Iglesia de Cabudare
Ser convocados por una Alcaldía para reflexionar sobre temas históricos, es, sin duda, un acto de civilidad infrecuente en un país que desde hace muchas décadas se enfermó de desmemoria. Por esa razón, no puedo dejar de destacar y celebrar al inicio de estas palabras -que les aseguro serán breves, pero muy sentidas- el motivo por el cual estamos acá: la realización del VI Seminario de Historia Económica, Social y Cultural de Cabudare y el II Encuentro de la Microhistoria Larense.
Se le debe a la tenacidad creadora del cronista Taylor Rodríguez García, no sólo el encomiable hecho de la convocatoria, sino también lo más insólito de la misma: su continuidad. Resignados a lo efímero o al debut que casi siempre termina siendo despedida, cuando nos topamos con una actividad a la que se le ha conferido rango y permanencia, se nos impone de inmediato el indispensable ejercicio del reconocimiento. Y eso queremos hacer de entrada: reconocer en este Municipio, en esta Alcaldía, en esta Fundación Biblioteca “Héctor Rojas Meza”, en esta ciudad y en su estupendo cronista, un ejemplo de trabajo cultural que procura, tanto la difícil excelencia académica, como el amable intercambio de conocimientos en los nobles temas del acontecer local.
En tiempos de desencuentros y querellas, reunirse para avivar historias de nuestros terruños y para compartir nuevas indagaciones sobre el pasado e imágenes vivas de lo que fue (y es) la vida cotidiana de los pueblos larenses, es ir sembrando convivencia, semillas de un futuro que nos hará mejores seres humanos, por haber comprendido que somos en primer lugar una memoria.
Celebro, además, que sea Cabudare el centro de este hermoso esfuerzo colectivo por el saber histórico. Sometida al trasiego de un crecimiento capaz de llevarse por delante los sagrados lugares de nuestros ancestros, Cabudare exhibe ahora el vigor de una resistencia cultural, aparentemente pequeña, pero que de llegar a propagarse aún más, mediante la perseverancia y lucidez de sus portavoces, podrá convertirse en una fuerza indetenible. Esa resistencia cultural la están haciendo y activando ustedes con este trabajo dirigido fundamentalmente a los educadores del Municipio Palavecino y de otras entidades cercanas. Se trata de enfrentar con espíritu de pueblo unido en el orgullo de serlo, el aluvión de un desarrollo impersonal que la situación de conurbanismo fue agravando con los años.
No le ha tocado fácil a Cabudare su vecindad con Barquisimeto. Sin embargo, ha dado muestras -como ésta- de estar consciente de ese difícil destino: el destino de seguir siendo Cabudare, sin dejar de mirar el futuro ni de convivir con realidades ineludibles. Hacerlo, recordando que, a quienes miran el futuro sin conocer su pasado, los espera un porvenir incierto, desangelado y triste. Por eso, Cabudare toma ahora las debidas previsiones contra el olvido de sus orígenes, siguiendo la propuesta que desde hace algunos años Taylor Rodríguez les hizo a los cabudareños, para ayudarnos a no perder nuestros nexos con las raíces.
Dije “ayudarnos”, precipitándome por mi deseo de declararme hoy cabudareño, para recordar como es debido, y con el permiso de ustedes -por el carácter muy personal de esta declaración-, al cabudareño que me es más entrañable y que desde el pasado 7 de enero reposa eternamente en su tierra de Palavecino: mi padre, José Manuel Castillo Díaz, hijo de Pastora y de Manuel, quien jamás olvidó su infancia por estas calles y, menos aún, los diálogos con sus amigos de entonces: Honorio Dam, Marcos Salas, Julio Alvarez Casamayor y Coché Rojas, casi todos monaguillos del padre Muñoz o condiscípulos en alguna escuelita o en la gran Escuela Federal Graduada Ezequiel Bujanda, cuyo epónimo fue siempre recordado por mi padre como el de uno de los cabudareños más ilustres, enmendando de paso a mi madre tocuyana, al decirle que antes de ser por adopción paisano de ella, el poeta Bujanda había tomado la feliz precaución de nacer en Cabudare.
Dispénsenme que haya tomado como excusa a Francisco José Rojas Rodríguez (Coché), para este desahogo íntimo, pero es que no puedo desvincular en mi memoria el preclaro nombre del homenajeado en este VI Seminario, de la imagen de mi padre, hablándome emocionado de su amigo y resaltando la inmensa calidad humana de quien dedicó su vida a los afectos, incluido entre ellos, el sublime afecto por su pueblo. Por mi padre supe que Francisco José Rojas, sobrino por rama paterna de Héctor Rojas Meza, fue un hombre íntegro y honesto, como lo probó de manera impecable su paso por la política, convertida a veces en una máquina demoledora de decencias.
“Coché” Rojas fue maestro completo porque dio sus lecciones no sólo en el aula, sino sobre todo en su vida. En aquélla fue profesor de profesores, como lo revela su fecunda presencia en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio. En la otra, fue maestro de todos los que ven en su ejemplo de ciudadanía un camino a seguir para la vida pública. Quiero destacar en esta ocasión una arista de esa loable conducta cívica, por lo mucho que signifuca para nuestra irrenunciable educación sentimental: su apego por Cabudare. Me apoyo en unas palabras del cronista de esta ciudad venerada:
“Desde su jerarquía en la administración pública estadal (Francisco José Rojas) no descuidó jamás su comarca natal. Apenas derrocada la dictadura… cuando todavía no ejercía la presidencia de la legislatura larense, lideró la creación de la Junta Pro Mejoras de Cabudare, organización no gubernamental como se identifica en la actualidad, en la que igualmente participaron solidarios hijos e hijas y amigos de esta ciudad del horizonte infinito, como Roseliano Palacios, Juan de Dios Troconis, Eurípides Ponte, Juan de Dios Meleán, Catalino Escalona, Julio Alvarez, Pedro López Amaya, Nedda Alvarez y Ligia Meleán”.
Acompañados por una seccional de esa junta instalada en Barquisimeto e intregrada, entre otros, por José Ramón Brito, Asisclo Vásquez, Tomás Lucena Yépez, Elías Marrufo, Alejandro Rojas R., Teobaldo Brito, Honorio Dam, José Arangú e Ignacio Rojas Meza, el grupo liderado por “Coché” Rojas logró para Cabudare algunas obras que nuestro acucioso cronista enumeró en una relación que no las agota y de las cuales me permito recordar las siguientes:
-Adquisición de la Hacienda La Mata con el propósito de mejorar el servicio de agua y de contar con una área ejidal en el Municipio.
-Construcción de las casa rurales que corresponden a la urbanización La Mata.
-Reconstrucción del Puente San Nicolás, área del histórico árbol, el jabillo blanco que cierto equívoco identificaba como ceiba.
-Construcción de la Plaza General Aquilino Juares Rumbos, frente a la actual sede del poder municipal.
-Creación del primer liceo en la historia educativa de Palavecino, actual Jacinto Lara.
-Creación de las escuelas Valmore Rodríguez y Héctor Rojas Meza.
-Construcción del estadio Terepaima.
-Creación del Liceo Omaira Sequera Salas.
Son sólo algunas de las acciones y obras que esa organización de cabudareños realizó y obtuvo para su pueblo. Ahora forman parte de lo cotidiano. Antes fueron desvelos de algunos servidores públicos como Francisco “Coché” Rojas, quien no se limitó a querer a su tierra ocupándose de ella en acciones como las mencionadas, sino que cultivaba esa querencia con tertulias diarias en Cabudare. Nos dice el historiador Taylor Rodríguez:
“Jubilado de la administración pública, avanzado de edad, con algunos problemas de salud, el maestro Francisco José Rojas Rodríguez, no dejó de visitar diariamente a su Cabudare natal desde Barquisimeto, capital larense donde había fijado su residencia varias décadas pretéritas. No sacrificó jamás su cabudareñidad, a estas comunidades de la obra banda del Turbio les fue útil a lo largo de su itinerario vital”.Homenajear a Francisco José Rojas es honrar ese patrimonio inmaterial de la cultura que consiste en el amor a un pueblo y que él encarnó en su vida de humanista humilde y bueno. Y es también rendir tributo a la dignidad humana, agredida con lastimosa contumacia por la voraz negligencia de quienes ignoran la historia sencilla y bella de nuestras viejas comarcas.
Vengo de una universidad yaracuyana que ha entendido que la cultura es la única vía para salvarnos. En ella estamos dando lugar de privilegio a los estudios de la microhistoria y de la crónica. Siento que ustedes tienen mucho que enseñarnos para robustecer la ruta intelectual que hemos iniciado en ese ámbito. A cambio, ofrecemos nuestro apoyo y nuestra adhesión al denodado afán de ustedes por convertir a Cabudare en faro de una cultura universal. Como se sabe, toda cultura universal comienza en la parroquia, por ejemplo, en ésta, muy cerca de aquí, en un banquito de la Plaza Bolívar en el que siguen departiendo vespertinamente Eurípides Ponte, Carlos Guédez y "Coché".
He dicho.
Se le debe a la tenacidad creadora del cronista Taylor Rodríguez García, no sólo el encomiable hecho de la convocatoria, sino también lo más insólito de la misma: su continuidad. Resignados a lo efímero o al debut que casi siempre termina siendo despedida, cuando nos topamos con una actividad a la que se le ha conferido rango y permanencia, se nos impone de inmediato el indispensable ejercicio del reconocimiento. Y eso queremos hacer de entrada: reconocer en este Municipio, en esta Alcaldía, en esta Fundación Biblioteca “Héctor Rojas Meza”, en esta ciudad y en su estupendo cronista, un ejemplo de trabajo cultural que procura, tanto la difícil excelencia académica, como el amable intercambio de conocimientos en los nobles temas del acontecer local.
En tiempos de desencuentros y querellas, reunirse para avivar historias de nuestros terruños y para compartir nuevas indagaciones sobre el pasado e imágenes vivas de lo que fue (y es) la vida cotidiana de los pueblos larenses, es ir sembrando convivencia, semillas de un futuro que nos hará mejores seres humanos, por haber comprendido que somos en primer lugar una memoria.
Celebro, además, que sea Cabudare el centro de este hermoso esfuerzo colectivo por el saber histórico. Sometida al trasiego de un crecimiento capaz de llevarse por delante los sagrados lugares de nuestros ancestros, Cabudare exhibe ahora el vigor de una resistencia cultural, aparentemente pequeña, pero que de llegar a propagarse aún más, mediante la perseverancia y lucidez de sus portavoces, podrá convertirse en una fuerza indetenible. Esa resistencia cultural la están haciendo y activando ustedes con este trabajo dirigido fundamentalmente a los educadores del Municipio Palavecino y de otras entidades cercanas. Se trata de enfrentar con espíritu de pueblo unido en el orgullo de serlo, el aluvión de un desarrollo impersonal que la situación de conurbanismo fue agravando con los años.
No le ha tocado fácil a Cabudare su vecindad con Barquisimeto. Sin embargo, ha dado muestras -como ésta- de estar consciente de ese difícil destino: el destino de seguir siendo Cabudare, sin dejar de mirar el futuro ni de convivir con realidades ineludibles. Hacerlo, recordando que, a quienes miran el futuro sin conocer su pasado, los espera un porvenir incierto, desangelado y triste. Por eso, Cabudare toma ahora las debidas previsiones contra el olvido de sus orígenes, siguiendo la propuesta que desde hace algunos años Taylor Rodríguez les hizo a los cabudareños, para ayudarnos a no perder nuestros nexos con las raíces.
Dije “ayudarnos”, precipitándome por mi deseo de declararme hoy cabudareño, para recordar como es debido, y con el permiso de ustedes -por el carácter muy personal de esta declaración-, al cabudareño que me es más entrañable y que desde el pasado 7 de enero reposa eternamente en su tierra de Palavecino: mi padre, José Manuel Castillo Díaz, hijo de Pastora y de Manuel, quien jamás olvidó su infancia por estas calles y, menos aún, los diálogos con sus amigos de entonces: Honorio Dam, Marcos Salas, Julio Alvarez Casamayor y Coché Rojas, casi todos monaguillos del padre Muñoz o condiscípulos en alguna escuelita o en la gran Escuela Federal Graduada Ezequiel Bujanda, cuyo epónimo fue siempre recordado por mi padre como el de uno de los cabudareños más ilustres, enmendando de paso a mi madre tocuyana, al decirle que antes de ser por adopción paisano de ella, el poeta Bujanda había tomado la feliz precaución de nacer en Cabudare.
Dispénsenme que haya tomado como excusa a Francisco José Rojas Rodríguez (Coché), para este desahogo íntimo, pero es que no puedo desvincular en mi memoria el preclaro nombre del homenajeado en este VI Seminario, de la imagen de mi padre, hablándome emocionado de su amigo y resaltando la inmensa calidad humana de quien dedicó su vida a los afectos, incluido entre ellos, el sublime afecto por su pueblo. Por mi padre supe que Francisco José Rojas, sobrino por rama paterna de Héctor Rojas Meza, fue un hombre íntegro y honesto, como lo probó de manera impecable su paso por la política, convertida a veces en una máquina demoledora de decencias.
“Coché” Rojas fue maestro completo porque dio sus lecciones no sólo en el aula, sino sobre todo en su vida. En aquélla fue profesor de profesores, como lo revela su fecunda presencia en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio. En la otra, fue maestro de todos los que ven en su ejemplo de ciudadanía un camino a seguir para la vida pública. Quiero destacar en esta ocasión una arista de esa loable conducta cívica, por lo mucho que signifuca para nuestra irrenunciable educación sentimental: su apego por Cabudare. Me apoyo en unas palabras del cronista de esta ciudad venerada:
“Desde su jerarquía en la administración pública estadal (Francisco José Rojas) no descuidó jamás su comarca natal. Apenas derrocada la dictadura… cuando todavía no ejercía la presidencia de la legislatura larense, lideró la creación de la Junta Pro Mejoras de Cabudare, organización no gubernamental como se identifica en la actualidad, en la que igualmente participaron solidarios hijos e hijas y amigos de esta ciudad del horizonte infinito, como Roseliano Palacios, Juan de Dios Troconis, Eurípides Ponte, Juan de Dios Meleán, Catalino Escalona, Julio Alvarez, Pedro López Amaya, Nedda Alvarez y Ligia Meleán”.
Acompañados por una seccional de esa junta instalada en Barquisimeto e intregrada, entre otros, por José Ramón Brito, Asisclo Vásquez, Tomás Lucena Yépez, Elías Marrufo, Alejandro Rojas R., Teobaldo Brito, Honorio Dam, José Arangú e Ignacio Rojas Meza, el grupo liderado por “Coché” Rojas logró para Cabudare algunas obras que nuestro acucioso cronista enumeró en una relación que no las agota y de las cuales me permito recordar las siguientes:
-Adquisición de la Hacienda La Mata con el propósito de mejorar el servicio de agua y de contar con una área ejidal en el Municipio.
-Construcción de las casa rurales que corresponden a la urbanización La Mata.
-Reconstrucción del Puente San Nicolás, área del histórico árbol, el jabillo blanco que cierto equívoco identificaba como ceiba.
-Construcción de la Plaza General Aquilino Juares Rumbos, frente a la actual sede del poder municipal.
-Creación del primer liceo en la historia educativa de Palavecino, actual Jacinto Lara.
-Creación de las escuelas Valmore Rodríguez y Héctor Rojas Meza.
-Construcción del estadio Terepaima.
-Creación del Liceo Omaira Sequera Salas.
Son sólo algunas de las acciones y obras que esa organización de cabudareños realizó y obtuvo para su pueblo. Ahora forman parte de lo cotidiano. Antes fueron desvelos de algunos servidores públicos como Francisco “Coché” Rojas, quien no se limitó a querer a su tierra ocupándose de ella en acciones como las mencionadas, sino que cultivaba esa querencia con tertulias diarias en Cabudare. Nos dice el historiador Taylor Rodríguez:
“Jubilado de la administración pública, avanzado de edad, con algunos problemas de salud, el maestro Francisco José Rojas Rodríguez, no dejó de visitar diariamente a su Cabudare natal desde Barquisimeto, capital larense donde había fijado su residencia varias décadas pretéritas. No sacrificó jamás su cabudareñidad, a estas comunidades de la obra banda del Turbio les fue útil a lo largo de su itinerario vital”.Homenajear a Francisco José Rojas es honrar ese patrimonio inmaterial de la cultura que consiste en el amor a un pueblo y que él encarnó en su vida de humanista humilde y bueno. Y es también rendir tributo a la dignidad humana, agredida con lastimosa contumacia por la voraz negligencia de quienes ignoran la historia sencilla y bella de nuestras viejas comarcas.
Vengo de una universidad yaracuyana que ha entendido que la cultura es la única vía para salvarnos. En ella estamos dando lugar de privilegio a los estudios de la microhistoria y de la crónica. Siento que ustedes tienen mucho que enseñarnos para robustecer la ruta intelectual que hemos iniciado en ese ámbito. A cambio, ofrecemos nuestro apoyo y nuestra adhesión al denodado afán de ustedes por convertir a Cabudare en faro de una cultura universal. Como se sabe, toda cultura universal comienza en la parroquia, por ejemplo, en ésta, muy cerca de aquí, en un banquito de la Plaza Bolívar en el que siguen departiendo vespertinamente Eurípides Ponte, Carlos Guédez y "Coché".
He dicho.
3 comments:
"una máquina demoledora de decencias"... ¡que bueno!
Recuerdo a Cabudare con cariño, aún viven allí varios familiares. Recuerdo también "La Mora".
Un abrazo.
COCHE Y EURIPIDES YA PARTIERON CON EL SEÑOR, HOY MISMO ENTIERRAN A UNO DE ELLOS, EURIPIDES PONTE UNO DE LOS HOMBRES MAS BUENOS TRABAJADOR Y HONESTO QUE HA PASADO POR ESTA VIDA, UN HOMBRE EJEMPLAR, Y LO MEJOR ES QUE FUE QUIZAS EL CABUDAREÑO QUE MAS QUISO A ESTE TERRUÑO, DEL CUAL NUNCA QUISO SALIR DESDE SU NACIMIENTO, PAZ A SUS RESTOS ETERNAMENTE. BENDICION TIO DAVID JOSE PONTE REA
Gracias, David, por este comentario acerca de Eurípides Ponte. Lo leo mucho tiempo después de que lo hiciste. Espero que la memoria de tu tío siga iluminando Cabudare. Saludos.
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