Wednesday, February 01, 2012

La ciudad convivida (y convidada)



Saliendo del Parque Ayacucho, carrera 15 con calle 41. A la derecha,, el Colegio María Auxiliadora

...La historia comenzó hace mucho tiempo, en Barquisimeto, cuando desde un gris autobús escolar los días nos deparaban barrios y calles nunca vistos. La vieja avenida 20, con sus naranjillos, todavía no había sido depredada y podíamos leer sus avisos colgantes y compartir el solaz de sus sombras, o de sus “sombritas”, como solemos llamar a esos pequeños oasis de nuestras calles encendidas. La historia, sin duda, comenzó con la demolición de algunos edificios intrigantes, cuya altura asombraba en los 50. “Euskal Herría”, se llamaba uno de ellos, ubicado en la carrera 19 con la Vargas y escenario de las travesuras que recuerda mi cuñado Josué Couri, vecino de esos pagos. Desde su azotea, probando vidas, volaron gatos (Lezama Lima avant la lettre) cuando aún no comenzaba su abandono. Nadie hasta ahora –que yo sepa- lo despidió con los honores que en justicia –no sólo vasca- merecía. Para mí es una imagen a distancia, un espacio enigmático de la memoria, un lugar robado a la curiosidad.

Podía continuar con la enumeración de otros sitios, no precisamente “históricos” ni “centrales”, invocados por el inevitable arbitrio de quien escribe. Sin embargo, estimo que uno solo es suficiente ejemplo de la extendida intimidad que deseo destacar, porque cada quien tiene la suya y puede contemplarla en su memoria, que aloja lugares entrevistos y lejanos, o pequeños recodos que la fantasía va convirtiendo en entrañables. Algunos tendrán la imagen de un cine en la Av. 20, borrado de la noche a la mañana, o de una esquina en la que estuvo una apretada bodega en la 16 con 39, o simplemente, la de un banquito de mármol en el Parque Ayacucho cuando el chuco Torres y yo esperábamos la hora de salida, frente al inolvidable Colegio María Auxiliadora, milagrosamente en pie, pese a la inclemente devastación que lo circunda.

Todos tenemos un “ubi sunt” particular, una aflicción poblada por el tiempo y su implacable paso, que no sólo incluye lugares y personas, sino también instituciones destruidas o “transformadas” (por ejemplo, ahora mismo me pregunto: ¿qué se fizo la FUDECO verdadera? porque sé que este "rancho"  millonario que sigue llevando el viejo nombre, nada tiene que ver con aquélla).

También la ciudades son sus hombres, por decirlo con la inversión literal del inolvidable y bello título de Oswaldo Trejo (También los hombres son ciudades). No pretendo que una suma secreta de recuerdos constituya algo más que un patrimonio personal, pero percibo que sin ellos no es posible recuperar y revivir ningún patrimonio colectivo...

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