Ciertos espíritus amigos del misterio quieren creer que los objetos conservan algo de los ojos que los miraron…
Marcel Proust (El tiempo recobrado)
Tienen alma las cosas, se sabe, pero sólo pueden apreciarla las personas que no han perdido o vendido la suya. No hay naturaleza muerta, si quien la habita o la contempla, posee aún la capacidad de habitar y contemplar, que ya es bastante.
Entre las cosas que me rodean, son los libros las presencias con vida propia más probada. A veces se me esconden, pero los llamo y al rato me los topo sonrientes, como si celebraran la travesura de jugar conmigo al escondite. Me pasó hace poco con Las ciudades invisibles de Calvino. De vez en cuando voy y miro en el estante para asegurarme que sigue ahí.
Otros, los más viejos, suelen estar ocultos. A muchos los he olvidado. Cuando aparecen, me regalan un mundo y entro a él, conmovido, por haber recobrado inesperadamente una experiencia íntima, por haberme hecho sentir de nuevo la ráfaga de primeras ilusiones. Y leo. Leo a Santa Teresa en sus moradas abisales o a Lope de Vega en sus versos para aprender de nuevo cortesía.
Admirar con gusto y con asombro una hermosa edición, es contemplar un mar. Recuerdo un poema del español José María Alvarez, donde todo está dicho, bella y delicadamente dicho:
VIII
Qué hermosura esta edición de Madame de Sévigné
El gozo de la vista esa sensación de los dedos
al pasar sus páginas al demorarse en la caricia
la emoción amorosa de tu alma que sabe
la dicha que te regalará esa delicada inteligencia
(De Bebiendo al claro de luna sobre las ruinas, Edit. Renacimiento, España, 2008)
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