Pensando en lo que ha ocurrido en la UNEY con dos o tres trabajos especiales de grado, creo que se hace necesaria una reflexión urgente sobre el tema.
Algunos de nuestros profesores no han logrado captar el espíritu libre e innovador de la universidad y persisten en aplicar los reductivos modelos “academicistas”, a la hora de abordar el tema de la investigación. Les es fácil calcar los manuales de las universidades de donde provienen y les molesta (y les cuesta) sobremanera ampliar su horizonte. Pero esto último es lo que se propuso (y se propone) la UNEY desde sus inicios, contra viento y marea.
Así, estimamos que la investigación y los saberes no se encuentran sólo en las universidades ni se llega a ellos únicamente por los caminos que nos traza una metodología “científica”. Se investiga a diario (bien y mucho) en ámbitos no académicos. Se descubren y gestan saberes en la calle, cotidianamente, a través de múltiples prácticas sociales o domésticas. Y mientras eso ocurre, dentro de las universidades los docentes (ciertos docentes) se entretienen en contar las citas que tiene una tesis de grado, en apabullar en público a un aspirante cuando le cazan algún gazapo "hagiográfico" o en enumerar puerilmente las veces que sus trabajos han sido publicados por una revista “arbitrada”, esa ridiculez académica de los irrisorios prestigios escolásticos o pretendidos tales. A estas alturas estoy convencido de que el cretinismo curricular se ejerce sin rubor alguno.
Interesante -y pertinente- para la UNEY es lo que ahora hace el Centro de Investigaciones Gastronómicas con su diario taller de cocina, donde se rescatan y recrean sabores, donde se trabaja con el disfrute del verdadero investigador y se va elaborando sin premura un recetario, o varios recetarios, a fuerza de gusto y curiosidad por los fogones. Trabajan con productos venezolanos, sin afanes vanguardistas. Registran lo que hacen. Lo someten a prueba. Corrigen y mejoran. Investigan de verdad, aunque no sean “doctores”, ni se guíen por métodos canónicos. Son una cocinera, una secretaria y tres futuros licenciados de Ciencia y Cultura de la Alimentación. Los dirige la primera, una ama de casa cuyos estupendos saberes gastronómicos han sido obtenidos íntegra (e integralmente) fuera de los espacios convencionales de la educación. Y no sólo sus saberes (y sabores) culinarios. También sus modos libres y efectivos de enseñar y de investigar.
Sólo un mentecato (abundan entre los profesores universitarios de Venezuela, no en la UNEY, por fortuna), ignorante de la perversidad de sus limitaciones intelectuales, pero consciente del “valor” de sus “títulos”, se atrevería a exigirle a ese equipo un aparato metodológico “riguroso”, acorde con las normas “científicas” de la investigación y con las reglas de las “tesis de grado”, sin importarle para nada la genuina calidad de sus aportes. Seguro que lo haría. Ni saberes ni sabores son de interés para estos especímenes de la mediocridad “togada”. No hay manera de que se desprendan de tanta futilidad, de tanta basura pseudointelectual acumulada durante años. Y es que no sólo son engreídos los miembros de esa especie. Realmente creen que lo pierden todo si reconocen alguna limitación en sus dominios, máxime cuando descubren que quien les está metiendo las cabras en el corral no proviene de Salamanca sino de alguna cocina respetuosa de natura o de algún taller literario donde se lee a Antonio Machado con deleite y lentitud.
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