Thursday, December 01, 2011

Los estudiantes de la mesa redonda son los de la UNEY




Cuando María Zambrano, la gran filósofa del siglo XX, recordaba sus años de estudiante universitaria en Madrid, revivía un regocijo invulnerable: el de haber asistido a las clases de Ortega. Ese sublime ejercicio de la memoria le permitía acceder de nuevo al aula, para comprobar en menos de diez minutos, que la universidad enriquecía su espíritu y despertaba su fervor. Atrás quedaban las urgencias formales, los grados y las evaluaciones. Un espacio distinto se abría,  más allá de la grisura curricular. Vislumbraba otros horizontes y se sentía atraída por la palabra del filósofo. Interpelada por cierta angustia, llegaba a preguntarse: ¿cómo es posible haber ignorado que la universidad es algo muy distinto a una oficina dispensadora de licencias? María Zambrano se trasladaba entonces al estado de gracia del amor intelectual y de ese modo daba inicio a su ilimitado afán de pensar y de sentir.

Que una universidad nos trate como si todos pudiéramos ser María Zambrano, no debería ser el privilegio de unos pocos, sino el propósito único de los lugares que se presumen académicos. Hoy debemos reconocer, con más desconsuelo que certeza, que ese camino se ha extraviado entre nosotros. Durante casi trece años, la UNEY intentó recuperarlo, siempre con nobles intenciones, por encima de aciertos y de fallas. Ahora vemos con estupor, cómo lo alcanzado con su esfuerzo, es desconocido y vulnerado por una frágil entente de mediocres.

Lo hemos dicho en otras ocasiones: los burócratas obedecen al reflejo condicionado de la estupidez. Si alguno de ellos fue lúcido, automáticamente deja de serlo con la práctica del despotismo, aunque éste sea menor y efímero. Borges hablaba de “tristes monotonías”. Nosotros, en apenas tres meses, ante esta brutal e ignominiosa intervención, hemos presenciado  un catálogo bufo de las mismas, con su inevitable renglón de fementidos. Nada que no esté en el libreto de todas las infamias: amenazas, terror, persecuciones.

Pero… una piedra en el zapato de los asaltantes, hace estragos: la hidalguía, la olvidada hidalguía de los estudiantes, recuperada en Guama por los adalides de Resistencia UNEY, mantiene encendida una llama rebelde, una llama que se aviva sin pausa.

Con una hermosa página de un viejo escritor de América Latina, Germán Arciniegas, entro esta mañana al aula 14 y les leo:

Metámonos en la taberna de la historia. Que vengan aquí, a la mesa redonda, y a conversar con el estudiante de América, estudiantes de todos los tiempos. Nadie se escandalice: nunca tuvimos sitio más decoroso para platicar… Hemos sido conspiradores tradicionales. De todos los tiempos. Llevamos la revolución en el alma. No medimos el dolor ni el sacrificio. El gesto que más seduce a nuestras juventudes es verter la vida sobre una bella ilusión.

Hemos conspirado. La conspiración es apagamiento de voces y ruidos para captar fuerzas ocultas. Recoger acentos escondidos por donde circulan anhelos íntimos… mientras las dictaduras eclipsan el sol en las plazas públicas. En horas de azar y desventura conspiran el deseo de liberación, el sentimiento de justicia, la voz de la sabiduría; anhelos de nuestras vidas insumisas. El orden establecido, el conformismo, la pasividad, nos miran con recelo y encuentran sospechosos.

Se nos tuvo por truhanes, pícaros o badulaques (también por vándalos en Guama), porque no se doblaron nuestras frentes al peso de una idea burguesa… El estudiante vive identificando la razón de su vida con la de sus ideas. Trasfunde en ellas carne y huesos. Darse así es obra maestra de la sinceridad. Y esta es nuestra obra maestra, nuestro placer. … Y aquí estamos todos”.

Para los estudiantes de Resistencia UNEY, estudiantes de la mesa redonda, este momento inderrotable de poesía.

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