Estoy en un auditorio
del Ateneo de Caracas. Una mujer elegante, tras pedirnos permiso, pasa
sonriendo frente a nosotros y se sienta a mi derecha. Yo sigo conversando con
Vasco Szinetar. La señora me pregunta por el aforo de la sala. Le respondo que
tal vez sea de trescientas personas. Los tres coincidimos en que la sala es
pequeña para el numeroso público que vino hoy al acto. Se trata de un encuentro
del Presidente de la República con “la gente de la cultura”. Andan por ahí
Antonio López, Alfredo Chacón, Nelson Garrido, Tulio Hernández y Gonzalo
Ramírez, entre otros.
El Presidente no ha
llegado. Vasco y yo seguimos saludando a los amigos. Mi vecina se presenta. Su
nombre me parece conocido. Es escritora, sin duda. Vasco dice saber quién es,
mientras yo intento hallar en mi memoria alguna ficha con sus datos. Vagamente
la ubico como articulista de prensa o como autora de un libro editado por Monte
Avila, pero no me conformo. Creo saber algo más y sigo indagando, impaciente,
en mis archivos.
De pronto encuentro
una pista y le pregunto: ¿su nombre fue citado por un escritor famoso? -Sí-, me
responde. Y añade, sin énfasis alguno: -Borges me dedicó La Casa de Asterión-.
¡Claro! ¡Cómo no haberlo recordado antes! Mi vecina de asiento es nada menos
que Marta Mosquera Eastman.
Iniciamos entonces
una breve conversación sobre Borges. Así, me entero que el cuento memorable fue
escrito en la casa de Marta y que algo de esa casa pervive en sus líneas
magistrales. Vasco le pregunta si conoció a Gombrowicz. “Sí, era amigo de
Sábato, lo conocí”. Yo le pregunto por Mastronardi y por Elvira de Alvear. Al
primero lo conoció. A la segunda, la vio alguna vez.
Mi fetichismo
literario no se aguanta y le entrego a Marta la hoja que acaban de darnos para
formular preguntas. Ella entiende de inmediato. Estampa su firma y exclama: -¡Qué
lindo! En ese instante Marta y yo somos los únicos que permanecemos sentados.
Todos se han puesto de pie porque ha llegado el Presidente.
(Este encuentro
ocurrió en septiembre de 1999)
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OLVIDO
En el interminable
Borges de Bioy Casares nos encontramos muchas veces con el nombre de Marta
Mosquera. Recuerdo aquella en la que Borges refiere un diálogo supuestamente
oído por Marta. Bioy no descarta que lo haya inventado. Si es así, le hace
honor. Lo transcribo:
“ELLA (una especie de
Estela Canto): ´¡El número, señor, el número!´
EL (tal vez el doctor
Kuno Fingermann o un mucamo parecido al doctor K. F.): ´Ya lo olvidé dentro de
la cabeza´.
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En el prólogo a su
formidable Manifiesto de Celestina, Marta Mosquera emplea el término
“narra-teatro”, para aproximarse al tipo de género más avenido con su libro.
“No es una novela”, dice, pero es la narración de un manuscrito imaginario en
el que conviven hasta la (con)fusión, texto y metatexto, novela corta y “narra-teatro”.
La Caracas que vivió “su caracazo” es el principal escenario de la historia, y
el tema de La Celestina de Rojas, su hipotexto. Sin embargo, nada más
importante en sus páginas que el manuscrito: personaje, espejo, casa,
laberinto, Asterión. En uno de sus pasadizos, Marta discurre de este modo:
“Vuelvo a indagar el
manuscrito de Celestina y vuelvo a perderme en él. Sospecho que estos textos
están escritos por personas diferentes. Los corrijo, los simplifico, los ordeno
y me vuelvo a perder en sus páginas, suprimo detalles y descubro otros detalles
que estaban ocultos en esos detalles que he suprimido. Me pierdo una y mil
veces. Presiento que en el texto hay en el fondo, otro texto. Es un texto
oculto que trato de descubrir y no lo descubro. Pienso que en todo texto
existen otros textos que no han sido escritos pero no están adormecidos para
que alguien los descubra y los escriba, cuando presiente su existencia. Hay
zonas de sombra en todo texto y esa oscuridad forma parte de un texto total que
es el encadenamiento de la literatura con sus mil versiones de la posible
tradición de su magia. La literatura es parte de la magia”.
Sobre el tema podemos
llenar bibliotecas enteras, en verdad, pero dicho (y muy bien) por una de las
grandes amigas de Borges, a quien le dedicó nada menos que “La casa de
Asterión”, es algo más que un mero juego. Es una fidelidad.
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