.
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