Teatro de la Opera en Viena, capital de Kakania
No es hacer una prueba. Desde la adorable ambigüedad del vocablo, podemos decir que el ensayista no necesita probar nada.
Ni ejercicio preparatorio para algo grande, ni borrador de un texto definitivo, el ensayo es, como famosamente dijo Alfonso Reyes, "el género centauro". Me gusta esa imagen porque proviene del mito.
Centauro como Quirón y sanador de lectores universitarios, víctimas de excesivas dosis de prosa “académica”, el ensayo es una amable fiesta del estilo, un recorrido gozoso por cualquier territorio, por más intrincado que éste sea.
El ensayo no busca convencer a nadie. Discurre entre preguntas. Sus respuestas, si las hubiere, se disuelven rápidamente en el camino.
El ensayo es un paseo, pero un paseo para extraviarnos en la ciudad, como le sucede al auténtico paseante, según Benjamin.
Picón Salas dijo una vez, antes de sentarse a escribir: “Y va de ensayo”. También pudo haber dicho: “Y va de cuento”, porque el ensayo también puede ser un cuento.
Hoy, en una novela, a la vuelta de la esquina, un ensayo sobre el ensayo me esperaba. Abrí el primer tomo de El hombre sin atributos y leí:
“… un ensayo no es la expresión provisional o accesoria de una convicción que podría ser elevada a verdad en una oportunidad mejor y que también cabría reconocerla como error (de este género son únicamente los artículos y composiciones que las personas letradas llaman ´desperdicios de su escritorio´), sino que un ensayo es la forma definitiva e inmutable que la vida interior de una persona da a un pensamiento categórico.”
Seguiré con Robert Musil. Toda la mañana estaré en Kakania, buscando otra vez “el reino milenario”.
Ni ejercicio preparatorio para algo grande, ni borrador de un texto definitivo, el ensayo es, como famosamente dijo Alfonso Reyes, "el género centauro". Me gusta esa imagen porque proviene del mito.
Centauro como Quirón y sanador de lectores universitarios, víctimas de excesivas dosis de prosa “académica”, el ensayo es una amable fiesta del estilo, un recorrido gozoso por cualquier territorio, por más intrincado que éste sea.
El ensayo no busca convencer a nadie. Discurre entre preguntas. Sus respuestas, si las hubiere, se disuelven rápidamente en el camino.
El ensayo es un paseo, pero un paseo para extraviarnos en la ciudad, como le sucede al auténtico paseante, según Benjamin.
Picón Salas dijo una vez, antes de sentarse a escribir: “Y va de ensayo”. También pudo haber dicho: “Y va de cuento”, porque el ensayo también puede ser un cuento.
Hoy, en una novela, a la vuelta de la esquina, un ensayo sobre el ensayo me esperaba. Abrí el primer tomo de El hombre sin atributos y leí:
“… un ensayo no es la expresión provisional o accesoria de una convicción que podría ser elevada a verdad en una oportunidad mejor y que también cabría reconocerla como error (de este género son únicamente los artículos y composiciones que las personas letradas llaman ´desperdicios de su escritorio´), sino que un ensayo es la forma definitiva e inmutable que la vida interior de una persona da a un pensamiento categórico.”
Seguiré con Robert Musil. Toda la mañana estaré en Kakania, buscando otra vez “el reino milenario”.
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