Thursday, October 20, 2011

El dardo febril de la hiperestesia

Ciruelo blanco y ciruelo rojo. Biombo de Ogata Korin

La belleza transfigura el tiempo, modifica las cosas, baña los espacios con una sustancia impalpable, pero cierta. Ahora mismo ha entrado al comedor para devolvernos imágenes que creíamos perdidas: el color de unas frutas, el sonido del agua derramada, el imponderable sabor de la canela, el verde de unos ojos, la tersura del mantel, el timbre de una voz o la pomarrosa que olemos, antes de morderla y ser felices.
Mejor lo dice Luis Antonio de Villena en su poema dedicado a Ogata Korin, donde  nos aguarda, para traspasarnos,  “el dardo febril de la hiperestesia”:
EL CIRUELO BLANCO Y EL CIRUELO ROJO
Museo Atami

Fue afortunado, en verdad, Ogata Korin.
Gozó del esplendor de la  juventud en
los barrios de licencia, frecuentó el paladar
sagrado del deseo. Ordenó sus kimonos
en la seda más fina; pintó un fondo
de oro para lirios azules. Refinado y altivo,
no olvidó sin embargo (artista como era) la melancolía
fugaz del tiempo que transcurre.
En su madurez, con audaz virtuosismo,
se dedicó sobre todo a la búsqueda estilística.
Creó lacas y biombos. Le hizo célebre
la perfección, el refinamiento de su
arte -lirios, ciruelos, dioses- decorativo.
Debió morir fascinado en la belleza,
rodeado por una seda extraña, tranquilo.
Fue afortunado, en verdad, Ogata Korin;
su vida fue un culto a la efímera
sensación de la belleza. Al placer y al arte.
Y la vida le concedió sentir, ser traspasado
por el dardo febril de la hiperestesia.
Le llamaron excéntrico, dandy o esteta.
Pero no pidió más. Sensación por sensación.
Vivir, sentir, gozar. Sin más problemas.

Luis Antonio de Villena



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