Saturday, June 18, 2011

Encuentro con Marta y Asterión



Estoy en un auditorio del Ateneo de Caracas. Una mujer elegante, tras pedirnos permiso, pasa sonriendo frente a nosotros y se sienta a mi derecha. Yo sigo conversando con Vasco Szinetar. La señora me pregunta por el aforo de la sala. Le respondo que tal vez sea de trescientas personas. Los tres coincidimos en que la sala es pequeña para el numeroso público que vino hoy al acto. Se trata de un encuentro del Presidente de la República con “la gente de la cultura”. Andan por ahí Antonio López, Alfredo Chacón, Nelson Garrido, Tulio Hernández y Gonzalo Ramírez, entre otros.  

El Presidente no ha llegado. Vasco y yo seguimos saludando a los amigos. Mi vecina se presenta. Su nombre me parece conocido. Es escritora, sin duda. Vasco dice saber quién es, mientras yo intento hallar en mi memoria alguna ficha con sus datos. Vagamente la ubico como articulista de prensa o como autora de un libro editado por Monte Avila, pero no me conformo. Creo saber algo más y sigo indagando, impaciente, en mis archivos.  

De pronto encuentro una pista y le pregunto: ¿su nombre fue citado por un escritor famoso? -Sí-, me responde. Y añade, sin énfasis alguno: -Borges me dedicó La Casa de Asterión-. ¡Claro! ¡Cómo no haberlo recordado antes! Mi vecina de asiento es nada menos que Marta Mosquera Eastman.  

Iniciamos entonces una breve conversación sobre Borges. Así, me entero que el cuento memorable fue escrito en la casa de Marta y que algo de esa casa pervive en sus líneas magistrales. Vasco le pregunta si conoció a Gombrowicz. “Sí, era amigo de Sábato, lo conocí”. Yo le pregunto por Mastronardi y por Elvira de Alvear. Al primero lo conoció. A la segunda, la vio alguna vez.  

Mi fetichismo literario no se aguanta y le entrego a Marta la hoja que acaban de darnos para formular preguntas. Ella entiende de inmediato. Estampa su firma y exclama: -¡Qué lindo! En ese instante Marta y yo somos los únicos que permanecemos sentados. Todos se han puesto de pie porque ha llegado el Presidente. 

(Este encuentro ocurrió en septiembre de 1999)

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OLVIDO 

En el interminable Borges de Bioy Casares nos encontramos muchas veces con el nombre de Marta Mosquera. Recuerdo aquella en la que Borges refiere un diálogo supuestamente oído por Marta. Bioy no descarta que lo haya inventado. Si es así, le hace honor. Lo transcribo: 

“ELLA (una especie de Estela Canto): ´¡El número, señor, el número!´ 

EL (tal vez el doctor Kuno Fingermann o un mucamo parecido al doctor K. F.): ´Ya lo olvidé dentro de la cabeza´.
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METATEXTO 

En el prólogo a su formidable Manifiesto de Celestina, Marta Mosquera emplea el término “narra-teatro”, para aproximarse al tipo de género más avenido con su libro. “No es una novela”, dice, pero es la narración de un manuscrito imaginario en el que conviven hasta la (con)fusión, texto y metatexto, novela corta y “narra-teatro”. La Caracas que vivió “su caracazo” es el principal escenario de la historia, y el tema de La Celestina de Rojas, su hipotexto. Sin embargo, nada más importante en sus páginas que el manuscrito: personaje, espejo, casa, laberinto, Asterión. En uno de sus pasadizos, Marta discurre de este modo:
 
Vuelvo a indagar el manuscrito de Celestina y vuelvo a perderme en él. Sospecho que estos textos están escritos por personas diferentes. Los corrijo, los simplifico, los ordeno y me vuelvo a perder en sus páginas, suprimo detalles y descubro otros detalles que estaban ocultos en esos detalles que he suprimido. Me pierdo una y mil veces. Presiento que en el texto hay en el fondo, otro texto. Es un texto oculto que trato de descubrir y no lo descubro. Pienso que en todo texto existen otros textos que no han sido escritos pero no están adormecidos para que alguien los descubra y los escriba, cuando presiente su existencia. Hay zonas de sombra en todo texto y esa oscuridad forma parte de un texto total que es el encadenamiento de la literatura con sus mil versiones de la posible tradición de su magia. La literatura es parte de la magia”.   

Sobre el tema podemos llenar bibliotecas enteras, en verdad, pero dicho (y muy bien) por una de las grandes amigas de Borges, a quien le dedicó nada menos que “La casa de Asterión”, es algo más que un mero juego. Es una fidelidad.




 
 

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