La UNEY es una universidad en permanente construcción, como ocurre con las obras que son algo más que un frío proyecto de la burocracia educativa. Por eso, es también un espacio creativo y libre, heterodoxo e innovador, que ha desafiado durante más de doce años tiempos hostiles y espacios provincianos no tan inclinados a abrir caminos nuevos para la cultura. Lo ha hecho con esa vieja palabra que alegra los espíritus: entusiasmo. Por eso, a esta altura y temperatura del juego, la UNEY puede mostrar significativos resultados, que hacen de ella una universidad excéntrica. Es una pequeña casa abierta, con puertas que dan al campo y a quien nadie, salvo que aspire con denuedo a hacer el ridículo, podría calificar de “endogámica”, como los proyectos educativos sometidos a rígidos esquemas académicos o al control de inspectores de herejías, entrenados para cercar las necesarias audacias del arte y de la inteligencia.
La incorporación de talentos comprobados en diversas áreas, como las del diseño, la crónica, el deporte y la cocina, conforme a criterios humanísticos de amplitud, es la mejor prueba de cuanto decimos acerca del carácter, flexible y “exogámico” (para hacerle un guiño irónico a ciertas necedades), de una gestión universitaria que invocó, entre otros ejemplos tutelares, el del brasileño Darcy Ribeiro, al poner en marcha, con su nombre, un programa de inclusión inédito en Venezuela que permite a diversas personas, bachilleres o no, cursar asignaturas de las carreras de pregrado que nuestra universidad ofrece. Para que entreguen y confronten sus conocimientos de modo libre y fecundante, la UNEY incorporó como docentes a quienes de verdad saben, por ejemplo, de cocina y de diseño, aunque no pertenezcan a los estamentos del capital curricular, ese sí, endogámico y muchas veces vergonzosamente desprovisto de luces. Resalto este aspecto, porque hemos comprobado en estos años que nada escuece más a la mediocridad adocenada de los claustros, que la disposición auténtica a la interculturalidad o al diálogo efectivo de diversas experiencias y conocimientos, letrados o no letrados, urbanos o campesinos, sin excepción alguna. En la UNEY hemos querido retornar al ágora universal de la investigación y la curiosidad, sin la echonería epistémica machacada en la grilla de las credenciales. Nuestra cláusula Julio Miranda impidió que nos priváramos de enriquecer los estudios de Diseño Integral bajo la conducción lúcida y experta de Santiago Pol, de quien no he visto todavía su título de bachiller, pero de quien conozco los mejores carteles de América Latina. Ilustro con ese notable caso (hay muchos otros) la vocación uneyista por la universalidad y su talante para la conversación de las inteligencias.
Quienes fundamos y estamos construyendo la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy, no somos ingenuos. Sabemos que vivimos en un país de enormes crispaciones, y que el ámbito académico está atacado desde hace muchos años por una pereza intelectual que mantiene en estado de abulia y de conformidad a gente muy valiosa. Retar ese letargo genera incordios y pone en guardia contra nosotros a los defensores de las cómodas penurias. También a quienes todo lo dividen en blanco y negro y hacen del sectarismo una bandera, porque no toleran la abierta agonística que debate ideas y no consignas. No obstante, aquí y ahora, la UNEY crea y preserva su espacio alciónico, un lugar para leer, hablar, escuchar, escribir y discutir con calma. Con el nombre de Alción hemos designado uno de los espacios de trabajo cotidiano. Recordarán que el alción, protegido por Zeus, en medio de la tormenta encuentra el momento y el sitio para reproducirse. La UNEY no invoca en vano ese bello mito recogido por Ovidio.
En una pieza casi marginal de un centro de investigaciones agroalimentarias en San Felipe comenzó hace más de doce años este trabajo. Hay quienes afanados en atribuirnos una larga permanencia repiten eso de los “doce años”, como alegato irrefutable para recusar nuestra gestión, ignorando que aún en lo viciado de ese argumento, están incurriendo en una mezquindad involuntaria: negar los tres años anteriores a la creación de la UNEY, durante los cuales estuvimos elaborando sus bases conceptuales. Cuando ocupamos en febrero de 1999 la espartana y diminuta oficina del CIEPE (el aludido centro de investigaciones sanfelipeño) ya había un camino recorrido, de investigación, lecturas y consultas. Desde entonces fue emergiendo esto que hoy constituye para algunos generosos amigos un modelo ascendente de innovación universitaria. No voy a contar acá esa reciente historia, ni tampoco a consignar un inventario de sus realizaciones. Me limitaré a agregar a lo ya dicho algunas cosas que tal vez comprendan lo más destacable de esta fascinante experiencia que ha sido la UNEY.
Lo primero: hacer de la experimentalidad una herramienta para la invención. No conozco precedentes sólidos (ni frágiles) de casos en los cuales las universidades experimentales hayan ido más allá de lo tradicional y se hayan liberado del falso criterio conforme al cual lo experimental es lo no autonómico. Se ha creído, por errónea lectura de la ley, que la experimentalidad es un estadio que somete a las universidades a los designios burocráticos de una autoridad ministerial. Para nosotros, desde un comienzo, ese carácter fue, por el contrario, una licencia para crear y para dotarnos de una conciencia de Universidad, no de un sentimiento de obediencia a un eventual úkase de algún funcionario del poder ejecutivo. Merced a esa manera de concebir la dignidad de la educación universitaria, la UNEY puede mostrar hoy en día un rostro distinto de la experimentalidad y servir de ejemplo para quienes se atrevan a no rebajar sus casas de estudios a meras oficinas de un Ministerio.
Lo segundo: ejercer la responsabilidad académica integrando todas sus funciones y hacerlo teniendo presente un horizonte ético. Esto ha supuesto para la UNEY un esfuerzo de formación continua para sus profesores, estudiantes, personal administrativo, obreros y autoridades. En este momento nos aprestamos a asumir una importante potestad que nos confirió el Reglamento General aprobado en el año 2003 por el entonces ministro Héctor Navarro: la elección de su propio gobierno, dentro de lo previsto por la Ley Orgánica de Educación. En la UNEY este compromiso comporta el estudio y la reflexión de la filosofía, historia y naturaleza de la vida universitaria. Nuestro espacio académico El valor de Educar ya concibió y elaboró el diseño de un riguroso seminario para abordar el tema. Por supuesto, esto lo haremos con el tiempo que requiere el conocimiento. Nada a la carrera, como nos enseñan los sabios, pero menos aún, nada impuesto, como nos enseña el Estado de Derecho y la Constitución vigente en Venezuela.
En el momento en que la UNEY recibió su primera cohorte de alumnos, en octubre del año 1999, arrancó una apasionante gestión que no se detiene y que está preparada para seguir robusteciendo sus principios y deparando más y mejores resultados. Desde entonces nos han ocurrido muchas cosas buenas, pero, como todo hay que decirlo, también han querido llevarnos a lo que Quevedo llamaba “la guerra civil de los nacidos”. Frente a estos asedios, nuestra respuesta ha sido la continuidad del trabajo bien hecho. La UNEY en la actualidad no es un proyecto. Es una obra con frutos, pero que sigue construyéndose. Si eso no es una verdadera fortaleza, entonces todos estaríamos perdidos.
Finalizo compartiendo dos momentos de la UNEY en su alborada. Corrían los primeros años de este trabajo apasionante. Ya teníamos alumnos y profesores, y con la explicable precariedad de los comienzos, también contábamos con una biblioteca en ciernes, algún laboratorio, un autobús e incluso teatro universitario, éste último, nada menos que con Eduardo Gil, al frente. Pero sentimos que nos faltaban dos cosas esenciales, sin las cuales no podíamos seguir llamándonos universidad: cine y piano. Subsanamos la enorme falla y al poco tiempo adquirimos un piano que no sólo era para uso de la UNEY, sino de la ciudad de San Felipe, como todo el mundo allá lo sabe. Un poco antes habíamos abierto con inmenso alborozo el Cine-Club, cuyo nombre contiene la proclama de nuestra vida académica: En construcción. Sé que los lectores no dejarán ir, así como así, estas menciones que son algo más que una metáfora.
Freddy Castillo Castellanos
Rector Fundador de la UNEY
1 comment:
¡Grandes palabras de uno de muchos Protagonistas, esmerados en este sueño que sigue creciendo,y es llamado UNEY.!
La causa no solo es justa y necesaria si no obligatoria para luchar por la preservacion de lo ya logrado, y lo que esta por venir.
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